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—¿Cuánto hace que ocurre esto?

Me miró desconcertado.

—¿Cuántos son los que dicen que los humanos somos animales?

Guardó silencio un instante y luego respondió con cautela.

—Wally no es el único. Creo que hay muchos que dicen esto… muchos más de lo que yo creía. Yo soy el Amante del Humano. Hay cosas que no se dicen en mi presencia. Mis parientes del sexo masculino me han contado parte de lo que sucede, pero creo que incluso ellos tienen miedo de contármelo todo.

»Creo que los rumores aumentan. Muchos hombres creen que las negociaciones van a fracasar. Tendremos que luchar con los humanos, y si ellos no luchan como personas, tendremos que destrozarlos.

Destrozarlos. Cortarlos. Descuartizarlos. Las tres traducciones son posibles. Es una palabra desagradable, llena de violencia, y no se utiliza para describir la forma en que los hombres se tratan entre sí.

—¿Por qué no me has hablado de esto?

—No estoy obligado a decirte todo lo que sé.

—Yo pertenezco a esa especie, Ettin Gwarha. Si ellos son animales, entonces yo también lo soy.

Volvió a guardar silencio y fijó la vista en la alfombra. Finalmente levantó la cabeza.

—¿De qué habría servido? Habrías mirado a tus pares, a los hombres con los que vives, y te habrías preguntado: ¿Quién dice esto? ¿Cuál de estas personas piensa que no soy una persona?

—Nada de eso.

Se quedó un rato en silencio, luego se levantó y regresó a sus habitaciones.

Me serví otra taza de café y bebí lentamente, pensando en la última vez que había estado en el planeta madre de los hwarhatb, después de regresar de la fracasada primera ronda de negociaciones con los humanos. En una mañana en particular. Me encontraba en los jardines que se extienden entre la grandiosa casa de Ettin Per y el río, respirando el aire fresco y humedeciéndome los pies con el rocío, admirando las llamativas hojas de las plantas ornamentales de Per y el plumaje igualmente llamativo de sus halpa. Los cría por sus huevos, y por su aspecto. Andan por todas partes con paso majestuoso, demasiado pesados y demasiado confiados para volar. Doblé una esquina, pasado un arbusto de hojas verdes y escarlata. Había un tli: redondo y gordo, de pelaje amarillento y anillos blancos en la cola. Estaba destrozando el nido de un halpa. De su hocico chorreaban restos de huevo que cubrían sus garras delanteras. Me detuve. El tli me miró. Durante un instante los dos nos quedamos inmóviles. Después él se alejó. Me quedé mirando los huevos rotos.

Decididamente era el momento de hacer otro viaje al planeta madre. El momento de estar al aire libre, lejos de las interminables luchas por el poder en el perímetro.

Las interminables luchas por el poder en el centro correspondían a las mujeres. En ocasiones Gwarha es invitado a reunirse con sus tías mientras ellas conspiran. De vez en cuando me convocan como experto en el enemigo humano. Yo presento mi informe y soy despedido; no tengo más responsabilidad.

¡Por la Diosa, qué tentador! Pero no todavía. Hay problemas que resolver aquí.

Del diario de Sanders Nicholas, etc.

XXIV

Sonó una campana. Tardó un minuto en darse cuenta de que era la puerta y no el intercomunicador. Tocó la placa interior y la puerta se abrió. Allí estaba Nicholas. Su rostro pálido parecía una máscara.

—¿Qué sucede?—le preguntó.

Él entró. La puerta se cerró.

—Anna, tengo que decirte algo. Me llevará un buen rato, y tendrás que prestar atención.

Ella había oído aquel tono de voz en otra ocasión, por lo general cuando alguien estaba a punto de anunciarle la muerte de un familiar.

—No tenía ningún plan. No nos interrumpirán.

—¿Por qué no te sientas? Yo quiero caminar.

—Nick, ¿de qué se trata? Me estás poniendo nerviosa.

Él había llegado al otro extremo de la habitación. Se volvió y le sonrió.

—Estoy aterrorizado, Anna. Por favor, siéntate.

Ella le obedeció. Él se quedó quieto durante un instante, mirando la puerta que conducía fuera de los aposentos.

—En primer lugar, esto no tiene nada que ver con el Primer Defensor. Es responsabilidad mía, y él no sabe lo que estoy haciendo.

Ella abrió la boca y la cerró.

—Hay cierta información que tu gente debe conocer. A ti te toca decidir cómo hacérsela llegar al embajador. Tus aposentos serían un sitio seguro, si lograras encontrar la forma de que él viniera. Sería aún mejor que lo hicieras a bordo de vuestra nave. En los aposentos de los humanos ni pensarlo. Incluso los retretes están plagados de micrófonos.

—Nuestra gente registró a fondo y nos dijeron…

—Créeme, los miembros del Pueblo han estado escuchando. Yo he estado escuchando. Examino las grabaciones casi cada día. A los miembros del Pueblo no les gusta mentir, pero lo harán, sobre todo con un enemigo, y no renunciarán a las ventajas de hacerlo. —Nicholas se paseaba por el borde de la habitación. Ella se había girado para mirarlo.

—¿No puedes sentarte? Me quedaré con el cuello torcido.

Él se dejó caer en una silla y la miró con expresión seria.

—Creo que estamos en una especie de momento crítico. Si algo sale mal en esta ronda de negociaciones, tal vez no haya forma de recuperar lo perdido; y no creo que tu gente se dé cuenta de lo peligrosa que es la situación. Tienes que cumplir esta misión.

Hizo una breve pausa. Ella esperó. Al fin Nicholas dijo:

—La información. Cuando el Pueblo hace la guerra, sigue ciertas reglas. Y las reglas son estrictas. No pueden ser violadas. La primera regla, la más importante, es que ningún hwarhath del sexo masculino puede causar daño físico a una mujer ni a un niño.

»Son buenos luchadores, y su historia es larga y sangrienta, pero un hwarhath casi nunca ha atacado a civiles. A los hombres, sí. Ningún hombre es civil una vez pasada la niñez. Siempre es una caza legal, incluso en su lecho de enfermo, incluso si es un anciano centenario. Pero las mujeres y los niños no pueden ser tocados. No físicamente. —Sonrió—. He leído algunas de las obras de mujeres. Hablan de lo que significa pertenecer a un linaje que ha sido derrotado. Todos los parientes del sexo masculino con más de veinte años, y a veces más de quince, son asesinados. Los hermanos, los tíos, los primos. Ellas y sus hijos se convierten en miembros del linaje que destruyó a su familia. Algunas eligen la opción, pero eso no es algo totalmente respetable. Se supone que deben seguir vivas por el bien de sus hijos.

»Y se supone que los hijos olvidan a sus tíos y a sus hermanos mayores. Una vez acabada la guerra, una vez que son adoptados, la venganza se convierte en asesinato en el seno de la familia, y ése es un crimen espantoso.

—Nick, ¿esto tiene alguna importancia en este momento?

—¿Estoy divagando? Esto me resulta difícil. Estaba diciendo que los miembros del Pueblo no matan a mujeres ni a niños. Ha ocurrido, pero no con frecuencia. Cuando esto sucede, por lo general da origen a una especie de guerra santa. Todos los vecinos se unen y destruyen al linaje proscrito. —Hizo una pausa y la miró directamente—. Los humanos atacan a la población civil. Ésa ha sido la forma más importante de lucha en los dos o tres siglos pasados. Los hwarhth lo saben. Saben que estarán en terrible desventaja si luchan con nosotros respetando sus propias reglas.

»Los humanos pueden atacar sus ciudades, pero ellos no pueden responder al ataque. Supongo que cada uno descubrirá el planeta madre del otro. Demonios, los miembros del Pueblo están casi seguros de saber dónde está la Tierra. Podrían arrebatarnos nuestro planeta madre ahora mismo, si no fuera por sus reglas.