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Thomas no estaba seguro de qué hacer ante esta revelación.

_-Yo mismo te dije que te demostraría mi amor -le recordó Justin bajando las manos-. Te envié a Michal cuando comenzaste a dudar, y ya te estás olvidando. ¿Debo mostrarme a ti todos los días?

Justin señaló hacia el campamento.

– Deberías estar besándole los pies, no huyendo.

– No entiendo. Ella solo es una mujer…

– ¡No! Ella es la que he elegido para mostrar al Círculo mi amor por ellos. A través de ti.

Thomas cayó de rodillas, horrorizado por lo que estaba oyendo.

– Juro que no lo sabía. Juro que la amaré. Perdóname. Perdóname, por favor. Yo…

– De prisa, por favor -acosó Justin; la luz de la luna revelaba lágrimas en sus ojos-. El corazón se le está destrozando. Tienes que ayudarla a entender. No creas que soy el único que la quiere. Mi enemigo no descansará.

Su enemigo. ¿Woref? ¿O Teeleh? Thomas se puso torpemente de pie, con los pies cargados de urgencia por regresar a la hoguera.

– ¡Lo haré! Juro que lo haré. Justin solo se quedó mirándolo.

– Ella espera -dijo finalmente.

La mirada en los ojos de Justin hizo salir corriendo a Thomas como si fuera adrenalina. Se detuvo después de cinco pasos y dio la vuelta. ¿Qué…?

Pero Justin había desparecido.

Por las mejillas de Thomas corrían lágrimas. Era demasiado. No podía detener la profunda tristeza que lo embargaba. Giró otra vez y corrió por el canon, rodeó la roca y se dirigió a la fogata.

Chelise levantó la mirada, asombrada. Pero él estaba más allá tratando de razonar lo que estaba sucediendo entre ellos.

– Lo siento -se disculpó él, dejándose caer de rodillas al lado de ella-

Perdóname, por favor. ¡No tenía derecho a dejarte!

Ella lo miró sin entender, sin una insinuación de haberse ablandado Pero ahora que la miraba profundo a los ojos blancos vio algo nuevo.

Vio a la novia de Justin. La que Elyon había escogido para Justin.

Un profundo dolor envolvió a Thomas y los sollozos empezaron a sacudirle el cuerpo. Cerró los ojos, levantó la barbilla y comenzó a llorar.

Puso una mano en la rodilla de la joven. Ella no se movió.

Él no podía procesar los pensamientos con lógica alguna, pero sabía que lloraba por la muchacha. Por la tragedia que le había ocurrido a ella. Por esta enfermedad que los separaba.

La noche parecía hacer eco de los sollozos de Thomas. Retiró la mano de la rodilla de la princesa. Para cada gemido había otro, como si el roush se le hubiera unido en el gran lamento.

Contuvo el aliento y escuchó. No era el roush sino Chelise. Ella lloraba; había encogido las rodillas hasta el pecho y sollozaba calladamente.

Thomas dejó de pensar en su propia tristeza. Todo el cuerpo de Chelise se estremecía. Ella tenía un brazo sobre el rostro, pero él logró verle la boca abierta, agobiada por los sollozos. Se quedó helado; comenzó a llorar débilmente… el dolor de esta escena era peor que su anterior tristeza.

– ¿Qué he hecho? No comprendes. ¡Te amo!

– ¡No! -protestó ella en voz alta.

Él siguió arrodillado y alargó la mano hacia ella. Pero temió tocarla.

– ¡Sí te amo! No me refiero a…

– ¡No me puedes amar! -gritó Chelise levantándose bruscamente y mirándolo-. ¡Mírame!

Ella se dio una palmada en la cara.

– ¡Mira mi rostro! ¡Nunca me podrás amar!

– Estás equivocada -le dijo Thomas al tiempo que le agarraba la mano, la levantaba y se la besaba con dulzura.

***

ELLA ESTABA plenamente consciente de que la mano de Thomas apretaba con fuerza la suya. El aliento de él la envolvía mientras le declaraba su cruel amor.

La vergüenza por su carne blanca se le había venido encima como una sombra del sol poniente que se movía lentamente. Chelise fue consciente de eso allá en la biblioteca, pero solo como un pensamiento lejano. Lo había considerado más cuidadosamente después de oír que Thomas se lo indicara a Suzan la noche anterior.

Estaba enferma. Pero se decía a sí misma que preferiría vivir enferma que morir por ahogamiento.

Entonces había conocido a los albinos y los había observado preparar su pequeño festín. Oyéndolos hablar alrededor de la fogata no se podía quitar de encima el deseo de ser como esta gente. La vida en el castillo era como una prisión al lado del amor que ellos se prodigaban tan fácilmente.

Chelise sabía que su piel les desagradaba, dijeran lo que dijeran. Cuando Suzan le había dicho que tenía ojos hermosos, sabiendo muy bien que ellos opinaban que esos ojos estaban enfermos, se había vuelto añicos lo que le quedaba de seguridad en sí misma. Comprendió que nunca sería como estas personas. Que nunca sería como Thomas.

Peor aún, comprendió que él tenía razón cuando afirmara que ella deseaba ser amada por él. Ella quería amarlo.

Pero no podría ahogarse. Y sin el ahogamiento nunca podría ser amada verdaderamente por él. Por tanto, no había esperanza.

Sostienes mi mano, Thomas, pero ¿podrías besarme alguna vez? ¿Podrías amarme como una mujer anhela ser amada?¿Cómo puedes amar a una mujer a la que repeles?

Thomas se había callado. Le puso el brazo alrededor de los hombros y la acercó. Ella dejó que los sollozos se le calmaran.

– Eres hermosa para mí -expresó él en voz baja.

Chelise no podía soportar las palabras; pero no tenía la voluntad de asistirlas, así que dejó que el silencio hablara por sí mismo.

– Por favor… Me muero.

– ¿Sientes pena de que la mujer en tus brazos no tenga la piel suave? ¿De qué ella te produzca náuseas?

La princesa levantó la cabeza para expresar sus pensamientos. El rostro de él estaba allí, a solo centímetros del suyo, empapado de lágrimas. El fuego iluminaba los ojos verdes de Thomas. Ella respiraba sobre él, pero él no hacía ningún esfuerzo por apartarse.

Esta simple comprensión fue tan profunda, tan sorprendente, que Chelise perdió el hilo de las ideas. Los ojos de Thomas la miraban con ansia, acercándola hacia él. Ojos profundos y embriagadores. Este era Thomas, comandante de los guardianes, el hombre que se enamorara perdidamente de ella y que arriesgara la vida para rescatarla de una bestia que la habría maltratado ferozmente.

¿Cómo podía él amarla?

Chelise cerró los ojos. Nunca podría satisfacer a un hombre tan encantador. El amor de él se habría originado en la piedad, no en verdadera atracción. Él nunca podría…

El dedo de él le recorrió la mejilla, haciéndole paralizar impresionado el corazón.

– Te he amado desde la primera vez que estuvimos juntos en la biblioteca -le declaró, y le tocó los labios con los dedos-. Si solamente me dejaras amarte.

Las palabras de Thomas la envolvieron como una brisa fresca y cálida. Ella abrió los ojos y supo al instante que él decía la verdad.

La princesa levantó lentamente la mano. Le tocó la sien, donde la piel de él era más suave. Ella ya no pudo soportar más la tensión. Le puso la mano alrededor del cuello y le bajó el rostro. Los suaves labios de él sofocaron los de ella en un beso cálido y apasionado.

Ella sintió una punzada de temor, pero él la apretó más. Luego ella dejó de luchar y permitió que él la besara más prolongadamente. La boca de él era dulce, y ella sintió en las mejillas las lágrimas cálidas de Thomas.

Las manos del guerrero le recorrieron el cabello hacia atrás, él le besó la nariz y la frente.

– Dime que me amas -pidió él-. Por favor.

– Te amo -contestó Chelise.

– Y yo te amo.

La volvió a besar en los labios y ella supo entonces que sí amaba a este hombre.

Estaba enamorada de Thomas de Hunter, comandante de los guardias líder del Círculo y quien la había amado primero.