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Expulsé el aire que retenía en los pulmones y respondí con toda la claridad que pude.

– Ya lo hice. Hace un rato.

– Pero ¿qué le ocurre, caramba? Está usted pálida como un muerto.

Cabeceé.

– Ya me iba, pero oí un portazo. Me ha dado usted un susto de muerte. -La voz se me quebró a mitad de frase, como si acabara de entrar en la pubertad.

– Lo siento. No era mi intención asustarla. -Llevaba puesta la bata verde de cirujano. Vi que se acercaba al mostrador, abría un cajón y sacaba algunos instrumentos. Del cajón inferior cogió una ampolla y una jeringuilla.

– Ha surgido un problema, ¿sabe?

– ¿Sí? No me diga. -Se volvió para sonreírme y en aquel momento recordé con claridad un comentario que había hecho Nola. "Hay por medio un loco. Una persona que no está en sus cabales", me había dicho entre murmullos. El doctor Fraker tenía los ojos clavados en los míos mientras llenaba la jeringuilla. De repente comprendí de qué iba toda la película.

El deseo de Nola no había sido perpetuar aquel matrimonio, sino acabar con él. Y el ingenuo de Bobby había creído que le ayudaba.

Lo leí en la cara de Fraker, en la parsimonia con que se movía. Aquel hombre quería matarme. Estaba claro, a juzgar por el instrumental que había cogido del cajón y los accesorios de que disponía: una bonita mesa de disección con sistema de drenaje, serruchos para cortar metales, bisturís y una trituradora de desperdicios debajo mismo del fregadero. Además, sabía anatomía, sabía dónde estaban todos los tendones y ligamentos. Recordé lo que pasaba con los alones de pavo y cómo había que doblarlos hacia arriba para que el cuchillo penetrara en la articulación.

Suelo gritar cuando tengo miedo y notaba que las lágrimas estaban a punto de saltárseme. Pero no a causa de la tristeza, sino del horror. A pesar de que a lo largo de mi existencia había contado cientos de mentiras, en aquel momento no se me ocurrió ninguna. Tenía la mente en blanco. La radiografía en la mano. Y la verdad escrita en la frente. No me quedaba otra salida que entrar en acción antes que él y moverme a mayor velocidad.

Me lancé sobre la puerta, giré el tirador, abrí, eché a correr hacia las escaleras y subí los peldaños de dos en dos, de tres en tres, al tiempo que miraba atrás entre gemidos de terror puro. Fraker ya había cruzado la puerta con la jeringuilla en alto. Lo que más me horrorizaba era que se movía con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Había reanudado la canción donde la había interrumpido con un tarareo discordante que no hacía justicia a los Gershwin:

"Corno una ovejita perdida en el bosque… siempre sería cariñosa… con quien velase por mí."

Llegué a la planta baja. ¿Qué sabía él que yo no supiera? ¿Por qué estaba tan tranquilo mientras yo corría hacia la salida? Encogí un hombro y me lancé sobre la puerta doble, pero no cedió ninguna de las dos hojas. Volví a empujarlas. Cerrada como estaba, la entrada era una ratonera. Si le dejaba llegar al pasillo, no tendría escapatoria. Llegué al corredor en el momento en que Fraker salvaba los últimos peldaños.

Tip, tap. Sus pasos resonaban en las baldosas mientras seguía cantando.

"Puede que las demás no lo encuentren guapo, pero él tendrá la llave de mi corazón…"

Seguía tan ancho. Me entraron ganas de gritar, pero ¿qué sentido tenía? El edificio estaba vacío. Cerrado a cal y canto. Y totalmente a oscuras, de no ser por la claridad que se filtraba, procedente del parking. Necesitaba un arma. El tenía la jeringuilla con la que quería ponerme fuera de combate. Además, era hombre fornido y me encontraría en dificultades si luchábamos cuerpo a cuerpo.

Corrí por el pasillo hacia la sala donde habían estado antaño los archivos médicos y abrí la puerta con tal ímpetu que protestaron las bisagras. Cogí una tabla del suelo y sin dejar de correr salí otra vez al pasillo, en busca del otro extremo. Tenía que haber alguna escalera. Tenía que haber alguna ventana que romper, alguna salida.

El hombre que no sabía cantar seguía cantando a mis espaldas: "Dile por favor que se dé prisa, que me busque, oh cuánto necesito que alguien vele por mí."

Llegué a las escaleras y empecé a analizar la situación mientras las subía corriendo. A este paso me seguiría por todo el edificio. Yo no tardaría en agotarme y él estaría fresco como una lechuga. No tenía sentido aquella persecución. Llegué al descansillo y me precipité sobre la puerta. Cerrada. Sólo había otra planta más. ¿Estaba acorralándome o conduciéndome a una encerrona? En cualquier caso tenía la sensación de que Fraker dominaba la situación, de que había preparado aquello de antemano.

Comenzó a subir las escaleras y corrí hacia el segundo piso, empuñando aún la tabla con mano temblorosa. No me gustaba aquello. La puerta de la segunda planta se abrió en cuanto giré el pomo y accedí al pasillo bañado en sombras. Tomé el tramo de la derecha y me esforcé por ir más despacio. De tanto subir escaleras estaba sin aliento y bañada en sudor. Pensé en la posibilidad de esconderme, pero no había muchos sitios donde hacerlo. Había habitaciones a ambos lados del pasillo, pero no quería meterme yo misma en la boca del lobo. Para saber dónde estaba le bastaría con mirar las habitaciones una por una. Además, detesto esconderme. Me transformo en una niña de seis años y estoy hasta las narices de esas cosas. Quería estar con los pies en el suelo, en movimiento, preparada para entrar en acción y no agazapada, con las manos en los ojos y pidiendo a Dios que me hiciera invisible.

Doblé otra vez a la derecha. Oí a mis espaldas que se cerraba la puerta del descansillo del segundo piso. Vi un ascensor a mitad de trayecto, a mano derecha. Eché a correr y al llegar apreté el botón de "bajar".

El doctor Fraker había cambiado de canción y ahora silbaba los primeros compases de I Don't Stand a Ghost of a Chance with You ["Contigo no tengo ni la posibilidad más remota"]. ¿Estaría enfermo aquel hombre?

Volví a apretar el botón y oí con impaciencia el crujido de los cables al otro lado de la puerta metálica. Me volví hacia la derecha. En esto apareció Fraker, cuyos guantes verdes parecían despedir un resplandor suave en medio de la oscuridad. Oí que se detenía el ascensor. Me pareció que Fraker aceleraba el paso, pero aún estaba a unos veinte metros de distancia. Se abrió la puerta deslizante del ascensor. ¡Me cago en la puta!

En el instante mismo de dar un paso al frente me di cuenta de que no había ascensor, sólo el vacío y una ráfaga de aire fresco que subía de las profundidades. No caí al abismo por un pelo. Lancé un grito gutural mientras me sujetaba al marco de la puerta y agitaba una pierna en el vacío antes de recuperar el equilibrio. Por suerte caí de espaldas, pero había perdido toda la ventaja que le había sacado a mi perseguidor.

Había soltado la tabla y ésta se había deslizado por el suelo a cierta distancia. Me puse a gatas y me precipité sobre ella.

Fraker me había dado alcance ya, me cogió por el pelo y me levantó en el instante mismo en que mis dedos se cerraban alrededor de la tabla. Giré para golpearle. Le di, pero de refilón y casi sin fuerza. Sentí el pinchazo de la aguja en el muslo izquierdo. Los dos lanzamos un grito. El mío fue un chillido de dolor y sorpresa, el suyo un gruñido gutural en el momento de recibir el impacto de la tabla. Titubeó durante una décima de segundo y aproveché la oportunidad, soltándole una patada de costado que le alcanzó la espinilla. Mierda, demasiado bajo. Los que enseñan autodefensa saben que no basta con hacer daño al agresor. Así sólo se consigue enfurecerle. O me las arreglaba para reducirle o estaba perdida.

Me sujetó por detrás. Le solté un codazo pero volví a fallar por poco. Lo empujé y empecé a darle puntapiés en la espinilla hasta que retrocedió jadeando. Le aticé en todo el hombro con la tabla y eché a correr. Estuve a punto de caer, pero recuperé el equilibrio. Fue como si metiera el pie en un agujero y se me ocurrió que podía tratarse del efecto de la sustancia que me había inyectado. Tenía floja la pierna izquierda, la rodilla se me doblaba y los pies empezaban a entumecérseme. El mismo miedo que me había regado el organismo con adrenalina aceleraba el efecto de la sustancia inyectada. Como cuando nos muerde una serpiente. Dicen que no hay que correr.