Después del almuerzo, Anna abandonó los aposentos de los humanos. Su escolta era Matsehar. Le preguntó qué ocurría.
—¿Dónde?
—En las negociaciones.
—Exactamente lo que usted ve. El hijo de Lugala se ha unido a las negociaciones, porque es su derecho y su responsabilidad. Los Principales-en-Conjunto deberían estar representados por una sola persona.
Ella estaba escuchando la versión oficial, la política del partido. Matsehar arrugó el entrecejo, lo cual podía significar una advertencia, o tal vez fuese sólo una de sus expresiones ocasionalmente raras. Después empezó a describir las maquinaciones de lady Macbeth y de su hijo. La madre empezaba a perder la confianza, y ahora era el guerrero cruel quien ocupaba el centro del escenario.
—Esto es lo que ocurre —sentenció Matsehar— cuando las mujeres no contienen a sus hijos. La violencia de los hombres siempre debe colocarse en el contexto político adecuado.
Se separaron en la entrada de los aposentos de las mujeres, y ella recorrió los pasillos increíblemente largos que la llevaban hasta sus habitaciones. El holograma estaba conectado y mostraba el amanecer sobre el mar de Reed 1935-C. En el horizonte se veía un brillo rosado. En lo alto, casi a la altura del techo, brillaba la estrella del amanecer y del crepúsculo. En ese momento era doble, los dos planetas lo bastante separados para ser visibles como dos puntos de luz.
En el agua de la bahía brillaban otras luces. Parpadeaban débilmente y parecían opacas. Era el fin de una larga noche de señales de identidad y palabras tranquilizadoras. Sabía cómo era eso. Se frotó los músculos de la cara y del cuello.
Al cabo de un rato, el planeta primario se elevó. Era demasiado brillante para mirarlo directamente. Se levantó, se acercó al intercomunicador y llamó a Ama Tsai Indil.
—Creo que necesito reunirme con su gente.
—Quiere decir con mi socia principal. Sí, así es.
—Y tal vez Sanders Nicholas debería estar presente.
—De eso no estoy tan segura, pero deje que lo consulte con la mujer de Tsai Ama.
El intercomunicador se apagó. Ella manipuló el holograma y logró que el atardecer avanzara a gran velocidad. El planeta primario dejó de brillar en su habitación. En su lugar, una sombra se proyectó sobre la colina dorada: una especie de artilugio con patas. Tal vez era parte del equipo que había grabado el paisaje. El cielo estaba moteado de pequeñas nubes redondas. Las cabrillas salpicaban el mar de color azul brillante. Imaginó el viento que sin duda soplaba, frío y salado.
Anna se sentó y vio cómo la sombra del artilugio se alargaba.
Ama Tsai Indil volvió a llamarla y dijo que la reunión con su socia principal estaba a punto de celebrarse.
XVIII
El general me envió un mensaje al final del quinto ikun, pidiéndome que fuera a su despacho.
Estaba sentado en el lugar de costumbre, con los brazos sobre la mesa, delante de él, las manos suavemente entrelazadas, mirando la pared que tenía enfrente, de color gris metálico. Me detuve al otro lado de la puerta e hice el ademán de la presentación.
Me miró.
—Has recordado el decoro militar. ¿Estás enfadado conmigo? ¿O piensas que yo lo estoy?
—¿No lo estás?
—Lo estaba. Siéntate. Me resulta incómodo que te quedes ahí de pie, como un soldado.
Me acomodé en la silla que tenía delante de su escritorio. Él se echó hacia atrás y cogió su estilete.
—¿Has presenciado la reunión?
Asentí.
—He estado en una de las salas de observación —y no añadí: después de que me dijeras que quedaba fuera del equipo de negociación.
[Tuve que hacerlo, Nicky. Él es un Principal. No es posible no hacerle caso.]
—Estoy enviando mensajes a los principales en quienes confío, e incluyendo copias de la reunión de hoy. Este estúpido rencor tiene que acabar. Tratar con él es como caminar sobre un campo de erizos. No quiero tener que arrancármelo del pelo. Quiero que desaparezca.
—¿Crees que podrás librarte de él?
—Sí. Su intención es evidente; sus modales son atroces; y no tiene suficientes aliados en el Conjunto —dejó el estilete.
—¡Qué hombre! ¡Tan estúpido y tan codicioso! Está intentando abarcar más de lo que puede, y no ve las consecuencias de sus acciones.
—Ambición desmedida que se alimenta a sí misma —dije en inglés.
El general frunció el ceño.
—Es una frase de la nueva obra de Matsehar.
El general agitó una mano, restando importancia a Eh Matsehar y a Shakespeare William.
—No te he pedido que vinieras para hablar de Lugala Tsu. La mujer de Tsai Ama ha pedido que estés presente en una reunión entre ella y Pérez Anna. Encuentra una manera de decirle lo que está sucediendo. Tú le caes bien, y ella es una experta en humanidad. Su opinión será respetada en el Tejido.
—No estoy seguro de eso. La mayor parte de los otros expertos creen que sus teorías son una locura.
Él levantó una mano. Guardé silencio.
—Su linaje no tiene lazos estrechos con Lugala ni con Ettin. Si ella dice que yo tengo razón, sus palabras serán escuchadas. Si dice que Lugala Tsu está enredando las negociaciones, también será escuchada.
»Y tal vez es hora de que pensemos en una alianza con Tsai Ama y Ama Tsai. No son linajes poderosos, pero tienen cierta importancia y las mujeres, sobre todo en las dos últimas generaciones, han sido de muy buena calidad.
Guardó silencio durante un rato y se dejó llevar por el tipo de argumentos que desarrollan los bwarhath, que combinan la política con la genética. ¿Qué familias tienen el poder? ¿Qué familias están produciendo personas fuertes y notables? ¿Cómo puede Ettin encontrar a los aliados adecuados y conseguir el material genético apropiado?
Finalmente me miró.
—Esta noche me gustaría contar con tu compañía, Nicky, pero no quiero oír tus opiniones ni tu consejo. Hoy he hecho lo que podía. Quiero hablar de algo que no tiene nada que ver con los humanos ni con Lugala Tsu.
—De acuerdo —asentí.
Cuando llegué hablamos de hacer una excursión por las montañas del borde occidental de Ettin. Él tenía conectado un holograma: una ladera empinada, cubierta de árboles. La mayoría eran de color azul verdoso. De vez en cuando se apreciaban manchas cobrizas. A lo lejos se veían picos altos y blancos. Gwarha los nombró: la Torre de Hielo, la Cuchilla, la Madre.
El holograma había sido tomado en casa de una de sus primas, me dijo. Ella nos recibiría encantada. La escalada en esa zona no era especialmente difícil. Había lugares que quería mostrarme: un famoso campo de batalla en un paso rocoso y la Red de Plata y un famoso salto de agua.
—Cubre todo un acantilado. Tiene que haber un centenar de arroyos, y cuando el sol los ilumina… ¡ah! Iremos allí cuando todo esto acabe, Nicky.
Se había puesto una bata de color azul oscuro. Había una copa de halin en la mesa, delante de él, y una jarra chata de rugosa arcilla roja. El brillo de la jarra era claro y débil. Vi las marcas dejadas por los dedos del alfarero.
En mi interior algo me dijo: Presta atención. Mira lo que tienes delante. Recuerda con cuánta intensidad amas a esta persona. [Ah.]
Del diario de Sanders Nicholas, etc.
XIX
Por la mañana se despertó con el aroma del café, recogió la ropa y fue hasta el cuarto de baño. Oyó a Nick en la cocina, silbando algo que parecía salido de una emisora de música clásica. ¿Ópera, tal vez?
Se duchó y se puso un caftán de tela guatemalteca tejida a mano. Era a rayas verticales y estrechas, de color rojo, verde, azul, amarillo, lavanda, negro y blanco. Las sandalias (ocultas debajo del caftán) eran bajas y cómodas. Los pendientes largos se balanceaban notablemente. Se miró al espejo y estudió el rostro redondo y moreno que demostraba sus orígenes mestizos: los ojos negros inclinados sobre los pómulos altos, los labios generosos, la curva maya de su nariz. No se arrepentía de no saber maquillarse. Aquella mañana tenía muy buen aspecto.