– ¿Está William al mando? ¿A quiénes capturaron?
– Sí, William. Las hordas atraparon a veinticuatro en uno de los cañones. Hombres, mujeres y niños. Los agarraron sin monturas en medio de la noche.
– ¿Mi hijo y mi hija? -averiguó Thomas con las venas llenas de ansiedad.
– Están a salvo.
El corazón se le tranquilizó.
– ¿Está William aún en el campamento?
– A kilómetro y medio hacia el oriente.
– Caín, sigue tan rápido como puedas -ordenó Thomas espoleando su caballo; los corceles de ellos estaban frescos y dejarían atrás a Caín-. ¡Apurémonos!
– ¡Thomas!
Volteó a mirar y vio que Chelise se hallaba sobre su garañón, aterrada.
– Te alcanzaremos -le comunicó a Mikil; ellos cabalgaron al frente.
Thomas dio la vuelta y se puso al lado de la princesa.
– Esto no cambia nada.
– Hay más, Thomas -informó Caín.
Thomas estiró la mano y la puso en la nuca de Chelise.
– Estás conmigo, mi amor. Nada te pasará, lo juro.
Ella titubeó. Las hordas querrían contraatacar. Ella estaba suponiendo lo mismo acerca de la tribu, a pesar de lo que había visto.
– Confía en mí, Chelise.
– Está bien.
– ¿Qué más? -quiso saber él, mirando a Caín.
Caín los miró, con ojos desorbitados.
– Bueno, ¿qué? -exigió saber Thomas, haciendo girar el caballo.
– William te lo dirá.
Él lo miró. No tenían tiempo para esto.
– ¡Vamos!
32
HALLARON EL primer campamento de la tribu. Lo que quedaba. A espada habían destrozado las tiendas de lona. Había ollas y cacerolas esparcidas, catres rotos, gallinas y cabras sacrificadas y abandonadas para que se descompusieran.
Varias manchas enormes de sangre marcaban los lugares donde fueran asesinados algunos de los diez. Probablemente los cuerpos estaban con William, en espera de la cremación, como tenían por costumbre.
Thomas guió a los demás por el campamento, lleno de náuseas. En tiempos como estos se preguntaba si su política de no violencia valía la pena. ¿No se había involucrado el mismo Justin una vez en batalla?
Apretó la mandíbula y cabalgó lentamente, manteniendo la ira bajo control. Con una sola espada habría eliminado a veinte encostrados, pero ese ya no era quien él deseaba ser.
– Encuéntralos, Suzan -ordenó; Caín aún no los había alcanzado.
Ella siguió una senda que llevaba a los barrancos por encima del cañón y salió a toda velocidad en dirección este. Los demás trotaron por el cañón debajo de ella, esperando la señal de la muchacha.
Nadie habló. Todos sabían que cada miembro de la tribu era parte de una sola familia. Ahora habían asesinado a diez de ellos y se habían llevado cautivos a veinticuatro.
Thomas miró a Chelise, quien se colocó la capucha alrededor del rostro Y lo observaba con cautela. Él quería decirle que todo estaba bien, que darían vuelta a la próxima curva para descubrir que todo había sido una equivocación.
Un silbido atravesó el aire.
– Ella los encontró -anunció Mikil.
Los que quedaban de la tribu se hallaban en un banco de arena, a kilómetro y metro y medio al oriente, como Caín había informado. Thomas los vi0 cuando se hallaban a doscientos metros de distancia. Disminuyó la marcha del caballo y analizó la disposición del terreno.
Tenían cuatro rutas de escape en caso de un segundo ataque, aunque improbable en este momento. Desde esta posición se veían con claridad todos los barrancos adyacentes. William había escogido bien.
– Thomas -expresó Chelise en un hilo de voz-. ¿Qué va a suceder?
– No va a suceder nada -la tranquilizó él alargando la mano y agarrándole la de ella mientras cabalgaban con los demás-. Lloraremos la pérdida de los nuestros y hallaremos un nuevo campamento. Ellos están ahora con Elyon.
– ¿Y a mí?
– Tú estás conmigo. Ellos te aceptarán. Tu enemigo es Woref, no el Círculo.
William los esperaba con Suzan y varios hombres. Los sobrevivientes, escasamente veinte, se hallaban reunidos detrás de ellos, algunos postrados en duelo, otros sentados en silencio, unos cuantos escudriñando los barrancos adyacentes por si había alguna señal de peligro.
Samuel y Marie salieron corriendo y Thomas desmontó para abrazarlos. Estaban acostumbrados a huir de las hordas, pero sus ojos bien abiertos revelaban un nuevo temor.
– Gracias a Elyon.
– Tengo miedo, papá -exteriorizó Marie.
Él la estrechó aún más.
– No debes temer. Estamos en manos de Justin -declaró, y palmeó a su hijo en el hombro-. Gracias por cuidar a tu hermana. Eres fuerte, Samuel,
– Sí, padre.
Thomas volvió a montar y espoleó su corcel. La tribu pareció aliviada de verlos. Todos menos William. Este se mantuvo firme como un hombre que recibe a un hijo rebelde. Johan y Mikil desmontaron y corrieron más allá de William para consolar a los deudos.
– Esto es demasiado, Thomas -espetó bruscamente William.
Había problemas.
– Todo está bien, Chelise -dijo él en voz baja, apretándole la mano.
– Allí es donde te equivocas -objetó William-. Veo que te ganaste a tú encostrada. Qué considerado de tu parte traernos este problema.
Thomas detuvo su caballo a tres metros del hombre. Otros tres permanecían detrás de él, con los brazos cruzados. Thomas analizó a William y prefirió callar.
– Las hordas nos dejaron un mensaje -continuó William; miró a Chelise y puso mala cara; Thomas contuvo el impulso de atropellar al hombre.
– ¡Quita tu mirada de ella! Esta es Chelise, hija de Qurong, y será mi esposa.
Él no estaba seguro de lo último, pero se sintió motivado a decirlo. A gritarlo si debía hacerlo.
– ¡Sabemos quién es ella! -gritó William-. Ella es la causa de esta gran tragedia.
– ¿Culpas a una encostrada que deja las hordas para encontrar al Círculo? Creí que nuestro propósito era salvar a quienes lo necesitaban.
– Ella me parece bastante escamosa. Y se ve que Woref quiere de vuelta a su ramera con escamas. Si ella no regresa a la ciudad en tres días ejecutará a los veinticuatro albinos que tiene en su poder.
La mano de Chelise se retorció en la de Thomas, y él la apretó.
– ¡Nunca! No dejaré que le ponga una mano encima. Jamás!
– Entonces enviarás a la muerte a veinticuatro de los nuestros.
– Iré -anunció Chelise en voz baja, soltándose la mano-. Si Suzan cabalga conmigo hasta el borde de la ciudad, iré ahora.
Ahora Thomas se llenó de pánico. Se agarró la cabeza.
– ¡No! -exclamó, sintiéndose obligado a bajarla del caballo.
No montarían más por ahora.
Thomas bajó a tierra, la agarró de la mano y se estiró para ayudarla a desmontar. Ella vaciló, luego desmontó.
Él le puso un brazo alrededor.
– ¡Ni una palabra más al respecto! -gritó, luego reprendió a William-. ¿Perdiste la sensatez, amigo?
– Él tiene razón, Thomas -intervino Chelise-. Woref los matará o matará a la mitad y volverá a exigir. No llevaré la sangre de estas personas inocentes sobre mi cabeza.
Chelise hablaba como una princesa, lo cual hizo desesperar aún más a Thomas. Había un destello de miedo en los ojos de ella, pero se mantuvo erguida.
Thomas giró hacia William. Ahora toda la tribu estaba pendiente de él.
– ¿Ves? ¿Suena esto como de parte de una encostrada? ¡Ella es mis honorable que tú!
– Ella solo está conviniendo en regresar a su vómito -respondió William-. No está entregando su vida o algo tan noble como te imaginarías.
– ¡Una asamblea! -gritó Thomas furioso-, Convoco una asamblea.
Ellos solo se quedaron mirándolo.
– ¡Ahora! Suzan…
– Me quedaré con Chelise -dijo Suzan, rodeando a William-. Y yo, por lo pronto, encuentro vergonzoso esto.
Ella agarró a Chelise del brazo.