XII
Subieron a la planta baja; no encontraron a nadie en la escalera ni en el ascensor. ¿Se debía a la fiesta, la recepción de los diplomáticos? ¿Estaban todos allí? ¿O aquella gente abandonaba el trabajo muy temprano?
No regresaron por el mismo camino por el que ella había llegado con el capitán Van. En lugar de eso, Gislason la condujo por otro pasillo hasta una puerta en la que se leía: SALIDA EXCLUSIVA DE EMERGENCIA — SONARÁ ALARMA. La abrió. Nada ocurrió, salvo que entró un viento frío cargado de lluvia.
A un ademán de él, Anna se cerró la chaqueta, se puso la capucha y salió. Empezaba a oscurecer y la temperatura estaba descendiendo, como la lluvia, que caía sin parar. Una noche espantosa.
Él salió con ella y cerró la puerta.
—En realidad, no deberíamos salir en la barca con mal tiempo —señaló Anna.
Él se llevó un dedo a los labios. Rodearon el recinto siguiendo un sendero abierto en la densa y esponjosa vegetación musgosa. Frente a la entrada principal el sendero se unía al camino que descendía por la colina. Éste había sido apropiadamente abierto: construido con maquinaria y pavimentado con grava de una de las playas. Las piedras eran redondas y resbaladizas y pisarlas resultaba poco seguro. Anna avanzó lentamente y Gislason la siguió.
Cuanto más lo pensaba, más insegura se sentía con respecto al plan. Nicholas sabía mucho más que ella de cuestiones de seguridad. No creía que la reacción de él fuera pura cobardía. Estaba al corriente de lo que iban a hacer y eso lo aterrorizaba. Anna nunca había visto a nadie tan asustado.
Pensó en los servicios secretos de la historia moderna: la SS, la CÍA, el KGB y otros cuyos nombres ya no recordaba porque sólo los había oído mencionar en algún curso sobre atrocidades de la facultad. En teoría, las cosas habían mejorado. ¿Podía afirmarlo?
Mientras bajaba por la colina en dirección a las luces amarillas de la estación de investigación, se le ocurrió que no tenía pruebas que demostraran que alguno de los diplomáticos estuviera involucrado en aquel secuestro. Si no lo estaban, si la comandante actuaba por cuenta propia, entonces ella, Anna, estaría traicionando a su gobierno, lo mismo que a Nicholas y a sí misma.
Un verdadero asco.
Llegaron al pie de la colina. Ahora resultaba más fácil avanzar. El sendero se extendía entre los edificios de la población y avanzaba junto a ventanas iluminadas. Vio gente trabajando en el interior, en laboratorios y oficinas. Una ventana grande se abría hacia un salón. Varias personas bebían antes de la cena. Vio las copas e imaginó lo que contenían: jerez, vino, algún tipo de refresco. ¡Dios, parecía muy confortable!
Fuera, la lluvia caía sobre la calle lanzando destellos plateados. Unas criaturas semejantes a peludos gusanos azules se agitaban en el sendero, entre los guijarros brillantes y negros.
—¿Qué son esas cosas horribles? —preguntó Gislason.
—Gusanos, en su mayoría. El vello que los cubre no es pelo, y no cumple la función de aislamiento. Lo utilizan para alimentarse.
—¿Cómo?
—Yasmin, la mujer que los estudia, considera el vello, provisionalmente, como «cilios», aunque no cree que tal nombre perdure. Los cilios producen enzimas que sirven para digerir los alimentos y los absorben una vez digeridos. Los animales tienen intestinos pero no boca, y un solo orificio. El alimento penetra por los cilios y sale por el orificio.
—¿Qué comen?
—Según Yasmin, lo que encuentran. El grueso de su dieta lo forman los microorganismos del suelo; pero también se alimentan de desechos, y ella cree que pueden comer raíces de plantas. Habitan en túneles, en una especie de caldo de cultivo compuesto por sus propios jugos gástricos y todo lo que han digerido. Es como si vivieran dentro de su propio estómago. ¡Un prodigio de criaturas!
Gislason emitió un sonido ambiguo.
—Están aquí a causa de la lluvia. Sus túneles han quedado inundados.
Los gusanos eran cada vez más numerosos. Anna caminó cuidadosamente entre ellos, en silencio porque tenía que mirar dónde pisaba y porque tenía que pensar. No quería salir con la barca de noche y con lluvia, y tampoco quería verse envuelta en un incidente internacional. Y aunque irracionalmente, tampoco quería tener nada que ver con perjudicar a Nicholas Sanders.
¿Qué podía hacer? ¿Correr? ¿Gritar? Gislason estaba a su lado, alto y temible. Imaginó que la cogía, la estrangulaba o la golpeaba con algún esotérico movimiento típico de las artes marciales. Se despertaría convertida en una prisionera, con la comandante furiosa; y la barca habría salido igualmente. Imaginó que se abría paso por la bahía, asustando a sus alienígenas y poniendo fin a la frágil paz del apareamiento.
Si lograba llamar la atención, sería la de los científicos humanos. ¿Cómo les iría a ellos contra el servicio de información?
Pasaron junto al último edificio. Delante de ellos se abría la bahía, en ese momento completamente a oscuras. Sus criaturas no habían comenzado a emitir las señales nocturnas; y si lo habían hecho, los mensajes quedaban ocultos por la lluvia. Sin embargó, la luz del muelle brillaba intensamente y logró vislumbrar la forma borrosa de la barca.
Caminó delante por el muelle, moviéndose con cautela. Allí no había gusanos, pero la superficie de metal resultaba resbaladiza a causa de la lluvia. En el agua, cerca del muelle, brilló una luz débil y pálida. No supo de qué color era. Una de las criaturas se estaba identificando, aunque sin autoridad ni convicción. Yo soy yo. Creo… estoy casi seguro… soy yo.
Gislason se colocó inmediatamente detrás de ella. No tenía forma de escapar. Sin duda, no iba a meterse en el agua. Estaba llena de zarcillos urticantes.
Yoshi esperaba en la barca, junto a la puerta que conducía a la cabina, y sostenía un paraguas de papel engrasado de color amarillo chillón.
En cuanto subieron a la barca, dijo:
—Esto es una verdadera suerte, Anna. Te lo explicaré más tarde. Buenas noches… ah, Portador. ¿No es así?
—Sí —respondió Gislason. Ella lo miró. Llevaba levantada la capucha de la chaqueta. Su rostro quedaba oculto y no había forma de diferenciarlo de Nicholas.
—Toda tuya. Que te diviertas. —Abrió el paraguas, pasó junto a ellos y saludó a Gislason con la cabeza.
Ella entró en la cabina. Al cabo de un instante Gislason la siguió.
—Se ha ido. Podemos desamarrar.
—Tenemos que desconectar los cables de la masa flotante —puntualizó Anna—. Debo advertir a los seudosifonóforos.
—¿Qué quiere decir?
—Los hay en toda la bahía, y han llegado al punto en que no prestan atención a nada salvo a sus iguales. Podríamos golpearlos. No cabe duda de que cortaremos algunos zarcillos.
Gislason frunció el entrecejo.
—¿Y cómo les advierte?
—En la masa flotante, la que está en medio de la bahía, hay luces, y tenemos un programa que traduce el inglés a señales luminosas. Así es como se comunican los animales… mediante destellos de luz.
Él sacudió la cabeza.
—No.
—No voy a sacar la barca a menos que pueda advertírselo a las criaturas de la bahía. Es posible que sean inteligentes. Sin duda, son vulnerables. No seré yo la responsable de causarles daño.
Él la observó con sus ojos de color verde claro y adoptó una expresión pensativa. Estaba considerando las posibilidades, calibrando las consecuencias, y ella tuvo la sensación —la clara sensación— de que algunas de las posibilidades le resultarían desagradables.
Finalmente, él dijo:
—De acuerdo. Envíe el mensaje. Pero yo la vigilaré.
Ella asintió y se volvió en dirección al ordenador; abrió el directorio de traducción. Allí había dos programas. Uno traducía el inglés a un lenguaje luminoso. El otro había sido instalado por Yoshi cuando decidió enseñar a los animales Mary tenía un corderito. Este programa traducía el inglés a un código de emergencia internacional.