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—Sí. El adelantado te ha quitado la bolsa, el tubo de pasta dentífrica y el ordenador. Te los devolverán lo más pronto posible. Lo del ordenador puede tardar un poco. El mejor lugar para ocultar un árbol es un bosque.

—¿Había un micrófono oculto en mi pasta dentífrica?

Nicholas sonrió.

—Parece ser que sí. Si necesitas un ordenador, puedo proporcionarte uno, un modelo humano; y si te gustan los juegos, tengo uno de aventuras realmente fantástico. Es el único que he sido capaz de soportar.

Ella asintió.

—De acuerdo.

—Ahora bien —Nicholas hizo una pausa y miró a su alrededor—, el general ha decidido que yo sea tu enlace. En realidad no queda otra alternativa. Evidentemente, no hay mujeres entre el personal, y yo soy la única persona que puede tener alguna relación contigo, por remota que sea. Él ha dicho a los otros principales que nosotros provenimos de regiones cercanas que a menudo han intercambiado material genético. Kansas e Illinois. Como Gwa y Ettin. Eso me da derecho a venir aquí. Si quieres, puedo cambiar la puerta para que sólo puedas abrirla tú; pero habrá ocasiones, como hoy, en las que será conveniente que pueda entrar.

Anna se encogió de hombros. —Deja la puerta como está. Él asintió.

—La gente de tu equipo quiere que vuelvas a la hora de la cena. A las mujeres de Ettin les gustaría hablar contigo mañana. Te conseguiré el ordenador y el juego. Tendría que haber estudiado administración hotelera en la escuela, además de todas esas clases de idiomas.

Se marchó. Ella se dio una ducha y luego cogió una botella de vino de la cocina.

Muy bien, pensó mientras se sentaba y apoyaba los pies en una de las mesas nacaradas. ¿Qué preguntas iba a hacerle a Nicholas ahora que sus aposentos eran seguros? Elaboró una lista, empezando por la observación de Eh Matsehar.

IV

En la antesala del general brillaba la luz que indicaba que estaba ocupado.

Esperé allí, paseándome de un lado a otro, hasta que Vaihar salió y el general me indicó que entrara.

El holograma aún mostraba la playa de arena gris verdosa. Las olas que rompían en ella eran ahora más altas y turbulentas. El cielo era más oscuro y no había animales volando al viento. Amenazaba tormenta.

—Siéntate —me dijo el general—. Y deja de moverte. ¿Qué ocurre?

—Gwa Hu se presentó en los aposentos de Anna. Encontró ocho dispositivos de vigilancia.

El general mostró una amplia sonrisa.

—Sólo cinco son humanos, Primer Defensor. Los otros tres fueron colocados por el Pueblo.

Lanzó un silbido.

—Son de lo más nuevo. Ninguna persona corriente podría haberlo conseguido.

A’atseh Lugala Tsu —comentó.

—Casi seguro.

Dejó caer el estilete que tenía en la mano. Éste rebotó y cayó de la mesa.

Me puse de pie, lo recogí y se lo entregué.

—Ese estúpido jamás ha pertenecido al frente. Los Lugala tendrían que haber encontrado a otro a quien hacer avanzar. Un linaje de esa talla debería tener algún miembro masculino competente. Pero mis tías siempre me han dicho que las mujeres de Lugala… —Se interrumpió para no decir algo descortés y me miró con expresión airada—. Ése es el efecto de la humanidad. Sabemos que los humanos están ahí fuera. Sabemos que viven sin reglas, y que la Diosa no los destruye. Saber eso nos asusta y nos lleva a plantear preguntas. Ahora vemos los resultados.

—¿Volverás a tirar el estilete? Si no, me sentaré.

Señaló la silla con la cabeza.

—No estás de acuerdo.

Estiré las piernas y las crucé; me tomé un momento para respirar profundamente y exhalar el aire. No es bueno que los dos nos enfademos al mismo tiempo.

—Esto tiene mucho más que ver con la ambición masculina de los hwarhath que con la humanidad, y con la estupidez. Nunca has pensado que Lugala fuera especialmente brillante, y ahora sabemos que su jefe de seguridad es tan estúpido como él. El jefe debería haber sabido que sus dispositivos aparecerían si se llevaba a cabo un registro a fondo de la habitación. Aunque no aparecieron en el monitor de seguridad. Gwa Hu dijo que los encontró porque su equipo estaba actuando de una forma un tanto extraña después de descubrir y quitar los micrófonos de los humanos, de modo que siguió buscando.

»Le dije, le pedí al adelantado Gwa que hablara con tus tías, Sus aposentos también deberían ser registrados.

El general guardó un instante de silencio. Luego añadió:

—Recuerdo cuando se anunció que habíamos descubierto otras personas que podían hacer viajes interestelares y que nos habían disparado. Algunos de mis tíos estaban en casa. Recuerdo el regocijo del momento. Finalmente teníamos un enemigo, después de un siglo de búsqueda. ¡Nuestros problemas estaban resueltos! Tendríamos que haber recordado que la Diosa tiene un curioso sentido del humor.

—¿Significa eso que lamentas que el Pueblo se haya encontrado con la humanidad?

—¿Tú nunca lo has lamentado? —preguntó.

—No. Jamás. Si nuestras dos especies no se hubieran encontrado, lo que yo estaría haciendo, fuera lo que fuese, sería menos interesante que lo que hago ahora.

»Y no me gustaría haber perdido la oportunidad de conocerte, Ettin Gwarha.

[Ja.]

Del diario de Sanders Nicholas, etc.

V

Pasó la tarde con sus colegas, en parte hablando de asuntos profesionales y en parte dedicada al lento proceso de conocerlos. Sten le habló de su jardín, que se encontraba en Gotland, una isla del Báltico, y que ahora estaba a cargo de su esposa. Ella no tenía mano para la jardinería, y no estaba segura de lo que encontraría cuando llegara a casa.

El embajador —Charlie— habló de la anterior ronda de conversaciones con los alienígenas, y de la opinión que le merecía el general.

—Un hombre inteligente, me parece, aunque raro. Sin duda en términos humanos y también, sospecho, en términos de cultura de los alienígenas. ¿Qué clase de persona desarrolla una relación sexual con un miembro de otra especie? Una especie con la que la suya está en guerra. Aunque sin duda en Nicholas Sanders ha encontrado una herramienta valiosa.

Anna terminó hablando con el capitán Mclntosh, cuya pasión era el criquet y saber quién perdía los partidos internacionales.

—Las cosas a las que renunciamos, miembro Pérez, con el fin de servir a la humanidad y de tener una carrera. Por supuesto, si yo hubiera sido lo suficientemente bueno para el criquet, no estaría aquí.

Finalmente Anna se cansó. El capitán la escoltó hasta la entrada de los aposentos de los humanos. Allí la esperaba Nicholas, que hablaba con uno de los guardias alienígenas. Se volvió, la vio y sonrió y luego vio al capitán. La expresión de su rostro cambió y se volvió distante.

—Portador Sanders —lo saludó el capitán, al tiempo que extendía una mano.

Nicholas pareció sorprendido y respondió al saludo.

—Soy Cyprian Mclntosh. Mac para la mayoría. Cyprian me parece un poco cargante. ¡Las cosas que los padres hacen a sus hijos! Aunque, como le estaba contando a la miembro Pérez, siempre estaré agradecido a mi padre por haberme regalado mi primer bate de criquet. Eso compensa lo de Cyprian. Buenas noches, miembro. Portador… —El capitán saludó con la cabeza y volvió a entrar.

Nicholas lo observó con expresión pensativa.

—Militar —dijo finalmente—. ¿De qué ejército?

—Del ejército regular, supongo.

—¿Entonces por qué no lleva el corte de pelo reglamentario?

—No sé. ¿Quieres que lo averigüe?