Выбрать главу

"No puede ser así de simple", pensaba Brida, cada vez que esparcía las cartas sobre la mesa. Conocía métodos complicados, sistemas elaborados, y aquellas cartas desordenadas comenzaron a desordenar también su raciocinio. La sexta noche tiró todas las cartas al suelo, irritada. Por un momento pensó que aquel gesto suyo tuviese una inspiración mágica, pero los resultados fueron igualmente nulos; apenas algunas intuiciones que ella no conseguía definir, y que siempre consideraba como fruto de su imaginación.

Al mismo tiempo, la idea de la Otra Parte no se le iba de la cabeza ni por un minuto. Al principio creyó que estaba volviendo a la adolescencia, a los sueños del príncipe encantado que cruzaba montañas y valles para buscar a la dueña de un zapatito de cristal o para besar a una mujer adormecida. "Los cuentos de hadas siempre hablan de la Otra Parte", bromeaba ella misma. Los cuentos de hadas fueron su primera inmersión en el mundo mágico en el que estaba ahora ansiosa por entrar, y más de una vez se preguntó por qué las personas terminaban alejándose tanto de este mundo, aun sabiendo las inmensas alegrías que la infancia dejaba en sus vidas.

"Quizá porque no estén contentas con la alegría." Encontró su frase medio absurda, pero la registró en su Diario como algo creativo.

Después de una semana con la idea de la Otra Parte rondándole en la mente, Brida empezó a ser poseída por una sensación aterradora: la posibilidad de escoger al hombre equivocado. La octava noche, al despertarse una vez más para contemplar sin ningún resultado las cartas del tarot, decidió invitar a su novio a cenar al día siguiente.

Escogió un restaurante que no era muy caro, pues él siempre quería pagar las cuentas a pesar de que el sueldo como asistente de catedrático de Física de la Universidad era bastante más bajo que el de ella como secretaria. Aún era verano y se sentaron en una de las mesas que el restaurante colocaba en la acera, a la orilla del río.

– Quiero saber cuándo los espíritus me dejarán dormir contigo otra vez -dijo Lorens, de buen humor. Brida lo miró con ternura. Le había pedido que estuviera quince días sin ir al departamento y él había accedido, haciendo tan solo las protestas suficientes para que ella entendiese cuánto la amaba. También él, a su manera, buscaba los mismos misterios del Universo; si algún día le pidiese que se mantuviera quince días alejada, ella tendría que aceptar.

Cenaron sin prisa y sin conversar mucho, mirando las barcas que cruzaban el río y a las personas que paseaban por la acera. La botella de vino blanco que estaba en la mesa se vació y fue pronto sustituida por otra. Media hora después las dos sillas estaban juntas, y contemplaban abrazados el cielo estrellado de verano.

– Fíjate en este cielo -dijo Lorens, acariciándole los cabellos-. Estamos mirando a un cielo de millares de años atrás.

Él le había dicho eso el día en que se encontraron. Pero Brida no quiso interrumpir, ésta era la manera en que él compartía su mundo con ella.

– Muchas de estas estrellas ya se apagaron y, sin embargo, sus luces todavía están recorriendo el Universo. Otras estrellas nacieron lejos y sus luces aún no llegaron hasta nosotros.

– ¿Entonces nadie sabe cómo es el cielo verdadero? -ella también había hecho esa pregunta la primera noche. Pero era bueno repetir momentos tan agradables.

– No lo sabemos. Estudiamos lo que vemos, y no siempre lo que vemos es lo que existe.

– Quiero preguntarte una cosa. ¿De qué materia estamos hechos? ¿De dónde vinieron esos átomos que forman nuestro cuerpo?

Lorens respondió, mirando el cielo antiguo: -Fueron creados junto con estas estrellas y este río que estás viendo. En el primer segundo del Universo. -Entonces, después de este primer momento de Creación, ¿no se añadió nada más?

– Nada más. Todo se movió y se mueve. Todo se transformó y continúa transformándose. Pero toda la materia del Universo es la misma de billones de años atrás. Sin que un átomo tan siquiera haya sido agregado.

Brida se quedó mirando el movimiento del río, y el movimiento de las estrellas. Era fácil percibir el río corriendo sobre la Tierra, pero era difícil notar a las estrellas moviéndose en el cielo. No obstante, uno y otras se movían.

– Lorens -dijo por fin, después de un largo tiempo en que los dos se quedaron en silencio, viendo pasar

un barco-. Deja que te haga una pregunta que puede parecer absurda: ¿es físicamente posible que los átomos que componen mi cuerpo hayan estado en el cuerpo de alguien que vivió antes de mí?

Lorens la miró, espantado.

– ¿Qué es lo que estás queriendo saber? -Sólo esto que te pregunté. ¿Es posible?

– Pueden estar en las plantas, en los insectos, pueden haberse transformado en moléculas de helio y estar a millones de kilómetros de la Tierra.

– Pero, ¿es posible que los átomos del cuerpo de alguien que ya murió estén en mi cuerpo y en el cuerpo de otra persona?

Él se quedó callado, por algún tiempo. -Sí, es posible -respondió finalmente.

Una música distante comenzó a sonar. Venía de una barcaza que cruzaba el río y, a pesar de la distancia, Brida podía distinguir la silueta de un marinero enmarcada por la ventana encendida. Era una música que le recordaba su adolescencia y traía de vuelta los bailes en la escuela, el olor de su cuarto, el color de la cinta con que acostumbraba atarse la cola de caballo. Brida se dio cuenta de que Lorens jamás había pensado en lo que ella acababa de preguntarle, y quizá en este momento estuviera procurando saber si en su cuerpo había átomos de guerreros vikingos, de explosiones volcánicas, de animales prehistóricos y misteriosamente desaparecidos.

Pero ella pensaba en otra cosa. Todo lo que quería saber era si el hombre que la abrazaba con tanto cariño había sido, un día, parte de ella misma.

La barca se fue acercando y su música comenzó a llenar todo el ambiente. En otras mesas se interrumpió

también la conversación para descubrir de dónde venía aquel sonido, porque todos tuvieron algún día una adolescencia, bailes en la escuela y sueños con cuentos de guerreros y hadas.

– Te amo, Lorens.

Y Brida deseó fervientemente que aquel muchacho que sabía tantas cosas sobre la luz de las estrellas tuviese un poco del alguien que ella fuera un día.

"No lo conseguiré."

Brida se sentó en la cama y buscó el paquete de cigarrillos en la mesita de luz. Contrariando todos sus hábitos, resolvió fumar estando aún en ayunas.

Faltaban dos días para encontrarse otra vez con Wicca. Durante aquellas semanas tenía la certeza de haber dado lo mejor de sí. Había colocado todas sus esperanzas en el proceso que aquella mujer bonita y misteriosa le había enseñado, y luchó durante todo el tiempo para no decepcionarla; pero la baraja rehusó revelar su secreto.

Durante las tres noches anteriores, siempre que acababa el ejercicio, tenía ganas de llorar. Estaba desprotegida, sola y con la sensación de que una gran oportunidad se le estaba escapando de las manos. Nuevamente sentía que la vida la trataba de una manera diferente que a las demás personas: le daba todas las oportunidades para que pudiese conseguir algo y, cuando estaba próxima a su objetivo, se abría la tierra y se la tragaba. Así había sucedido con sus estudios, con algunos novios, con ciertos sueños que jamás compartiera con otras personas. Y estaba siendo así con el camino que quería recorrer.

Pensó en el Mago; tal vez pudiese ayudarla. Pero se había prometido a sí misma que sólo volvería a Folk cuando entendiese de magia lo suficiente como para enfrentarlo.

Y ahora parecía que esto jamás llegaría a suceder… Permaneció mucho rato en la cama antes de decidir levantarse y preparar el desayuno. Finalmente tomó valor y decidió enfrentar un día más, una "Noche Oscura Cotidiana" más, como acostumbraba decir desde que había tenido su experiencia en el bosque. Preparó el café, miró el reloj y vio que aún tenía tiempo suficiente.

Fue hasta el estante y buscó, entre los libros, el papel, que le había dado el librero. Existían otros caminos, se consolaba a sí misma. Si había conseguido llegar hasta el Mago, si había conseguido llegar hasta Wicca, terminaría llegando hasta la persona que podía enseñarle de manera que ella pudiera entenderlo.

Pero sabía que esto era sólo una disculpa. "Vivo desistiendo de todo lo que comienzo", pensó, con cierta amargura. Quizá dentro de poco la vida comenzase a percibir esto y dejara de darle las oportunidades que siempre le había dado. O, quizá, desistiendo siempre al comienzo, agotara todos los caminos sin haber dado siquiera un solo paso.

Pero ella era así, y se sentía cada vez más débil, más incapaz de cambiar. Hasta hace algunos años lamentaba sus actitudes, aún era capaz de algunos gestos de heroísmo; ahora se estaba acomodando a sus propios errores. Conocía a otras personas así: se acostumbraban a sus faltas y en poco tiempo confundían sus faltas con virtudes. Entonces ya era demasiado tarde para cambiar de vida.