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Supongo que puedo soportar la nostalgia, pero se parece demasiado al arrepentimiento.

Finalmente dejé de escuchar y me fui a mis aposentos, me di una ducha, me preparé un bocadillo y me senté a leer.

Al final del octavo ikun, Ettin Gwarha me llamó.

—Nicky, ven a verme.

Era un tono imperativo. Me vestí y fui a verlo.

Percibí el olor en cuanto entré: el aroma agridulce del halin mezclado con el perfume acre de los cuerpos hwarhath intentando librarse de las toxinas. Seguramente había habido un montón de gente en algún momento de la noche. Las mesas estaban llenas de copas y jarras de halin.

Quedaban tres personas. Hai Atala Vaihar levantó la vista para mirarme. Parecía sobrio y preocupado. Shen Walha estaba sentado junto a él, en una silla situada frente al general. Tenía los hombros caídos y la cabeza baja, y una copa de halin en la mano.

—Aquí, Nicky. —Dio unas palmaditas en el sofá, a su lado.

Me senté y lo miré a los ojos. Sus pupilas eran delgadas pero aún resultaban visibles.

—Hemos estado hablando de la humanidad —Gwarha hablaba con cuidado, asegurándose de que articulaba cada sílaba—. Pensé que podía interesarte. Wally…

Shen Walha levantó la cabeza. Sus ojos amarillos parecían vacíos. Estaba totalmente borracho. Bajé la vista.

—El Primer Defensor plantó una pregunta. —Estaba mucho más borracho que Gwarha, pero hablaba maravillosamente bien—. ¿Cómo podemos luchar con seres que no comprenden las reglas de la guerra? ¿Cómo podemos hacer las paces si no podemos cruzarnos unos con otros? Dije que no hay forma de hacerlo. Dije: debemos matar a los humanos como si fueran animales.

—Y yo te he llamado —dijo Gwarha. Su voz profunda era muy suave.

—Tal vez no sea una conversación adecuada para concluir una fiesta —apunté.

Wally vació su copa de un trago y la dejó en la mesa, frente a él. Se inclinó hacia delante y apoyó los codos en sus muslos anchos y peludos.

—Tienes razón, Nicky, no lo es. Pero si estuviera sobrio, no diría lo que he estado pensando, y si no lo dijera no estaría sirviendo al Primer Defensor ni al Pueblo.

»Os hablaré directamente, a Ettin Gwarha y a ti. Los humanos no son verdaderas personas, y si pensamos que lo son nos estamos engañando a nosotros mismos y cayendo en una trampa peligrosa.

—¿Qué es Nicky, si no una persona? —preguntó Gwarha.

Miré a Vaihar. Estaba sentado erguido, inmóvil, y con la vista baja: la postura de un oficial más joven que presencia la lucha de los oficiales superiores; hace todo lo posible por no llamar la atención y nada que pueda hacerlo vulnerable a la crítica.

—Ya conoces la respuesta, Primer Defensor. Es un animal, un animal muy inteligente, capaz de imitar la conducta de una persona. Si sólo lo hubiera conocido a él, diría que es una persona. ¡Pero conozco al resto de la especie! —Volvió a llenar su copa con el contenido de una jarra negra y cuadrada: una pieza de alfarería de calidad de la estación Asuth. ¿Por que demonios Gwarha permitía que unos borrachos jugaran con ella?

»Ellos lo mezclan todo. Todos estamos de acuerdo en eso. Pero también estamos de acuerdo en lo que nos convierte en personas. El criterio y la capacidad de hacer… —vaciló por primera vez, como si no pudiera recordar la palabra— distinciones. Eso es lo que nos diferencia de los animales y de la Población Red.

»Estas criaturas no pueden distinguir a los hombres de las mujeres, ni a los niños de los adultos. Se matan entre sí y practican el sexo unos con otros, como si no hubiera diferencias. ¿Cómo un hombre puede matar a una mujer? ¿O practicar el sexo con una mujer?

—Los hombres han hecho ambas cosas —comentó Gwarha.

—¡Por la procreación! Y eso es algo más que los humanos no pueden evitar. Al parecer no comprenden la diferencia entre practicar el sexo y tener hijos. ¡Nueve mil millones de humanos! ¿Están locos?

Hizo una pausa y bebió; luego dejó la copa.

—Ni siquiera parecen comprender la diferencia entre las verdaderas personas y las que sólo tienen aspecto de serlo. He visto los informes. Lucharán por mantener vivo algo que en realidad no es una persona: un niño que nació mal, alguien que ha quedado irremediablemente afectado por una enfermedad o una herida. Dicen que eso se debe a que la vida de los humanos es sagrada. ¡Ah! Pero dejan que otros humanos mueran de hambre o de enfermedades que pueden curarse, y no sólo los hombres, aunque eso ya sería bastante malo. Pero dejar que una mujer sana muera de hambre o un niño muera por una enfermedad menor… —Se interrumpió, como abrumado por el horror; y creo que realmente estaba abrumado. Wally es un individuo muy tradicional. La idea de matar a mujeres y niños, o de dejar que mujeres y niños mueran por dejadez seguramente es suficiente para ponerle los pelos de punta, aunque no aprecié que eso ocurriera realmente. ¿Parecía un poco más peludo que de costumbre? Me miró—. Es verdad, ¿no?

—Muy pocos humanos mueren de hambre, salvo cuando se produce alguna catástrofe, una inundación o un terremoto —le dije—. Pero teniendo en cuenta el tamaño de la población de la Tierra, resulta difícil mantener a todos alimentados como corresponde. Creo que es justo decir que al menos una parte de la población está mal alimentada, y las personas mal alimentadas son vulnerables a la enfermedad.

Y hay contaminación, superpoblación, un sistema médico que apenas funciona incluso en los países más prósperos. El tipo de atención médica que Wally estaba describiendo existe, y sale en las cadenas de noticias, pero la mayor parte de los humanos no tiene acceso a ella. No dije nada en este sentido.

Wally siguió adelante.

—Si la vida es sagrada, ¿por qué la Diosa nos ha concedido la muerte? ¿Acaso los humanos no se alzan contra ella y dicen que está equivocada?

—Ambas son sagradas —intervino Gwarha—. Ambas son dones grandiosos.

—Entonces, ¿por qué los humanos no pueden tratar a ambas con respeto? ¿Y con juicio, como la Diosa indicó a los padres de todos nosotros? Ellos matan cuando no deberían. Y no matan cuando deberían. No hay forma de tener una guerra decente con criaturas como éstas.

Gwarha se inclinó hacia delante y cogió la copa que estaba en la mesa: su copa personal predilecta, redonda y lisa. El cristal era de un blanco niveo.

—Dime otra vez lo que es Nicky.

—Para ti no es ningún secreto —dijo Wally—. Todo el mundo sabe lo del brazalete que le regalaste.

No estaba seguro de dónde lo había dejado al quitármelo. En algún lugar de mis aposentos. Pero no me resultó difícil recordar su aspecto.

Cada eslabón tiene la forma de una enredadera que se retuerce formando un círculo. En medio de cada eslabón, colocado entre las hojas doradas, hay una pieza de jade tallada en forma de tli. Gwarha me lo regaló hace años, al regresar de un viaje al que no lo había acompañado. En esa época no había visto un tli, pero sabía qué era: el pequeño embustero de las obras de animales.

—El mentiroso —dijo Wally—. El tramposo, el animal que se burla de los animales grandes y nobles.

—Ah —exclamó Gwarha. Parecía enfadado. Era el momento de poner fin a la conversación.

Me estiré y empecé a masajearle los músculos de la base del cuello.

—¿Qué? —preguntó.

¿Qué demonios estás haciendo, Nicky? Ésa era la pregunta completa. Le clavé la uña del pulgar. Él me miró brevemente y guardó silencio.

¡Muy listo! Aún sabía captar una señal. Seguí masajeándole el cuello. Tenía los músculos duros como rocas.

Todos guardamos silencio durante un rato. Wally había terminado con su discurso acerca de los defectos de los humanos y, sobre todo, de Nicky Sanders. Se quedó hecho un ovillo, mirando el vacío.