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Es mejor una acción a pequeña escala. Llévala a cabo. Ve qué ocurre. Luego haz otra cosa.

Nuestra acción a pequeña escala me estaba llevando a las negociaciones. No era del todo fácil. Los otros principales (al menos algunos de ellos) querían mantener mi existencia en secreto. Pero el general logró convencerlos. Soy un primero entre los expertos en la humanidad.

Había —hay— un elemento de riesgo que a mí me molesta más que al general. Pero había que hacerlo. ¡Es una forma tan fantástica de transmitir información!

Dramático. Sabíamos que los humanos prestarían atención.

Rápido. Sólo llevaría un momento —mirarme una sola vez— hacer comprender todo lo que queríamos decir.

Y en público. El general no quiere tratar con el enemigo en privado. Todo lo que tuve que hacer fue bajar del avión con aquel aguacero.

Dijimos al enemigo que para los humanos era posible vivir con y entre los hwarhath.

Les dijimos que para los humanos era posible llegar a un acuerdo con los hwarhath.

Les dijimos que para los humanos era posible trabajar con y para los hwarhath.

(Esto último es ambiguo. Pero considero el empleo, la opresión y la esclavitud relaciones entre seres que son —al menos hasta cierto punto— similares. Uno no emplea ni esclaviza un tiburón blanco ni un árbol. Uno pasa por alto o destruye lo que es realmente extraño.)

(No es un buen argumento. Puedo asegurarlo. ¿Qué ocurre con los gatos y los perros? ¿Y con las vacas? ¿Y con los corderos? ¿Y con los arriates? ¿Y con la levadura? Olvídalo.)

[Por favor explica todo inmediatamente en el frente.]

Llamamos su atención sobre el general, como alguien que tiene un interés y un conocimiento poco habituales sobre la humanidad, y llamamos la atención con respecto a mí. Dijimos al enemigo que había alguien no alienígena, alguien a quien pueden comprender, sin ninguna duda, y que vive entre los hwarhath.

Con suerte, los diplomáticos recibirán el mensaje. El servicio de información militar es otro asunto. Ellos son el motivo de mi preocupación.

Busqué hawata. Es un animal depredador, enorme y volador, parecido a un pájaro, que vive en el planeta madre de los hwarhath, en dos de los tres continentes del norte. Solía vivir en los cinco continentes, pero la civilización ha hecho disminuir el área que ocupa. Aparece en los cuentos populares y en la mitología, aunque sólo en el hemisferio norte. Evidentemente, en el sur se extinguió hace mucho tiempo.

Según la leyenda, el hawata es capaz de llevarse bebés y niños pequeños. (Se trata sólo de una leyenda. Según los científicos, no se ha dado ningún caso.) En la forma habitual del mito o el cuento del hawata, un niño es secuestrado, pero no devorado. En lugar de eso, lo rescatan personas de otro linaje y lo educan como a uno de ellos.

Por supuesto, con el tiempo se descubre la verdadera ascendencia del niño, ya sea mediante algún tipo de recurso (una joya que la criatura llevaba cuando el hawata la cogió) o gracias a una peculiaridad física. El niño tiene los ojos raros o una raya oscura a lo largo de la columna.

Si la historia es en clave de comedia, el descubrimiento lleva a una reconciliación de algún tipo: las familias enemigas ponen fin a su guerra cuando descubren que comparten una hija o un hijo. Sin embargo, a menudo la historia es trágica. Los amantes descubren que son hermanos y que su amor está prohibido. Un hombre descubre en la víspera de la batalla que el enemigo es su verdadero pariente. Entonces debe elegir.

Por alguna razón el hawata nunca aparece en ninguna obra de animales y, por lo que sé, nunca ha existido una obra heroica que utilice el secuestro por parte de un hawata. Parece algo natural. Incluso puedo imaginar la espantosa escena final.

Será mejor que envíe un mensaje a Eh Matsehar.

Del diario de Sanders Nicholas,

portador de información agregado al personal del Primer Defensor Ettin Gwarha

CODIFICADO PARA SER LEÍDO SÓLO POR ETTIN GWARHA

XI

No tuvo noticias de Nicholas durante más de una semana. No le importó. El ritual de apareamiento que tenía lugar en la bahía llegaba a su apogeo. ¿Era ésa la palabra correcta? Cuando tuviera tiempo consultaría un diccionario.

De día, el agua estaba desbordada de mensajes químicos, algunos de los cuales captaban los artilugios sensibles que colgaban debajo de las pequeñas balsas o de las boyas. Yoshi los había instalado una mañana, cuando la migración acababa de empezar. Salpicaban la bahía. En aquel momento no había forma de llegar a ellos sin perturbar a los animales que se dedicaban a cortejarse; pero enviaban análisis de vez en cuando por radio.

Los animales utilizaban también señales visuales. No tanto para comunicarse, pensó Anna, como para excitarse. En los días claros, las señales resultaban apenas visibles. Pero la mayor parte de los días estaba nublado. El agua gris brillaba y parpadeaba bajo un cielo cubierto de nubes de color gris oscuro.

Por supuesto, por la noche el despliegue era espectacular: rosas, verdes, azules, amarillos, naranjas pálidos y blancos. Los colores inundaban la bahía y se esparcían por el océano. En un par de ocasiones, siendo las nubes especialmente bajas, las luces brillaron por encima de su cabeza en el cielo nocturno: eran reflejos, apagados, pálidos y poco visibles, pero allí estaban. Empezaba a sentir sueño.

Una tarde la llamó Nicholas.

—El general se va a otra fiesta. Más bebida y canapés. No quiero tener nada que ver con eso. ¿Puedo ir a molestarte?

Mierda, pensó Anna. Sus ojos se resistían a permanecer abiertos y le parecía que tenía la cabeza llena de pelusa gris.

—A las dieciséis —respondió ella—. A esa hora tendría que estar despierta. Reúnete conmigo en la barca. ¿Esta vez querrás hablar de los animales?

—Puede ser. —Nicholas sonrió brevemente e hizo una seña de despedida. Ella regresó a la cama.

Media hora más tarde la unidad de comunicación volvió a sonar. Anna maldijo y salió a gatas de debajo de la manta.

Esta vez era la comandante Ndo.

—¿Puedes venir hasta aquí? Lo más pronto posible.

Anna abrió la boca.

La comandante frunció el entrecejo.

—Es importante, miembro Pérez.

—De acuerdo.

—Bien. —La comandante le dedicó una amplia y dentuda sonrisa. Depredadora, pensó Anna.

Se vistió y subió a la colina. El cielo estaba cubierto de nubes. Soplaba un viento frío que inclinaba los rojizos y desnudos tallos de esporas y le azotaba el pelo, haciéndolo revolotear a ambos lados de su cara. De vez en cuando sentía caer una gota de lluvia.

El capitán Van esperaba a la entrada del recinto; parecía preocupado.

—¿Qué ocurre?

Él se llevó un dedo a los labios: el símbolo universal para pedir silencio.

Ella asintió y él la condujo hasta un ascensor. Bajaron un piso y salieron a un pasillo. Los tubos del techo emitían una luz pálida, áspera e institucional. En el aire flotaba un olor estéril. ¿A qué?, se preguntó. A metal y a hormigón.

—¿Qué es esto?—preguntó.

—Un sótano.

Atravesaron una pared gris, de metal, bajaron un tramo de escaleras y entraron en otro pasillo. Éste era todavía más curioso. ¿Para qué se necesitaba un sótano en un edificio provisional? Al final del pasillo había otra puerta de metal. El capitán se detuvo y apretó un botón de la pared. Anna oyó un zumbido y levantó la vista. Una cámara negra y diminuta giró lentamente, se detuvo y apuntó su luz roja hacia ella.