—¿Y bien?
—Nos han hecho salir —repuso el general—. Las mujeres de Ettin están conferenciando.
Se sentó. Yo me apoyé contra la pared.
—Vaihar, ¿podrías salir un momento? Necesito hablar con el Primer Defensor. Espera en el pasillo.
Vaihar salió. El general levantó la cabeza.
—No tengo ganas de conversar —dijo en la lengua de Eh y Ahara.
—Me lo imagino —comenté en inglés, y luego le dije a Anna que iba a hablar una de las lenguas hwarhath—. Sé que es una grosería, y me disculpo. Tengo que aclarar un asunto.
Ella asintió.
Seguí hablando en la lengua de Ettin.
—Tengo que pedirte un favor.
—¿Ahora? ¿Después de comportarte como lo has hecho?
Esperé.
—No te prometo nada, Nicholas. Dime qué quieres.
—Mi diario. Si me ocurre algo, cógelo y destruye las partes codificadas para que nadie pueda verlas. Hazlo sin leerlas. —Me dedicó una larga y reflexiva mirada—. ¿O es que ya las has leído, Primer Defensor?
—No. No he interferido ninguno de s programas, ni he abierto ninguno de tus archivos. ¿Debería haberlo hecho?
—En ellos no hay nada que suponga una… —me negué a pronunciar la palabra que empezaba por «t», y que realmente no me gusta— deslealtad hacia ti ni hacia tu Pueblo. Pero hay secretos. Si sólo fueran secretos míos, podría vivir sabiendo que tú los has leído.
Algo alteró su expresión. Estaba pensando en algo que no resultaba demasiado agradable.
—O morir sabiéndolo —añadí.
No respondió.
—Los archivos que he codificado contienen secretos de otras personas. Sé que los miembros de tu especie no necesitan mucha intimidad. Pero tú sí necesitas algo, y esta gente confió en mí.
—Destruiré los archivos sin leerlos, si resulta necesario hacerlo. Pero no creo que lo sea. ¿Qué me dices del resto del diario?
—Haz lo que quieras, pero siempre quise publicarlo.
El general lanzó un silbido.
—Memorias. Como mi abuela.
—Tú tendrías que ser el editor —dije.
Lanzó otro silbido.
—No te prometo nada.
—De acuerdo. —Miré a Anna—. Danos otro par de minutos, ¿quieres?
—Sí. —Parecía cansada y deprimida. Me pregunté cómo estaría Vaihar en el pasillo.
—Hay otra cosa —dije en la lengua de Ettin—. Otro favor.
Su expresión era la de un hombre que se encuentra al límite, pero no me pidió que guardara silencio.
—Si sucede lo peor, no conserves mis cenizas con la esperanza de poder devolvérselas a mi familia. No quiero ser enterrado en la Tierra.
—¿Por qué no?
—Si los humanos dicen la verdad, mis padres viven ahora en Dakota del Norte. No quiero acabar en el cementerio de una pradera. Diosa, me sentí feliz al irme de allí.
Reflexionó. Por supuesto, le resultaba incomprensible. Todos los hombres —todas las personas— deben querer regresar a su tierra natal, ser enterradas entre los suyos.
—¿Dónde quieres ser enterrado?
Me encogí de hombros.
—En Ettin, si estás dispuesto. De lo contrario, en el espacio.
—Esta conversación no es necesaria. No vas a morir. —Hizo una pausa—. No en un futuro cercano. Pero dada la diferencia de la esperanza de vida entre nuestras especies, es casi seguro que tú mueras antes que yo. Cuando llegue el momento, y si aún es tu deseo, llevaré tus cenizas a Ettin. —Levantó la vista y me miró a los ojos—. No estés tan asustado, Nick, y no digas cosas que me asustan a mí.
—De acuerdo —dije. Volví a mirar a Anna—. Estamos esperando que las tías del Primer Defensor y su soprendente abuela decidan qué hacer.
—¿Su abuela? ¿Ha traído a su abuela a las negociaciones?
—Empezaba a decaer —comentó el general—. Pensamos que ya no era aconsejable que viviera sola. Así que Per, mi tía Per, le ofreció su casa. —Pasó a la lengua de Ettin y me dijo—: Echaron los dados, y Per sacó la combinación menos propicia. Sin duda, fue obra de la Diosa. A Aptsi le resultaba imposible ocuparse de mi abuela, y habría sido una pena arruinar la buena disposición de Sai.
—¿No puede decirlo en inglés? —preguntó Anna.
—No —repuso Ettin Gwarha—. Lo siento, miembro Pérez. Estoy actuando con descortesía. Ella no está acostumbrada a vivir con otras personas, y mis tías pensaron que no sería buena idea dejarla en casa de Per, acompañada sólo por los miembros jóvenes de la familia.
—Se la habrían comido en el desayuno —comenté.
—Por eso la trajo aquí.
—Donde probablemente ella nos comerá a nosotros en el desayuno.
Me miró con furia.
—No confundas a la miembro Pérez Anna, ni calumnies a la gente que te ha dado cobijo durante más de veinte años. No somos… ¿cuál es la palabra que designa a los que se comen entre sí?
—Capitalistas —contestó Anna.
—¿Es así? —me preguntó Ettin Gwarha.
—En este contexto, la palabra correcta es caníbal.
—Ah.
Después esperamos en silencio. Me miré los pies. Uno de mis calcetines se estaba agujereando en el sitio de costumbre, en el dedo gordo. Resulta curioso las cosas que uno ve y en qué momento. Como el tapiz del vestíbulo. Podía cerrar los ojos y verlo: el tractor enorme y cuadrado, de color rojo burdeos; la mujer alta, vestida de azul y verde. Sostenía una llave inglesa, no» muy distinta de una llave inglesa humana, totalmente corriente. Yo había usado una igual cuando era niño.
Finalmente Ettin Gwarha habló en inglés.
—¿Por qué la gente te ha contado secretos?
Abrí los ojos.
—Porque yo escucho. No siempre, pero sí con frecuencia.
—¿Entonces por qué no me escuchaste a mí cuando te dije que te mantuvieras al margen?
—Tenía que hacer algo. «Sólo hay esperanza en la acción.»
—¿Qué?
—Estoy citando a alguien. A un filósofo humano.
Arrugó el entrecejo.
—Eso es una completa equivocación. ¿Es una creencia común?
—¿Por qué es una equivocación? —preguntó Anna.
Lo vi cambiar de posición y ponerse más cómodo para concentrarse en una discusión sobre su tema favorito: la moral.
—Todo tiene consecuencias, la inacción lo mismo que la acción. Pero como norma, es mejor no hacer nada que hacer algo, y mejor hacer poco que mucho.
»Decir que la acción es motivo de esperanza significa alentar a las personas, a los necios como Nicky, a dar vueltas y hacer algo, cualquier cosa, en lugar de soportar la desesperación.
»Esto no significa que debamos permanecer ociosos. Evidentemente, hay muchas otras cosas que deben hacerse. Pero deberíamos tener cuidado, sobre todo cuando hacemos algo nuevo. La Diosa nos ha dado la inteligencia que necesitamos para pensar en lo que estamos haciendo, y nos ha dado la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo. No podemos esperar nada más de ella. No nos rescatará de las consecuencias de nuestra locura.
»Lo que se necesita, siempre, es paciencia, persistencia, cautela y confianza. Debemos creer que el universo sabe lo que hace, y que los demás no son totalmente estúpidos.
—Pero usted no confía en Nicky, ¿verdad? —apuntó Anna.
Gwarha abrió la boca pero no dijo nada. En lugar de él, habló el aire. Era Ettin Per, que nos llamaba a todos.
Entramos en la habitación de paredes blancas: primero Anna, después Gwarha, después yo. Las mujeres levantaron la vista.
Per dijo:
—Nicky, traduce tú. Dile a la mujer de Pérez que se siente a mi lado.
Gwarha y yo nos sentamos en la sillas que habíamos ocupado antes. Ahora el círculo estaba completo. No quedaban sitios vacíos.