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La reunión duró cuatro horas. Finalmente se levantaron todos y salieron en fila de la forma convenida. El holograma se desvaneció. La puerta de su habitación se abrió. Allí estaba Eh Matsehar, de pie.

—¿Por qué no estaba allí? —preguntó Anna, señalando la pared que había quedado en blanco.

—Lo mío no son las negociaciones. Estoy aquí para observar y tratar de comprender. Si me acompaña, Pérez Anna, la llevaré al lugar donde sus compañeros van a comer y hablar al mismo tiempo. Nicky me dice que ésa es una práctica común, casi universal entre los humanos; y he leído acerca de ello en sus obras. Por ejemplo, la escena del banquete de Macbetb.

Bajaron juntos por el pasillo hasta otra habitación. Aquella estación era como un laberinto o una galería de espejos.

Se abrió otra puerta. Eh Matsehar anunció:

—Volveré a buscarla dentro de medio ikun. Dentro de algo más de dos horas según su forma de medir el tiempo.

—¿Ha leído Macbeth? —le preguntó.

—Sí. El original, y la traducción de Nicky. Pensé que podría hacer algo con ello. La heterosexualidad no hace al caso. Puedo convertir a la mujer, a esa maravillosa y terrible mujer, en madre o en hermana. En cuanto al resto, la historia habla de la ambición y la violencia, que son temas decentes que no perturbarán al público.

»Pero no he logrado hacer nada todavía. Tal vez lo haga cuando conozca mejor a su gente. —Hizo una pausa y añadió—: “¿Podrá lavar la sangre todo el gran océano de Neptuno? ¿Limpiarla de mi mano? No, nunca; antes mi mano teñiría de rojo todos los mares infinitos tornando el verde en escarlata.” Eso es escribir bien. —Señaló la puerta. Anna entró.

La sala estaba llena de colegas suyos que ya se habían instalado alrededor de una mesa larga y demasiado baja. Las sillas también eran bajas. El embajador, un hombre corpulento del Sureste Asiático, se irguió con dificultad y dijo:

—Miembro Pérez, acérquese, por favor. Necesito saber cosas sobre las mujeres alienígenas.

Anna se sentó entre él y el asistente del embajador, que era tan alto como Nicholas y estaba incómodamente doblado en su silla.

Sten y Charlie. Les habló del encuentro con las mujeres de Ettin mientras comían sucedáneo de pato con toronjil.

Cuando terminó, Charlie dejó los palillos sobre el cuenco y se arrellanó.

—Nicholas Sanders está aquí. Me pregunto por qué no lo emplean en las negociaciones.

—¿Tiene eso importancia? —preguntó ella.

—En realidad, no podría decirlo. No voy a preocuparme por eso. Usted sabe por experiencia propia de lo que ha servida preocuparse por Sanders. Si el servicio de información no se hubiera inmiscuido, a estas alturas podríamos haber llegado a un acuerdo; y deberíamos estarle agradecidos. Estoy casi seguro de que a él se debe que tengamos una cocina que se puede usar. Todo rotulado en inglés, con instrucciones abundantes y claras. Tal vez el hombre tendría que haberse dedicado a ser escritor técnico.

—¿Qué debo hacer a continuación? —preguntó Anna.

—Exactamente lo que está haciendo. Hablar con las mujeres alienígenas. Hablar con Nicholas Sanders. Informarnos. En algún momento, supongo, empezaremos a entender por qué los alienígenas solicitaron que viniera usted y qué papel juegan en las negociaciones estas mujeres de asombrosa voz.

—Lo que me preocupa —comentó Sten— es lo que dijo el hombre acerca de que esta estación se construyó para estas negociaciones. ¿Eso es posible, capitán Mclntosh? ¿Nosotros podríamos hacerlo?

—No lo sé, y si lo supiera sería información secreta. —Hizo una breve pausa—. Si es verdad, es un logro impresionante. Creo que puedo afirmarlo, y también… me cuesta creer que la mayor parte de la estación esté vacía. Si yo dispusiera de un espacio como éste, encontraría la forma de utilizarlo.

Sten pareció preocupado.

—Evitemos las especulaciones —dijo Charlie—. Lo que los hwarhath hacen con su estación y su espacio no es asunto nuestro.

Anna se retiró al terminar de comer, después del flan y del fuerte café asiático mezclado con azúcar y leche condensada.

Eh Matsehar estaba de pie en el pasillo. Parecía tan sereno y paciente como cualquier otro hwar. Sólo cuando se movió, Anna volvió a notar su torpeza, impropia de un hwar. Regresaron al otro extremo de la estación.

A mitad de camino, Anna preguntó:

—¿A qué se refería cuando dijo que yo era la última víctima de Nicky?

—Si él no quiere que hable en los pasillos, no lo haré —respondió el alienígena—. Aunque opino que se equivoca. No comprende las reglas del espionaje. Todo tiene sus reglas, aunque ustedes, los humanos, no parecen comprenderlo. Eso debe de hacerles la vida muy difícil.

Se separó de ella al llegar a la alta puerta doble. Anna entró y fue hasta sus aposentos por el enorme pasillo cubierto de tapices.

Nicholas estaba en la habitación principal, hablando con un alienígena. Levantó la vista en cuanto ella entró.

—Anna, éste es el jefe de seguridad del general. Le gustaría registrarte para ver si llevas algún dispositivo de vigilancia, con tu permiso, por supuesto.

Ella asintió.

Nicholas habló mientras el alienígena alzaba una mano. En ella sostenía algo parecido a una pistola plateada, cuyo cañón se ensanchaba como los de los antiguos trabucos. La hilera de luces de su parte superior parpadeó suavemente. Recorrió con el arma el cuerpo de Anna, sin tocarla en ningún momento ni levantar la cabeza lo suficiente para que sus miradas se cruzaran. El artilugio sonó un par de veces. Las luces de la parte superior parpadearon más intensa y más rápidamente.

Un espectáculo maravilloso, pensó Anna. ¿Pero qué estaba ocurriendo?

—¿Podrías darle tu cinturón? ¿Y tus zapatos? Tienen micrófonos ocultos.

Anna se quitó el cinturón y los zapatos y se los tendió.

Nick y el alienígena intercambiaron algunas palabras más. Este último era de la misma estatura que el general, más bajo incluso, con el pecho en forma de barril, y los brazos y piernas cortos, gruesos y potentes. Una cresta de pelo más largo y oscuro muy característica recorría su cabeza y le bajaba por la espalda.

Finalmente el alienígena se volvió hacia ella y habló, manteniendo la vista baja.

—Te da las gracias por tu consideración y cooperación. Ahora tus aposentos están seguros.

—Estupendo.

El alienígena se marchó llevándose los zapatos y el cinturón de Anna.

Cuando la puerta se cerró tras él, Nicholas dijo:

—¿Recuerdas al guardián que tenía la última vez que nos vimos? ¿El chico?

—El que fue asesinado.

Asintió.

—Se llamaba Gwa Hattin. El individuo que acaba de salir es su hermano mayor, Gwa Hu. Cada vez que oigo ese nombre pienso en el antiguo grito de guerra norteamericano.

Ella lo miró con desconcierto.

Wahoo —dijo él con una sonrisa—. Los Gwa han sido aliados de los Ettin durante más de tres siglos, e intercambias material genético con regularidad. El linaje menor del general, su linaje masculino, es Gwa. Habitualmente tiene uno o dos hombres de Gwa entre su personal.

—Me estás diciendo que el servicio de información militar mató a uno de los parientes de Ettin Gwarha.