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Finalmente, se recuperó de manera sorprendente, mucho mejor de lo que cualquiera hubiese esperado. Pero le quedó un daño permanente, sobre todo en el área del equilibrio y la coordinación. Era un tanto desgarbado y las cosas se le caían siempre.

—Vi la obra —le dije—. Me gustó.

No recuerdo su respuesta, pero estaba entusiasmado e interesado. (Tiempo después descubrí que se sentía fascinado por los fenómenos y los proscritos.) Hablamos de la obra y también de las obras de héroes en general. A esas alturas, yo había perdido el interés por ellas. Él las despreciaba.

—Falsas y deshonestas. La vida no es así. No somos héroes en un escenario, ni hacemos ese tipo de elecciones. La mayoría de las veces no hacemos ninguna elección. Hacemos lo que nuestras madres nos enseñaron y lo que los hombres mayores nos ordenan.

El músico, que había estado escuchando, nos interrumpió. Había un problema con la música de la obra.

—Quiero reunirme contigo otra vez —dijo—. ¿Es posible? Quiero saber lo que significa vivir entre desconocidos. ¿Por qué cambiaste de bando? ¿Los humanos tienen su propio código de honor?

Le dije que sí, que podíamos reunimos, y lo hicimos, aunque Gwarha pareció sorprendido cuando le dije lo que estaba haciendo.

—Su obra es insolente e impía. ¿Por qué quieres hablar con él?

Le dije que me gustaba la obra, y que el joven estaba interesado en aprender cosas sobre el género humano.

—Material para otra efusión desagradable —dijo Gwarha, o algo por el estilo.

(Es posible que esté inventando algo de esto. Ocurrió hace más de diez años. Podría buscar en mi diario la primera referencia a Mats. Tal vez lo haga cuando termine esta anotación.)

El joven actuó con la franqueza típica de los hwarhath. En menos de medio ikun me estaba preguntando qué se sentía al ser un traidor al linaje. ¿Cómo pude hacerlo? ¿Era verdad que me había sido ofrecida la opción? ¿Por qué la había rechazado?

—¿Esto se convertirá en una obra?

—No en una forma que alguien pueda reconocer. Soy atrevido pero no estoy loco. No tengo intención de enfurecer al hijo predilecto del linaje Ettin.

Eludí la mayor parte de las preguntas personales, aunque más tarde se las contesté. Mats es insistente. Pero le dije algo sobre la humanidad y algo acerca de mi vida entre los hwarhath.

—Tú ves lo mismo que yo —comentó—. Todo ha cambiado, pero continuamos como antes. Esto no es la llanura de Eh, ni las colinas que pertenecen a Ettin. Esto es el espacio, y el enemigo con el que luchamos no se parece a nosotros. Si no aprendemos nuevas formas de pensamiento, seremos destruidos.

Después de eso me aficioné a pasar el rato con Mats. Era la persona más brillante que había conocido desde que me encontraba entre los hwarhath, salvo Gwarha, tal vez. Mats era más liberal que Gwarha y tenía más imaginación. A los veinticuatro años ya era el mejor dramaturgo masculino de su generación.

Cuando dejé la estación, seguí en contacto a través de la sonda de mensajes. Él me envió ejemplares de sus obras nuevas, u hologramas si se habían puesto en escena.

Le envié información sobre el teatro de la Tierra y resúmenes de obras famosas con traducciones de fragmentos característicos. Fue una extraña selección. Estaba limitado por lo que podía conseguir en los sistemas de información hwarhath, y ellos estaban limitados por lo que habían encontrado en las naves humanas capturadas.

La importancia de llamarse Ernesto resumida parece una completa estupidez. El diálogo pierde toda su fuerza con la traducción. (Los hwarhath no son personas ingeniosas.) Shakespeare, en cambio, surge espléndidamente. Mats estaba especialmente entusiasmado con Otelo. Podía ser una obra de héroes fantástica, dijo, de esas que tratan de los peligros del amor heterosexual. Terminé traduciendo la maldita obra íntegra, y casi fue el trabajo más difícil que he hecho en la vida.

Dos años después acabamos nuevamente en la misma estación. Recuerdo cuál era. Ata Tsan. Le seguí los pasos hasta otro teatro. Otra vez estaba discutiendo con un músico. A esas alturas ya me había enterado de cuál era su apodo, que se traduce (aproximadamente) como Hombre que Anna Alboroto con la Música, y me había enterado del motivo. La enfermedad de la infancia lo había dejado parcialmente sordo. Llevaba un par de audífonos: botones de plástico ocultos alojados en sus enormes oídos internos. Cuando los llevaba conectados, no tenía problemas para mantener una conversación, pero no oía la música como el resto de la gente. Sabía que era un caso único, pero también sabía cómo oía la música de sus obras, y cómo —por la Diosa— quería oírla. Los músicos trabajaban con él porque era muy bueno; pero siempre parecían atormentados. Uno de ellos me dijo: «Mi trabajo no consiste en componer música. Consiste en negociar entre Eh Matsehar y el resto de la especie.»

Mats interrumpió la discusión y me llevó afuera para hablar de la nueva obra, que era una versión de Otelo. Iban a representarla con máscaras como las de las obras de animales.

—Sólo que éstas serán máscaras humanas. ¡Estoy inventando una nueva forma de arte, Nicky! Con tu ayuda; y tu contribución será reconocida, te lo prometo. ¡Espera a ver los trajes! Todo es maravilloso, salvo la música.

Me entregó un ejemplar del escrito. Lo leí esa noche, mientras Gwarha se entretenía con un juego de tablero, planteando problemas y absorto en ellos. Una pérdida de tiempo, en mi opinión, pero en realidad no me interesan demasiado los juegos.

La obra se titulaba La avalancha del hombre oscuro. Era más larga que una obra hwarhath tradicional, y Matsehar había logrado incluir gran parte de la lengua de Shakespeare. Su Otelo era espléndido: heroico y amante. Su Desdémona era deliciosamente dulce y amable. No supe con certeza qué harían con ella los hwarhath. Su lago podría haberse arrastrado debajo de una serpiente.

Cuando llegué al final, le entregué el escrito a Gwarha. Lo leyó de un tirón y no dijo nada hasta después de apagar el ordenador. Entonces me miró.

—Está maravillosamente escrita. Tienes razón con respecto al muchacho. La Diosa le ha tendido las dos manos. Pero el final no está bien.

Le pregunté a qué se refería.

—Una obra sobre este tipo de amor debería dejar en el público una sensación de horror y disgusto. Pero no siento nada de eso. Me siento triste… y furioso con este hombre ambicioso y corrupto. ¿Cómo pronuncias su nombre?

—lago.

—Y hay algo más… la sensación de que acabo de salir de un lugar estrecho y oscuro, un bosque o la entrada a una casa fortificada. Ahora estoy en el borde de una llanura. No hay nada entre el horizonte y yo. No hay nada por encima de mí, salvo el cielo desierto. ¡Ah! —Lanzó la lenta exhalación hwarhath que puede significar casi cualquier cosa.

—Una catarsis trágica —dije.

Gwarha arrugó el entrecejo. Intenté explicárselo.

—¿Utilizáis obras para limpiar el aparato digestivo?

—Me he expresado mal.

Finalmente me comprendió, aunque me habría resultado útil tener acceso a La Poética.

—Sigo pensando que el final no funciona. Pero si utiliza máscaras, si los personajes son claramente humanos, tal vez resulte aceptable.

Mats estaba atareado con la producción de la obra, de modo que pasé un tiempo sin verlo demasiado… y también sin ver mucho a Gwarha, que había sido convocado en Ata Tsan para arbitrar una disputa realmente desagradable entre dos principales. Su gran habilidad es la negociación, pero —dijo— estaba llegando al límite de su capacidad.