Me deslicé en un duermevela del que surgió uno de esos sueños vividos y casi racionales. Había alguien en el patio. Me puse de rodillas. Gwarha estaba tendido a mi lado, dormido.
Delante de mí había un hwarhath de pie, con el pelaje plateado por la edad. Tenía puesta una túnica de malla que le llegaba a las rodillas. A un costado llevaba colgada una espada.
Y tenía una daga, con la hoja descubierta y que brillaba a la luz oblicua del atardecer.
El antepasado, por supuesto. Era una versión exagerada de la complexión física característica de Ettin: bajo y muy corpulento, de brazos y piernas gruesos. Una cresta de pelo oscuro se elevaba sobre la parte superior de su cabeza descubierta. Su rostro era ancho, chato y horrible.
Gwarha se incorporó y pareció asustado.
—¿Qué te ocurre, muchacho? —preguntó el antepasado. Hablaba en la lengua de Ettin; yo la conocía, pero apenas logré entenderlo.
»Si quieres joder con un enemigo, perfecto. Pero no vas a dormir con él. Así tendrías que haber terminado.
Me cogió del pelo y me echó la cabeza hacia atrás. Después me cortó el cuello.
Me desperté. Tuve suerte. Si hubiera seguido durmiendo, habría cogido una insolación. Gwarha seguía dormido; sólo se había despertado en mi sueño. Me levanté y toqué mi ropa. No había terminado de secarse. Me agaché a la sombra, junto a la pared, con la espalda contra la piedra caliente y rugosa, y esperé hasta que él se volvió, gruñó y se incorporó. Aún estaba nervioso, como si el anciano anduviera cerca, blandiendo su cuchillo.
Aquello había ocurrido hacía varios años; pero no me sentí cómodo mirando la pared. El liquen —el rojo— tenía el color de la sangre seca. Sólo la Diosa sabía por qué Gwarha había decidido colocar esa escena en el extremo de su sala de estar. Toqueteé el proyector hasta que encontré algo que me gustaba más: cabrillas sobre el Round Lake de Ettin. Sobre las aguas encrespadas se deslizaba una embarcación de velamen rojo.
Me senté a mirar. La embarcación era una barca de recreo, estrecha y rápida. Escoró, empujada por el viento que inflaba sus enormes velas rojas.
Al cabo de un rato, Gwarha entró y se quedó de pie detrás de mí. Acababa de salir de la ducha. Percibí el olor de su pelo húmedo y del jabón aromático.
—No te gustaba la fortaleza.
—No.
Me tocó el hombro con la mano.
—Después de que me contaras el sueño, fui a ver a una adivina. ¿Nunca te lo había contado? Me dijo que había enfurecido al viejo. Celebré algunas ceremonias. No me gustaría mantener una disputa con él.
»La adivina me dijo otra cosa. —La mano se movió entre mi pelo—. Existe una brecha entre el mundo del viejo y el mío, una brecha que no puede salvarse. Intenté hablarle, llamarlo desde el otro lado del vacío. Deja que los viejos sigan muertos, me dijo ella. Su estilo de vida ya no existe.
»He estado contemplando la pared y pensando en sus palabras. ¡Ah! Ella tiene razón. Pero no logro ver cuál tendría que ser el nuevo estilo de vida. No sé cómo seguir adelante. ¿Qué voy a hacer, Nicky?
No respondí. Gwarha ya había oído todas mis teorías y todos mis consejos.
Delante de nosotros, la embarcación —la barca de recreo— volcó. Por un instante quedó inmóvil sobre el agua; finalmente se enderezó.
—¿Es un presagio? —pregunté.
—No. Los presagios se dan en el mundo real. Deberías saberlo. Nadie ve jamás el futuro en un holograma.
—De acuerdo.
Del diario de Sanders Nicholas,
portador de información agregado al personal del Primer Defensor Ettin Gwarha
CODIFICADO PARA QUE SÓLO LO LEA ETTIN GWARHA
XIII
Un par de días más tarde, Anna se quedó con sus colegas hasta el anochecer. El capitán Mclntosh la acompañó hasta la entrada.
—Si ve al portador Sanders, entréguele esto —le tendió una carpeta.
—¿Qué es?
—Una copia de su expediente. Échele un vistazo, si quiere No hay nada que se considere secreto.
—¿Para qué quiere que él lo vea?
—Es posible que le interese. Contiene información sobre su, familia.
Anna cogió la carpeta, la llevó a sus aposentos y se sentó a leer.
Sanders, Nicholas Edgar, fecha de nacimiento 14/7/89. Lugar de nacimiento, DeCaugh, Kansas. Sus padres eran Genevieve Pierce, doctora en medicina veterinaria, y Edgar Sanders, especialista en tecnologías tradicionales, empleado en la Administración de Salvamento Agrícola. Tenía una hermana tres años más joven: Beatrice Helen Pierce.
Educación: las escuelas públicas locales, y más tarde la Universidad de Chicago. Obtuvo la licenciatura en letras en el año 2110. (Anna hizo algunos cálculos y dedujo que seguramente se había saltado uno o dos cursos.) Su especialidad había sido la teoría lingüística; su asignatura secundaria, la informática. Inmediatamente después de obtener la licenciatura, se había unido a las Fuerzas Armadas Unificadas. Prosiguió sus estudios, esta vez en la Universidad de Ginebra. También en este caso su especialidad fue la teoría lingüística. Su historial se interrumpía en el 2112.
Tres años más tarde se encontraba en una nave espía que resultó capturada en el espacio hwarhath. En el intervalo debió de dedicarse a trabajar en el lenguaje hwarhath.
Una historia extrañamente escueta. No había indicios de una vida privada. ¿La había tenido? ¿A ella le importaba?
Miró el resto del expediente. Su hermana se había formado en la Universidad de Wisconsin, se había casado y tenía una hija llamada Nicole. El matrimonio había acabado en divorcio. La hermana vivía en Chicago y trabajaba como organizadora sindical. Había una foto, un holograma de una mujer alta de cuarenta y tantos años, delgada y de pelo rubio y revuelto. Entrecerraba los ojos a la luz del sol y sonreía: la misma sonrisa de Nick, su misma postura, un poco encorvada y con las manos en los bolsillos. Llevaba téjanos, camisa roja desteñida y una chaqueta de dril con distintivos en la solapa. Anna no logró ver a qué correspondían los distintivos.
Junto a ella estaba su hija: delgada y desgarbada, de piel café con leche y pelo corto y rizado; una chica de once o doce anos que, evidentemente, iba a ser alta. Llevaba téjanos y una camisa negra de manga corta. En la pechera, en letras rojas, se leía: No te lamentes. Organízate.
Pasó a la otra imagen, ésta en dos dimensiones. Una pareja ante un auditorio. La imagen había sido tomada de lado y, evidentemente, era una instantánea. Un hombre y una mujer, ambos altos y delgados, muy erguidos. Los dos tenían el pelo blanco. La mujer llevaba el suyo recogido en dos trenzas que le rodeaban la cabeza. El hombre lo llevaba hasta los hombros y lo tenía rizado. Poseían una elegancia estilizada que a Anna le recordaba la de las garzas.
Leyó su ficha. Se habían retirado a Fargo, Dakota del Norte, y aún vivían. (La foto había sido tomada cinco meses antes durante una conferencia dictada en la universidad local en honor a Thomas McGrath, poeta de Dakota del Norte.)
(¿Por qué alguien se retiraría a Fargo?) Genevieve tenía ochenta y cinco años; Edgar, ochenta y tres. Ambos trabajaban activamente en la iglesia metodista local y en varias organizaciones preocupadas (principalmente) por los temas ambientales y sociales.
Fanáticos de las causas. Nicholas provenía de una familia de defensores de causas nobles.
Volvió a mirar las imágenes: la hermana con el pelo rubio al viento, la sobrina joven y seria, los padres que parecían garzas.