Выбрать главу

—Vamos —propuso Nicholas.

Echaron a andar. Metió las manos en los bolsillos casi de inmediato y caminó a grandes zancadas que nada tenían que ver con los graciosos movimientos de Hai Atala.

—¿Qué ha pasado con los uniformes? —preguntó ella unos instantes después.

—Lo que ves ahora es el atuendo habitual de los hombres hwarbath. Recuerda que los miembros del Pueblo tienen el cuerpo cubierto de pelaje, y que, en gran número, los hombres viven en lugares con clima artificial. ¿Para qué iban a necesitar ropa? Necesitan bolsillos y un lugar donde colgar la placa de identificación, y deben cubrirse lo suficiente para que las personas provenientes de culturas recatadas no se sientan perturbadas. Y eso es lo que hay.

—Los uniformes del planeta eran falsos —dijo Anna.

—Parte de un vestuario —puntualizó Nicholas—. Como el de una obra de teatro. Advertí al general de que a los humanos podía resultarles difícil tomarse en serio a una persona vestida con pantalones cortos. De modo que hicimos que el Cuerpo de Arte diseñara uniformes de cadetes del espacio. Me parecieron muy logrados. Me gustaron especialmente las botas altas, negras y brillantes, aunque no consigo imaginarme su utilidad. Nadie monta a caballo en una estación espacial, ni se dedica al excursionismo. El problema de las mordeduras de serpiente es mínimo. Es posible que se usen para patear a los subordinados, mientras se pronuncian blasfemias guturales en una lengua desconocida —Anna había olvidado el sonido de la voz de Nicholas. Era una voz de tenor, ligera, agradable y divertida.

—¿Hacen esa clase de cosas?

—¿Patear a los subordinados? No, y tampoco blasfeman demasiado. En la lengua hwarhatb principal no hay obscenidades, absolutamente ninguna. No puedes decirle a nadie que se vaya a la mierda. No puedes describir nada como un montón de mierda. A veces creo que esto explica muchas cosas de los hwarhatb.

Doblaron otra esquina. Delante de ellos apareció una enorme puerta doble, flanqueada por un par de soldados armados con rifles. En medio de la puerta había un emblema que se extendía desde la línea que dividía la puerta en dos: unas llamas de alrededor de un metro de alto, en relieve y doradas.

—La Hoguera —aclaró Nicholas—. Representa a la Diosa y al Mundo Nativo, el Centro del Linaje, y a las Mujeres, o tal vez a la Mujer. Es como si oyera todas esas palabras en mayúscula. —Observó a uno de los soldados y le habló. El soldado se volvió y tocó algo. Las puertas se abrieron.

Dentro el suelo era de madera, de color amarillo pálido y brillante.

Nicholas atravesó la entrada. Anna lo siguió y las puertas se cerraron tras ellos.

Las paredes de la habitación parecían ser de yeso; blancas de un ligero matiz azul. Tapices de ricos colores mostraban a los hwarhath haciendo cosas que ella no comprendió. En medio del suelo había una alfombra larga y ancha. Al igual que los tapices, tenía gran abundancia de colores: rojo, azul oscuro, verde oscuro, naranja intenso y amarillo brillante.

—¡Caramba!—exclamó Anna.

Nicholas se echó a reír.

—Llevaba casi diez años viviendo entre los hwarhath cuando vi el interior de las habitaciones de la mujeres. En aquel momento dos tías del general decidieron que querían saber algo más sobre el compañero que su querido sobrino había elegido, y se trasladaron a una de las estaciones. —Mientras hablaba, la guiaba pasillo abajo, avanzando sobre la alfombra de colores y junto a los tapices—. Nos llamaron al general y a mí para mantener una entrevista. Yo ya había oído decir que las habitaciones de las mujeres eran diferentes. Pero aún así quedé impresionado.

Anna miró hacia delante. Al final del pasillo había tres personas vestidas con túnicas rojas y amarillas. Estaban de pie, esperando, con la habitual serenidad hwarhath. Personas voluminosas, anchas y sólidas.

Nicholas siguió hablando con su voz suave.

—Es difícil hacer que las matriarcas hwarhath abandonen su planeta natal. Pero el general contestaba con evasivas. Le habían pedido que me llevara a Ettin y él siempre encontraba excusas para no hacerlo. Por eso vinieron a mí. Forman un linaje muy ambicioso, y el general es el hombre Ettin más importante de su generación. Las tías no estaban dispuestas a dejar que le ocurriera algo a su principal representante en el mundo de los hombres.

Llegaron adónde estaban las tres personas. La ropa que llevaban estaba confeccionada con piezas largas y estrechas, cosidas a la altura de los hombros. Más abajo, las piezas se separaban y quedaban unidas en distintos puntos por finas cadenas de oro. Cuando las personas se movían, las piezas se agitaban y a veces incluso ondeaban, pero los huecos que había entre una y otra nunca se agrandaban.

El material le recordó a Anna el brocado de seda. Cada túnica tenía un estampado diferente. Uno de ellos parecía de flores; el otro era geométrico; el último podría haber representando animales, aunque Anna no supo de qué clase.

Nicholas se detuvo con las manos fuera de los bolsillos, a los costados. Su habitual inquietud le había abandonado. Se quedó de pie, quieto, con la vista baja. Incluso cuando inclinaba la cabeza era unos diez centímetros más alto que los alienígenas, pero los cuerpos voluminosos de éstos hacían que él pareciera frágil.

Eran mujeres, casi con toda seguridad, aunque sus rostros —anchos, de rasgos toscos y cubiertos de pelaje— no parecían femeninos, como tampoco los torsos, ni los brazos gruesos y peludos que llevaban desnudos desde los hombros. Las tres lucían un brazalete: ancho, grueso y sencillo y, según le pareció a Anna, de oro.

—No las mires a los ojos —dijo Nicholas suavemente.

Anna bajó la mirada.

Una de las alienígenas dijo algo en voz profunda, muy profunda.

—Debo presentarte —dijo Nicholas—. La mujer de la derecha es Ettin Per. La que está a su lado es Ettin Aptsi. Y la de la izquierda es Ettin Sai. Son hermanas, y actuales líderes del linaje Ettin. Ettin Gwarha es su sobrino.

La tercena mujer —Sai— habló en un tono menos profundo, más parecido al de barítono que al de bajo.

—Ella entiende el inglés, aunque no suele hablarlo. Me ha pedido que te diga que comprende que no es una descortesía que las mires a los ojos. Las costumbres de los humanos son diferentes.

La primera mujer —Ettin Per, la de la voz muy profunda— volvió a hablar.

Nicholas dijo:

—Te está dando la bienvenida a los aposentos de las mujeres. Esperan ansiosamente el momento de hablar contigo. Están muy interesadas en la humanidad y sobre todo en las mujeres humanas.

—Diles que estoy contenta de haber venido —dijo Anna—. Y que espero ansiosamente el momento de hablar con ellas. ¿Para esto me ha hecho venir el general?

—Sí —respondió Ettin Sai.

La tercera mujer —Aptsi— habló. También su voz era de barítono.

Nicholas levantó la cabeza y la miró a los ojos, respondiendo en la lengua de los alienígenas. Aptsi extendió una mano de pelo gris y le tocó suavemente el hombro.

—Debemos retirarnos —dijo Nicholas —. Vamos.

Dejaron a las tres mujeres de pie, como estatuas de las Tres Parcas. Nicholas condujo a Anna por otro pasillo, más estrecho que el primero pero construido con los mismos materiales. En éste no había tapices. Llegaron a una puerta de metal plateado. En la pared contigua a la puerta había una placa cuadrada, también de metal pero más oscura y más apagada.

Nicholas señaló la placa.

—Apoya la palma de la mano en ella. Presiona con firmeza. Bien. Ahora está preparada para abrirse sólo para dos personas: tú y yo.

Más allá de la puerta había una enorme habitación cuadrada. El suelo era de madera de color gris pálido, y unos paneles de la misma madera recubrían la mitad inferior de las paredes. Tenían un extraño brillo iridiscente. ¿Como qué? ¿Como las escamas de un pez? ¿Como el nácar?