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Miré atrás. Fraker acababa de ponerse en movimiento y avanzaba despacio y con la mano en el hombro. Al parecer no le preocupaba que me hubiera zafado de él, lo que me hizo sospechar que había cerrado con antelación la puerta que comunicaba con las escaleras. O era esto, o es que sabía que la mierda que me había inyectado me dejaría fuera de combate muy pronto.

Empezaban a dormírseme las piernas y los brazos y apenas notaba la mano con que empuñaba la tabla. Sentía un chorro de frío entre la piel y las entrañas como si me estuvieran congelando a toda velocidad para mandarme Dios sabe adónde. Me esforzaba todo lo que podía, pero la oscuridad se había vuelto de gelatina y me sentía débil. El tiempo se hacía más lento mientras mi organismo reaccionaba ante la presencia de la droga. Aún podía pensar, pero las sensaciones extrañas que notaba me distraían.

Ah, pero cuántos detalles intrigantes encajaban por fin con toda la naturalidad del mundo. Fue como un relámpago, como una burbuja que se corriera por las venas, y comprendí que Fraker era el que suministraba las drogas a Kitty, sin duda a cambio de información sobre la búsqueda de la pistola que había emprendido Bobby. El alijo encontrado en el cajón de la mesita de noche de la joven se había dejado allí adrede. Fraker había estado en la casa aquella noche. Tal vez pensara que había llegado el momento de deshacerse de ella para que no confesara, movida por la culpa, su doble juego en relación con Bobby.

La distancia que había hasta el final de aquel tramo de pasillo se había multiplicado. Llevaba corriendo una eternidad. Las órdenes sencillas que transmitía al resto del cuerpo tardaban demasiado en recibirse y empezaba a fallarme el sistema de realimentación que da constancia de las reacciones. ¿Corría realmente? ¿Me dirigía a alguna parte? Los sonidos se dilataban y el eco de mis propias zancadas me llegaba con retraso. Era como si corriese por un pasillo cuyo suelo fuera igual que esa lona tirante donde dan saltos los acróbatas. Revelación número dos. Fraker había apañado el informe de la autopsia. No había habido ningún ataque. El había cortado los cables del freno. Lástima que no se me hubiera ocurrido antes. ¡Qué ceporra había sido, Señor!

Llegué a la esquina a cámara lenta y sentí que el cuerpo se me plegaba como un acordeón. Tuve que detenerme al doblar aquélla. Me apoyé en la pared jadeando.

Tenía que despejarme, que mantenerme en pie, y levantar los brazos si podía. El tiempo se estiraba como si fuera de pegamento, de caramelo líquido, viscoso y de articulación imposible.

Fraker se había puesto a cantar, otra vez, obsequiándome con más éxitos de su lista particular de superventas. Ahora tarareaba Acentuate the positive, eliminate the negative ["Cíñete a lo seguro, suprime lo que no conviene"], arrastrando las vocales como cuando se para un disco al irse la luz.

Percibía hueca y lejana incluso la voz de mi propio cerebro.

Encógete Kinsey, dijo la voz.

Me pareció que me encogí un poco, pero ya no sabía dónde tenía las piernas, las caderas ni buena parte de la columna vertebral. Los brazos me pesaban una tonelada y no sabía si podía doblarlos o no.

Bateadora en posición, añadió la voz, y obedecí, aunque habría sido incapaz de jurar que empuñaba la tabla otra vez y que doblaba el brazo como me había enseñado mi tía hacía muchos siglos.

El día se convirtió en noche, la vida en muerte.

Fraker se acercaba berreando: "Cíñeteeeeeee a lo seguuuurooooooo, suprimeeeee lo que no convieeeeeneee…".

Nada más aparecer por la esquina giré como una peonza, con la tabla derecha hacia su cara. Vi que el madero surcaba el espacio como en una sucesión de fotogramas mientras acortaba distancias. Cuando el madero dio en el blanco oí una especie de taponazo agradable.

La pelota salió del campo de béisbol y caí al suelo entre los vítores y aplausos de la multitud.

Me dijeron más tarde -aunque es poco lo que yo recuerdo- que me las arreglé para bajar otra vez al depósito, donde llamé al 911 y murmuré unas palabras que pusieron en movimiento a la policía. Lo que recuerdo con mayor claridad es la resaca que me produjo el cóctel de barbitúricos que me habían inyectado. Desperté en el hospital, hecha una braga. Pero incluso con la cabeza como un bombo y vomitando en un recipiente de plástico en forma de riñón, estaba contenta de encontrarme otra vez entre los vivos.

Glen me mimó cuanto pudo y todo el mundo fue a verme, Jonah, Rosie, Gus, y también Henry, con croissants calentitos. Me contó que Lila le había escrito desde la cárcel, pero que él no se había molestado en responderle. Glen no se echó atrás en ningún momento y siguió sin querer saber nada de Kitty ni de Derek, y yo me las arreglé para que Kitty Wenner y Gus se conocieran. Lo último que supe de ellos es que salían juntos y que Kitty estaba mejorando. Los dos habían engordado.

El doctor Fraker está actualmente en libertad bajo fianza, en espera de que le juzguen por un intento de asesinato y dos homicidios en primer grado. Nola se declaró culpable de homicidio intencionado, pero no fue a la cárcel. Cuando volví al despacho, redacté el informe precedente, al que adjunté una factura por las treinta y tres horas invertidas, más el kilometraje; el total, en números redondos, ascendía a mil dólares. Lo que sobraba del anticipo que me había dado Bobby lo remití al bufete de Varden Talbot para que se sumara a los bienes relictos de aquél. El resto del informe consiste en una carta personal en que básicamente le digo a Bobby que le echo de menos. Espero que, dondequiera que se encuentre, esté rodeado de ángeles, libre y en paz.

Atentamente,

Kinsey Millhone

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