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—¿Sabes lo que parece? —preguntó Ettin Sai—. Parece como si pensaras que a Nicky no debería importarle nada excepto tú.

—Nunca tendríamos que haberles permitido estar juntos —opinó Aptsi—. ¡Mira las consecuencias! ¿Por qué Gwartha no podía encontrar a un joven de un linaje que nos gustara?

Todos guardaron silencio, y las mujeres de Ettin parecieron incómodas. No supe si Aptsi estaba en desacuerdo con las demás, o si había expresado la opinión de todas.

Finalmente, el general rompió el silencio.

—Me has hecho una pregunta, Abuela, y me he negado a responderla. La responderé ahora. Me preguntabas si me enamoré de Nicky por sus ojos. No, y tampoco por su pelo. Cuando lo conocí, su pelo era rojo como el cobre, y brillaba incluso con la luz de la estación. Si lo hubiera visto a la luz de un planeta, creo que me habría deslumbrado. Y tampoco por su rara piel desnuda, que siempre me ha enternecido y me ha hecho sentir lo mismo que se siente ante la vulnerabilidad de un niño. No fue por ninguna de estas cosas, ni por nada de lo que tiene de extranjero e inusual. —Hizo la pausa justa y prosiguió—: Te daré cinco motivos. En las historias de antes, todo iba en grupos de cinco, o así solía ser.

—Sí —respondió Ettin Petali.

—Él es inteligente, aunque no siempre de la forma en que el Pueblo es inteligente. Es curioso… incluso ahora, cuando debería estar asustado y avergonzado. Miradlo, sigue volviendo la cabeza y mirándonos cada vez que hablamos. Nunca pierde el interés por lo que ocurre a su alrededor.

Obedientes a su sugerencia, las mujeres me miraron; bajé la vista.

—Nunca se da por vencido. Cuando uno cree que se está retirando, lo que hace simplemente es colocarse en una postura nueva para descansar o encontrar una nueva forma de resistirse o atacar. Me di cuenta de ello en la sala de interrogatorios. Si existe una forma buena de rahaka, es ésta.

»Y se niega a odiar. Ni siquiera le gusta estar enfadado. Cuando estaba en prisión y fui a visitarlo, se mostró dispuesto a hablar conmigo, aunque sabía que yo estaba implicado en lo que le había ocurrido.

(No me gusta decirlo, pero estaba mortalmente aburrido, y tú eras mucho más interesante que los jinetes espaciales con los que estaba encarcelado. Pero guardaré esta frase como si fuera un tesoro. He intentado reproducirla tal como la dijiste.)

—Eso son cuatro motivos —apuntó Ettin Petali.

—Tenía otro. Ya no lo tengo.

Ettin Sai se inclinó hacia delante.

—Eso está bien, Gwarha, y explica por qué elegiste a Sanders Nicholas y no a alguien más adecuado. Pero no explica por qué pensaste que tenías derecho a toda su lealtad. Nunca habrías esperado algo así de un hombre del Pueblo.

—Como lo amabas, y él era extranjero y estaba atrapado detrás de nuestras fronteras y solo, pensaste que tenías derecho… —Per vaciló.

—A poseerlo —concluyó la Abuela. Su voz estaba teñida de desdén. No utilizó el verbo «tener», que se utiliza para las casas, la tierra y otras riquezas que las familias comparten. Este verbo hace referencia a las pertenencias personales: la ropa, los muebles, tal vez una mascota.

—Siempre has tenido ese defecto —añadió Per—. Incluso de niño. No querías simplemente ser el primero, que es una ambición loable. No querías simplemente conseguir que los otros chicos renunciaran. Querías apropiarte de las cosas y quedártelas. La avaricia y la hosquedad han sido siempre tus defectos.

Ha habido momentos en los que me he preguntado qué hace que el general sea como es. Era eso. Aquellas mujeres espantosas. Estaba sentado con la cabeza hundida entre los hombros, soportando sus palabras.

—¿Puedo añadir algo? —pregunté.

—Sí —respondió Ettin Petali.

—Pérez Anna sigue esperando, y cuando la dejé estaba asustada y furiosa. No deberíais hacerla esperar demasiado.

La anciana me miró fijamente.

—Tienes razón. No deberíamos dedicar demasiado tiempo a los defectos de Ettin Gwarha. Todavía quedan el problema de tu comportamiento y el de si ese miserable bruto de Lugala Tsu será capaz de aprovechar la situación para perjudicarnos.

—¿Comprendes lo que has hecho, Nicky? —preguntó Ettin Sai.

—He dado información a alguien del enemigo en tiempos de guerra. Los humanos considerarían este acto casi de la misma manera que vosotras.

—¿Le has ofrecido la opción, Gwarha? —preguntó Ettin Petali.

—No —repuso el general—. Y no lo haré.

—¿Por qué no? —preguntó Aptsi en tono lastimero.

—El es rahaka. No la elegiría, y hace años me prometí que jamás volvería a hacer nada que lo dañara.

¿Eso hiciste?

—Es una pena —comentó la Abuela.

—¿Por qué hablaste con Pérez Anna? —preguntó Per.

Clavé la vista en el suelo lustrado, intentando encontrar un argumento que tuviera sentido para las mujeres de Ettin. Finalmente miré a Per.

—Vi al hijo de Lugala hacer todo lo posible por destruir las negociaciones. Oí al jefe de operaciones de Gwarha afirmar que mis iguales no son personas; y sabía que los negociadores humanos no sabían, porque no podían saber, lo grave que es la situación. Pensé que nada mejora gracias a la ignorancia.

—Te dije que yo podía ocuparme de Lugala Tsu —intervino el general—. Y de Shen Walda.

—Pero ¿qué me dices de los humanos, Primer Defensor? ¿Puedes ocuparte de ellos? ¿Tienes idea de lo que van a hacer? Esta no es una lucha ordinaria entre hombres del Pueblo, en la que cada uno intenta hacer retroceder a los demás. Éste no es un conflicto corriente entre linajes enemigos. Te estás enfrentando a seres que no comprendes, y ellos son ignorantes. No tienen ni idea de las consecuencias que pueden tener sus actos.

La Abuela levantó una mano pidiendo silencio.

—No me interesan las discusiones de los hombres. Las acusaciones pueden esperar; las explicaciones también. Tenemos tres problemas que debemos resolver ahora mismo.

¿No cinco?

—Uno eres tú, Nicky. Has demostrado que no eres de fiar. No podemos permitir que te quedes aquí ni en ningún otro lugar de importancia estratégica. Podrías traicionarnos. ¿Pero cómo podemos expulsarte sin que los demás sepan lo que has hecho?

»E1 segundo problema es Pérez Anna. ¿Existe alguna forma de que guarde silencio?

»El tercer problema es Lugala Tsu. Mientras él esté aquí, las negociaciones correrán peligro. Creo que en esto Nicky tiene razón, Gwarha, y tú estás equivocado. He observado a los Lugala durante ochenta años. Todos se parecen: avaros y de miras estrechas, pero con una inteligencia peligrosa, y una gran persistencia. Nunca ceden. Nunca aprenden nada importante. Cuando han decidido lo que quieren, no hay argumento que los haga cambiar.

Hizo una pausa y suspiró.

—Existe un cuarto problema que se me acaba de ocurrir. Los humanos como especie. ¿Te has preguntado, Gwarha, cómo podemos enfrentarnos a criaturas como éstas? Ése es un asunto a considerar. Se lo hemos dejado a los hombres, y ha sido un error.

La Abuela hizo una breve pausa y añadió:

—Marchaos.

—¿Qué? —preguntó el general.

—Sal y habla con Pérez Anna. Dile algo tranquilizador y llévate contigo a Sanders Nicholas. Quiero hablar con mis hijas, y no quiero distraerme con las voces de los hombres. Márchate.

Ettin Gwarha se puso de pie y lo imité.

—No abandonéis los aposentos de las mujeres —ordenó Ettin Per—. Ninguno de vosotros.

Regresamos a la antesala, donde Anna esperaba, todavía acurrucada en la silla ancha y baja. Vaihar se había sentado frente a ella. Levantó la vista y miró al general, luego a mí y finalmente al suelo. Anna dijo: