—Entiendo perfectamente por qué a Tsai Ama Ul le dolía la cabeza. A mí también me empieza a doler —dijo—. Creo que ya es hora de pedir consejo a la Tierra.
Le habían explicado el procedimiento. Era casi tan complicado como el que habían utilizado para llegar a la estación. Los hwarhath enviarían un mensaje sellado al primer punto de transbordo, luego utilizarían una de sus propias sondas para despachar el mensaje a una nave de la Tierra que esperaba; allí abrirían la sonda, cogerían el mensaje y lo enviarían.
La respuesta llegaría siguiendo el camino inverso: en la sonda humana hasta el primer punto de transbordo, y luego mediante alguna clase de transmisión de los alienígenas.
El sistema evitaba diversas formas de traición demasiado complicadas para que ella las recordara; le pareció sorprendentemente tedioso. Sin duda, la confianza ahorraría tiempo y sería mucho más eficaz.
XX
El general estuvo ocupado hasta mediado el sexto ikun. Redacté un memorándum en el que describía la reunión con Tsai Ama Ul; luego fui hasta el gimnasio más cercano y practiqué el hanatsin a solas, haciendo series de movimientos lentos delante de un espejo. No me resultó fácil. No me gustan los espejos ni los movimientos lentos. Pero es una buena disciplina y creo que estoy a favor de la disciplina.
[No. La soportas cuando no tienes más remedio, y la evitas cada vez que puedes. Nunca la aceptas.]
Después recorrí la estación hasta que llegó el momento de presentar mi informe.
El general me había dicho que fuera a los aposentos de sus tías. Él estaba allí, en una habitación deliciosamente vacía. El suelo era de piedra pulida; las paredes de yeso pintado de amarillo. Ninguna puerta quedaba a la vista aunque yo acababa de entrar por una. En cambio, a cada lado de la habitación había ventanas grandes y altas que daban a una costa ventosa. Por ambos lados se veía el océano, encrespado y formando espuma a lo largo de la orilla. En los otros dos lados había dunas cubiertas por vegetación de color verde plateado. Un alto animal bípedo acechaba entre la vegetación y su cabeza —al final de un cuello largo— sobresalía entre las hojas plateadas, con la evidente intención de cazar. El animal estaba cubierto por algo de color azul brillante que podrían haber sido escamas.
Salvo por las cinco sillas de madera dispuestas en círculo, la habitación estaba vacía. El general se sentaba en una de ellas. Sus tías ocupaban las otras tres. Llevaban túnicas de tela sencilla y oscura: vestimentas propias del lugar, las que usaban habitualmente.
Hice los ademanes propios de la presentación. La habitación tenía dispositivos para el sonido. Oí el lento y monótono rugir del océano y gritos estridentes que tenían que pertenecer a animales, aunque no supe de qué clase. No eran del cazador azul.
—Siéntate —me dijo Ettin Aptsi.
Me acomodé en la silla vacía.
—Informa —me indicó Ettin Per.
Describí la reunión entre Tsai Ama Ul y Anna.
Cuando concluí, Ettin Per dijo:
—¿Qué opinas tú de la mujer de la Tierra?
Levanté la vista brevemente sin mirarla a los ojos. Por detrás de ella sobresalía la parte superior de una duna. Unas hojas largas y estrechas se curvaban con el viento. Las nubes se movían en un cielo azul oscuro.
—Me cae bien. Me cayó bien desde la primera vez que la vi. Los otros humanos se sentían incómodos con el Pueblo, y tenían aún más problemas conmigo. Vi la expresión de su rostro cuando miró más allá de mí y vio a Gwa Hattin. Parecía una criatura en Navidad.
—Estás usando palabras que no comprendemos —dijo Ettin Tsai—. Explícate.
—Es un día en que los humanos, algunos humanos, hacen regalos a sus niños. Cerca del solsticio, en la época más oscura del año y donde yo crecí, y donde creció Anna, casi siempre hace frío. Los regalos son para dar alegría. Anna miró a Hattin y vio un regalo.
»Cuando me miró a mí su expresión cambió, y no estoy seguro de saber lo que estaba pensando. Pero no pareció incómoda. Tal vez curiosa y atenta.
»Pensé: ésta es una persona que no teme a la gente a la que no comprende. Una rara cualidad entre los humanos.
—Y entre los miembros de Pueblo —dijo Ettin Per con su voz profunda—. ¿Crees que podemos confiar en ella, Nicky?
—Sí.
Ettin Per prosiguió:
—Y ella cree que el embajador humano es digno de confianza. ¿Gwarha?
—Coincido, aunque no comprendo la postura del embajador. Los soldados humanos le desobedecieron durante la última ronda de negociaciones. Esto indica que él no es el único que está al frente. Si llegamos a un acuerdo con él, ¿qué significa? No tengo ni idea.
—¿Nicky? —preguntó Ettin Tsai.
—Existe un elemento de riesgo. Como dijo Pérez Anna, el gobierno de los humanos es complicado, y las diversas partes no siempre coinciden. Pero tengo la impresión de que el embajador está en mejor posición de lo que solía estar. Los militares realmente lo estropearon todo, y creo que han tenido que retroceder bastante. Entre la gente que tiene a su lado no hay nadie que piense desafiarlo directamente ni, me parece, desobedecer sus órdenes.
»Pero no sé cuál es la situación en la Tierra, y creo que incluso la de aquí podría cambiar.
—Sin embargo… —Ettin Per pareció reflexionar—. Entre los humanos tenemos dos posibles aliados. Esto es algo que vale la pena tener en cuenta.
—Hay tres problemas —señaló Ettin Tsai—. Los humanos, los Lugala y Tsai Ama Ul. Lo que Gwarha dice acerca de los Tsai Ama es digno de consideración.
—Nicky dice que Tsai Ama Ul nos ha hecho una advertencia —dijo Ettin Aptsi—. Esta disputa no ha favorecido a Ettin ni a Lugala.
—Eso podría ser cierto de momento —intervino Ettin Per—. Si Gwarha logra hacer retroceder al hijo de Lugala y llegar a un acuerdo con los humanos, estará al frente de todos los principales. Eso es bueno, ¿no?
—Estaré en una buena posición —respondió Gwarha con cautela.
—Él no tiene hijos, y está llegando a una edad en la que es adecuado tenerlos. Si los problemas actuales se resuelven bien, Tsai Ama se interesará. La pregunta es: ¿Nos ayudarán ahora? ¿Y qué podemos ofrecerles?
Era evidente, incluso para mí: las primeras muestras del semen de Gwarha, además de una garantía de que el número de hijos que tendrá será limitado. Un trato muy bueno, que Tsai Ama Ul probablemente no pasará por alto, a menos que decida que necesita más información sobre Gwarha. Si tuviera serias dudas con respecto a él y a sus aptitudes reproductoras, esperaría hasta que la actual situación se resolviera. Pero en ese caso, por supuesto, habría perdido la oportunidad de hacer un trato tan bueno.
[En eso tienes razón.]
Gwarha dijo:
—¿Necesitamos algo más de Nicky?
Las tías dijeron que no y me dieron las gracias cortésmente. Gwarha pareció aliviado. Sabe lo que pienso de la política genética. Si hubiera querido escuchar conversaciones como ésta, me habría quedado en Kansas y habría asistido a la Facultad de Agricultura.
Los dejé con su conspiración. Tenía la intención de preguntar sobre el paisaje que se veía por las ventanas, pero no tuve ocasión de hacerlo.
[Se trata de una grabación tomada en una casa de la costa este del Gran Continente del Norte. Mis tías se quedan allí cuando el Tejido celebra una reunión. Como dice el poeta: «Además de las montañas, está el mar.»]