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Comenzó a sentir un inicio de pánico; la fama que corría respecto de ese hombre era contradictoria. Algunas personas decían que había sido el más poderoso Maestro que jamás conocieran, que era capaz de cambiar la dirección del viento, de abrir agujeros en las nubes, utilizando apenas la fuerza del pensamiento. Brida, como todo el mundo, quedaba fascinada por prodigios de esa naturaleza.

Otras personas, sin embargo -personas que frecuentaban el mundo de la magia, los mismos cursos y clases que ella frecuentaba-, garantizaban que él era un era un hechicero negro, que cierta vez había destruido a un hombre con su Poder porque se había enamorado de mujer de ese hombre. Y había sido por esa causa que pesar de ser un Maestro, había sido condenado a vagar en la soledad de los bosques.

"Quizá la soledad lo haya enloquecido más aún" y Brida comenzó a sentir de nuevo un inicio de pánico. A pesar de su juventud, ya conocía los daños que la soledad era capaz de causar en las personas, principalmente cuando se hacían mayores. Había encontrado personas que habían perdido todo el brillo de vivir porque no conseguían ya luchar contra la soledad, y acabaron viciadas en ella. Eran, en su mayoría, personas que consideraban al mundo un lugar sin dignidad y sin gloria, que gastaban sus tardes y noches hablando sin parar de los errores que los otros habían cometido. Eran personas a quienes la soledad había convertido en jueces del mundo, cuyas sentencias se esparcían a los cuatro vientos, para quien las quisiere oír. Tal vez el Mago hubiera enloquecido con la soledad.

De repente, un ruido más fuerte a su lado la sobresaltó e hizo que su corazón se disparase. Ya no había ningún vestigio del abandono en que se encontraba antes. Miró a su alrededor sin distinguir nada. Una ola de pavor parecía nacer desde su vientre y difundirse por el cuerpo entero.

"Tengo que controlarme", pensó, pero era imposible. La imagen de las serpientes, de los escorpiones, los fantasmas de su infancia, comenzaron a aparecer frente a ella. Brida estaba demasiado aterrorizada para conseguir mantener el control. Otra imagen surgió: la de un hechicero poderoso, con un pacto demoniaco, que estaba ofreciendo su vida en holocausto.

– ¿Dónde estás? -gritó finalmente. Ya no quería impresionar a nadie. Todo lo que quería era salir de allí.

Nadie respondió.

– ¡Quiero salir de aquí! ¡Socorro!

Pero sólo estaba el bosque, con sus ruidos extraños. Brida se sintió desfallecer de miedo, creyó que iba a desmayarse. Pero no podía; ahora que tenía la certeza de que él estaba lejos, desmayarse sería peor. Tenía que mantener el control de sí misma.

Este pensamiento le hizo descubrir que alguna fuerza dentro de ella estaba luchando para mantener el control. "No puedo continuar gritando", fue lo primero que pensó. Sus gritos podían llamar la atención de otros hombres que vivían en aquel bosque, y hombres que viven en bosques pueden ser más peligrosos que animales salvajes.

"Tengo fe -comenzó a repetir, bajito-. Tengo fe en Dios, en mi Ángel de la Guarda, que me trajo hasta aquí y permanece conmigo. No sé explicar cómo es, pero sé que él está cerca. No tropezaré con ninguna piedra."

La última frase era de un Salmo que aprendió en la infancia y que hacía muchos años que no repetía. Su abuela, muerta poco tiempo atrás, se lo había enseñado. Le hubiera gustado tenerla cerca en aquel momento; inmediatamente sintió una presencia amiga.

Estaba empezando a entender que había una gran diferencia entre peligro y miedo.

"Lo que habita en el escondrijo del Altísimo…", así comenzaba el Salmo. Notó que estaba acordándose de todo, palabra por palabra, exactamente como si su abuela estuviese recitando en aquel instante para ella. Recitó durante algún tiempo, sin parar, y, a pesar del miedo, se sintió más tranquila. No tenía otra elección: o confiaba en Dios, en su Ángel de la Guarda, o se desesperaba.

Sintió una presencia protectora. "Necesito creer en esta presencia. No sé explicarla, pero existe. Y permanecerá conmigo toda la noche, porque yo sola no sé salir de aquí."

Cuando era pequeña, solía despertarse en mitad de la noche, espantada. Su padre, entonces, iba con ella

hasta la ventana y le mostraba la ciudad donde vivían. Le hablaba de los guardas nocturnos, del lechero que ya estaba entregando la leche, del panadero haciendo el pan de cada día. Su padre le pedía que expulsara a los monstruos que había colocado en la noche y los sustituyera por estas personas, que vigilaban la oscuridad. "La noche es apenas una parte del día", decía.

La noche era apenas una parte del día. Y del mismo modo que se sentía protegida por la luz, podía sentirse protegida por las tinieblas. Las tinieblas hacían que ella invocase aquella presencia protectora. Tenía que confiar en ella. Y esa confianza se llamaba Fe. Nadie jamás podría entender la Fe. La Fe era exactamente aquello que estaba sintiendo ahora, una zambullida sin explicación en una noche oscura como aquélla. Existía sólo porque se creía en ella. Así como los milagros tampoco tenían ninguna explicación, pero sucedían para quien creía en ellos.

"Él me habló de la primera lección", dijo ella, de repente, dándose cuenta. La presencia protectora estaba allí, porque creía en ella. Brida empezó a sentir el cansancio de tantas horas de tensión. Comenzó a relajarse de nuevo, y se sintió cada momento más protegida.

Tenía fe. Y la fe no dejaría que el bosque fuese de nuevo poblado por escorpiones y serpientes. La fe mantendría a su Ángel de la Guarda despierto, velando.

Se recostó otra vez en la roca y se durmió sin darse cuenta.

Cuando despertó ya había aclarado y un lindo sol coloreaba todo a su alrededor. Tenía un poco de frío, la ropa sucia, pero su alma se sentía feliz. Había pasado una noche entera, sola, en un bosque.

Buscó con los ojos al Mago, aun sabiendo la inutilidad de su gesto. El debía estar andando por los bosques, procurando "comulgar con Dios", y quizá preguntándose si aquella chica de la noche anterior había tenido el coraje de aprender la primera lección de la Tradición del Sol.

– Aprendí sobre la Noche Oscura -dijo ella al bosque, que ahora estaba silencioso-. Aprendí que la búsqueda de Dios es una Noche Oscura. Que la Fe es una Noche Oscura.

"No fue sorpresa. Cada día del hombre es una Noche Oscura. Nadie sabe lo que va a pasar el próximo minuto, e, incluso así, las personas van hacia adelante. Porque confían. Porque tienen Fe."

O, quién sabe, porque no perciben el misterio encerrado en el próximo segundo. Pero esto no tenía la menor importancia, lo importante era saber que ella había entendido.

Que cada momento en la vida era un acto de fe. Que podía poblarlo con serpientes y escorpiones, o con una fuerza protectora.

Que la fe no tenía explicaciones. Era una Noche Oscura. Y tan solo cabía a ella aceptarla o no.

Brida miró el reloj y vio que ya se estaba haciendo tarde. Tenía que tomar un autobús, viajar durante tres horas y pensar algunas explicaciones convincentes para dar a su novio; jamás se creería que ella había pasado la noche entera, sola, en un bosque.

– ¡Es muy difícil la Tradición del Sol! -le gritó al bosque-. ¡Tengo que ser mi propia Maestra, y no era esto lo que yo esperaba!

Miró hacia la pequeña ciudad, allá abajo, trazó mentalmente su camino por el bosque y empezó a andar. Antes, no obstante, se volvió nuevamente hacia la roca.

– Quiero decir otra cosa -gritó con voz suelta y alegre-. Eres un hombre muy interesante.

Recostado en el tronco de un viejo árbol, el Mago vio cómo la chica se perdía en el bosque. Había escuchado su miedo y oído sus gritos durante la noche. En algún momento llegó a pensar en aproximarse, abrazarla, protegerla de su pavor, decirle que ella no necesitaba aquel tipo de desafío.

Ahora estaba contento de no haberlo hecho. Y orgulloso de que aquella chica; con toda su confusión juvenil, fuese su Otra Parte.

En el centro de Dublín existe una librería especializada en los tratados de ocultismo más avanzados. Es una librería que jamás hizo publicidad alguna en diarios ni revistas: las personas sólo llegan allí recomendadas por otras, y el librero queda contento, porque tiene un público selecto y especializado.

Aun así, la librería está siempre llena. Después de oír hablar mucho de ella, finalmente Brida consiguió la dirección por medio del profesor de un curso de viaje astral al que estaba asistiendo. Fue allí una tarde, después del trabajo, y quedó encantada con el lugar.

Desde entonces siempre que podía iba a ver los libros: apenas mirarlos, porque eran todos importados y muy caros. Acostumbraba hojearlos uno por uno, prestando atención a los dibujos y símbolos que algunos volúmenes traían, y sintiendo intuitivamente la vibración de todo aquel conocimiento acumulado. Después de la experiencia con el Mago se había vuelto más cautelosa. A veces se enfadaba consigo misma porque sólo conseguía participar en las cosas que podía entender. Presentía que estaba perdiendo algo importante en esta vida, que de esa manera sólo tendría experiencias repetidas. Pero no encontraba la valentía para cambiar. Necesitaba estar siempre mirando su camino; ahora que conocía la Noche Oscura, sabía que no deseaba andar por ella.