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Cruzó la rampa natural que descendía hasta el almacén, abrió la puerta y entró.

– Marie… -llamó.

El interior del almacén estaba completamente oscuro. De repente, una luz lo deslumbró.

– ¡Dios santo! -exclamó Lassiter con el corazón latiéndole a mil por hora.

– ¡Jesse! -dijo Marie. – ¡Apágala!

La luz desapareció tan repentinamente como había aparecido, y la oscuridad volvió a envolver a Lassiter. -Marie, ¿dónde está?

– Jesse sólo quería sujetar la linterna -se disculpó Marie.

– Está bien. No pasa nada.

Pero Lassiter sólo veía un gran círculo delante de los ojos. Lentamente, las formas empezaron a materializarse a su alrededor. Lassiter vio un remolque para transportar lanchas, un montón de trampas para langostas e infinidad de redes de pescar colgando de las paredes.

– ¿Estaremos a salvo aquí? -preguntó Marie. Estaba agachada en una esquina, abrazando a Jesse por la cintura.

– Sí -contestó Lassiter. -estaremos a salvo.

– ¿Seguro?

Para qué mentir.

– No -reconoció Lassiter. -No creo que lo estemos. El sendero viene directamente hasta aquí. Si ellos lo siguen… ¿No hay otro sitio donde podamos escondernos?

Marie reflexionó durante unos instantes y dijo:

– No.

– Tiene que haber algún otro sitio -insistió Lassiter.

– La isla es muy pequeña… Quizá piensen que nos hemos ido.

Lassiter movió la cabeza.

– La estufa todavía está caliente. Sabrán que estamos aquí. Aunque puede que no sepan que estoy yo.

La linterna se encendió y se apagó.

– ¡Jesse! -susurró Lassiter. -No hagas eso.

– Perdón -se disculpó el niño.

Lassiter se sentó debajo de una ventana rota que había junto a la puerta, con el rifle cogido entre los brazos. Pensaba en los tres hombres que había visto a través de la mira telescópica. «Tendría que haber matado a uno -pensó. -A Della Torre o a Grimaldi o al Armario.»

– ¿Qué podemos hacer? -preguntó Marie.

Lassiter movió la cabeza.

– No estoy seguro -dijo.

Los minutos transcurrían muy lentamente, pero, aun así, transcurrían. El viento, cada vez más fuerte, silbaba entre las vigas del techo. Lassiter pensó que a Della Torre no le iba a resultar fácil encontrarlos de noche; sobre todo, en una noche como ésa. Lo lógico sería que Della Torre regresara a la costa y volviera a intentarlo al día siguiente. Sí, eso sería lo más razonable, se dijo a sí mismo Lassiter. Después suspiró. ¿De qué servía engañarse a sí mismo?

De nada. No servía de nada. Lo supo cuando oyó las voces que venían desde el bosque. Al principio, apenas se podían reconocer, pero pronto se hicieron más nítidas.

– Franco! Dove sta?

Lassiter esperó con el rifle cogido entre las manos. Al otro lado del almacén, Marie estaba sentada en el suelo, conteniendo la respiración, con Jesse entre los brazos.

– Tranquilos -susurró Lassiter mientras la lluvia golpeaba contra el tejado.

Los hombres ya estaban a escasos pasos del almacén. El corazón de Lassiter retumbaba como un tambor.

De repente, el haz de luz de una linterna invadió la oscuridad, barriendo las paredes del almacén. Lassiter se agachó debajo de la ventana por la que entraba la luz. Pasaron unos segundos antes de que la luz encontrara a Jesse y a Marie que, como dos ciervos sorprendidos en la noche por los faros de un coche, se quedaron inmóviles, como si estuvieran clavados al suelo.

– Ecco!

Con un gran estruendo, la puerta se desprendió de sus goznes y cayó al suelo. Una figura enorme se perfiló en el marco. El Armario permaneció inmóvil durante unos instantes, como si estuviera saboreando el pánico que su presencia provocaba en la mujer y el niño. Cuando dio el primer paso hacia ellos, Lassiter susurró:

– Oye, grandullón.

El italiano se dio la vuelta como impulsado por un resorte. Lassiter disparó. La bala entró por el pómulo del gigante italiano y empezó a taladrarle el cerebro, levantando su cuerpo en el aire antes de volarle la tapa de los sesos. El ruido del disparo retumbó contra las paredes. Marie gritó, y el Armario se desplomó en el suelo como si fuera un enorme montón de ropa mojada.

Lassiter soltó el rifle y gateó a toda prisa hacia el cadáver del Armario. Mientras buscaba su pistola, miró un momento la cara del muerto, que parecía congelada en una mueca de inmensa sorpresa. Pero mayor fue la sorpresa de Lassiter.

– Ciao.

La voz venía de detrás de él. Antes de volverse, Lassiter ya sabía a quién pertenecía. Grimaldi lo estaba mirando desde el otro lado de la ventana. Tenía una Beretta en la mano.

«Estoy muerto -pensó Lassiter. -Los tres estamos muertos.»

Grimaldi dijo algo en italiano, y la cabeza de Della Torre apareció a su lado. El sacerdote tenía una linterna en la mano.

– ¡Joe! -exclamó al tiempo que alumbraba la cara de Lassiter. – ¡Qué agradable sorpresa!

El haz de luz de la linterna viajó hasta iluminar el cuerpo que yacía en el suelo sobre un charco de sangre y sesos. Della Torre se santiguó y entró en el almacén moviendo la linterna de un lado a otro. No tardó en encontrar a Jesse y a Marie agazapados al lado de la pared.

– ¿Sabe lo que son esos dos? -le preguntó el sacerdote a Lassiter. Al no obtener respuesta, él mismo contestó: -Son malas compañías, Joe. ¡Venga! ¡Todos en pie! -ordenó acto seguido. -Creo que estaremos más cómodos en la casa.

Grimaldi preguntó algo en italiano, y Della Torre movió la cabeza.

– No… Portali tutti -indicó el sacerdote. Unos segundos después, los cinco avanzaban por el sendero del bosque.

Jesse y Marie iban delante, guiados por el inquieto haz de luz de la linterna de Della Torre. Detrás de ellos iba Lassiter, seguido por Grimaldi y por el líder de Umbra Domini. Aunque Grimaldi se mantenía a dos pasos de distancia, Lassiter casi sentía el cañón de su Beretta apuntándole directamente a la columna vertebral. «Si intento huir ahora me matarán inmediatamente -pensó Lassiter. -Y, si no, me matarán más tarde. Y, haga lo que haga, Jesse y Marie van a morir. No hay solución.»

«A no ser que cometan un error.»

Aunque eso era improbable, era la única esperanza que le quedaba, así que Lassiter se aferró a la idea y siguió caminando.

Llegaron empapados a la casa. Grimaldi agrupó a Lassiter, Marie y Jesse alrededor de la mesa de la cocina y les indicó que se sentaran con un movimiento de la pistola. Mientras tanto, Della Torre encendió una de las lámparas de queroseno y removió las ascuas de la estufa. Después, el sacerdote se acercó a la mesa con la lámpara y se sentó enfrente de Jesse y Marie.

– Bueno -dijo frotándose las manos. -por fin nos conocemos. -Miró un momento a Grimaldi, le dijo algo en italiano y movió la cabeza hacia la cuerda que colgaba de un clavo en la pared. Después volvió a mirar fijamente a Marie, que tenía a Jesse sentado en su regazo. Pero cuando volvió a hablar, se dirigió a Lassiter. – ¿Sabe quién fue Lilith, Joe?

Lassiter movió la cabeza.

– No, nunca he oído hablar de ella.

Grimaldi se acercó a la mesa con la cuerda y le dio la pistola a Della Torre. El sacerdote apuntó a Lassiter. Grimaldi fue hasta donde estaba sentada Marie y, rodeándole la cintura con la cuerda, comenzó a atarla a la silla. De forma instintiva, ella intentó levantarse, pero Grimaldi la agarró de la muñeca y se la retorció hasta obligarla a volver a sentarse. Después le dijo algo con un tono amenazador que no requería traducción.