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Anna tocó la madera. Tenía la textura de la madera, pero en realidad parecía haber salido de debajo del agua. Los colores pálidos se agitaron y brillaron bajo la fría superficie pulida.

—¿Te importa si me siento? —preguntó Nicholas.

—Por favor. —Dejó la bolsa y miró la puerta. Se había cerrado.

El se acomodó en una enorme silla baja y estiró las piernas.

—Hace más de diez años que conozco a las tías. Aún no me siento totalmente cómodo con ellas. Aptsi es la más fácil de tratar. Me preguntaba cómo me encontraba y me decía que se alegraba de verme. —La miró y sonrió—. Hace diez años me hicieron la misma entrevista. Aptsi y Per. Decidieron que Gwarha podía quedarse conmigo. Me sentí como una especie de mascota poco atractiva. Ya sabes, como el perro callejero que un niño lleva a su casa. «Recuerda, Gwarha, que tendrás que ocuparte de él, y si hay algún problema…»

—Son muy corpulentas —comentó Anna.

—Así es. Tal vez en algún momento te explique lo del dimorfismo sexual entre los miembros del Pueblo, pero no ahora. Dispones de cocina y cuarto de baño. Yo supervisé la instalación. Los accesorios pueden parecerte raros, pero todos funcionan y pueden ser utilizados por los humanos. En la cocina hay comida, parte del botín que el general se llevó al final de la última ronda de negociaciones. Hay conversores de voltaje en todos los enchufes. Si tienes que enchufar algo, puedes hacerlo con confianza.

»Dispones de un sistema de intercomunicación. He redactado instrucciones para ponerlo en marcha y para localizarme a mí, lo mismo que a los demás miembros de tu equipo. Y he traducido las instrucciones de lo que hay que hacer en caso de emergencia: corte de electricidad, pérdida de gravedad, pérdida de presión atmosférica.

—¿Eso ocurre con frecuencia?

—Que yo sepa, nunca. Pero lee las instrucciones y memorízalas.

»Si ocurre algo, éste es el lugar más seguro donde puedes estar. Los hwarhath se han asegurado de que esta parte de la estación sea muy sólida. Todos los sistemas son redundantes, y los equipos de rescate vendrán primero aquí. Los hwarhath son concienzudos cuando se trata de proteger a sus mujeres.

»Puede que éste sea un buen momento para hablarte de la estación. Fue construida para esta ronda de negociaciones. No se parece en nada a lo que interesa a los hwarhath, y normalmente no utilizan este punto de transbordo. Aquí hay muy poca información útil. Si tus colegas deciden jugar a los espías, lo único que lograrán, como dice el chiste, es perder el tiempo y hacer enfadar a los hwarhath.

—La estación es enorme —comentó Anna—. ¿La construyeron para una ronda de negociaciones?

Él asintió.

—En este momento está casi vacía. Si las negociaciones tienen éxito, el Pueblo seguramente necesitará el espacio que sobra. Si las cosas no funcionan, me imagino que las cargas explosivas ya están colocadas en su sitio.

Anna no quiso pensar en una cultura que podía construir algo tan grande en menos de dos años, ni en los conocimientos que seguramente tenían para destruirlo. Cambió de tema.

—No jugarán a los espías. A los del servicio de información les han dicho que no metan sus manazas en esto.

—Vuélvete —indicó Nicholas.

Ella lo hizo. En la puerta, sobre los paneles, había un rectángulo de luces: tres a lo ancho y cinco a lo largo. Todas las luces estaban encendidas. Todas eran incoloras, salvo dos de la fila inferior, que tenían un tono ámbar.

—Éste es tu monitor de seguridad. Si todas las luces son incoloras, significa que todas tus puertas están cerradas con llave, y que el intercomunicador está apagado y nadie está escuchando ni mirando. Si alguna de las luces es de color ámbar, no estás segura.

—¿Me estás diciendo la verdad? —preguntó ella.

—Mi fama de mentiroso es exagerada. Tienes micrófonos ocultos, Anna, y no son de los alienígenas. Los hombres de seguridad del general han venido a hacer una comprobación… esta mañana, podría decirse. Durante el primer ikun. Estas habitaciones eran seguras antes de que entraras en ellas.

—Creo que utilizaré el lavabo.

Él se lo señaló y Anna atravesó una puerta.

Nicholas tenía razón con respecto a los accesorios. Eran decididamente raros, pero funcionaban y cualquier humano podía utilizarlos. El papel higiénico era como el que habría encontrado en infinidad de lugares de la Tierra. ¿Una cosa más que el general había cogido?

Se lavó las manos y la cara y se miró al espejo.

Era una mujer rolliza, de estatura normal entre los humanos. Tenía la piel morena, el pelo corto, negro y ondulado. Llevaba pantalones y una chaqueta de algodón azul oscuro, la clase de algodón que se arruga. La blusa era blanca, del mismo algodón. No llevaba joyas, sólo un collar de cuentas de lapislázuli. Su madre lo había comprado durante una visita a la República Socialista Islámica, en los tiempos en que aún quedaban naciones independientes en la Tierra.

¿Era aquél el aspecto de una persona que había viajado un centenar de años luz desde su hogar? ¿Era aquél el aspecto de alguien que acababa de usar un lavabo alienígena?

Sí, y también era el aspecto de alguien que —a esa distancia y en medio de tanta rareza— no podía librarse de los tontos.

¡Oh! ¡Su expresión era de enfado! No le gustaban las arrugas que veía alrededor de la boca y en el entrecejo.

En el bolsillo de la chaqueta llevaba una pluma. Gracias a Dios, era una anticuada. Pensaba que no podía fiarse del ordenador. Arrancó un trozo de papel higiénico y escribió: «Líbrate de los micrófonos ocultos.» Después hizo una mueca a su imagen reflejada en el espejo y fue a reunirse con Nicholas.

Ahora él estaba de pie, sosteniendo una copa de vino en cada mano. Las dos estaban casi llenas de un líquido amarillo pálido.

—En tu historial decía que te gusta el vino blanco. Éste es un Pouilly Fume. No es malo, creo, aunque debo decirte que ya no estoy al tanto de este tipo de cosas.

Ella cogió una de las copas y le pasó el trozo de papel higiénico. Él lo miró, asintió y alzó su copa.

—Por la paz y la amistad.

Bebieron. El vino estaba frío y era bueno.

Él dejó la copa.

—No hay ningún plan para esta noche. Puedes descansar un poco, supongo que te hará bien. Mañana es la apertura formal de las negociaciones, habrá un montón de discursos vacíos. Yo no asistiré, pero tú tendrías que hacerlo. Vendré por la mañana. No deberías ir a ninguna parte sin escolta, Anna, y tu escolta debería ser alguien que conozcas. Hai Atala Vaihar, o yo. Mañana te presentaré al tercer hombre. Eh Matsehar. Es miembro del Cuerpo de Arte y ha sido asignado provisionalmente al general. Habla un inglés excelente y supongo que deberías ser capaz de soportar sus modales.

No quería quedarse en aquel sitio sin más compañía que los artefactos humanos de espionaje, pero no supo qué decir.

—En la cocina hay más vino y comida, como te dije. Nadie puede entrar sin tu permiso. No creo que las tías vengan a molestarte, pero si lo hacen recuerda que son mucho más grandes que tú. TrAtalas con respeto y háblales directamente. No mientas ni intentes ser evasiva. Si no quieres responder a una pregunta, dilo. Los miembros del Pueblo respetan la honestidad, y las personas de Ettin son famosas por su franqueza.

»Hay una bonita canción que dice…

Hizo una pausa y miró con expresión ausente la pared que tenía ella a sus espaldas: