—Es un juego de niños, y una forma de recordarnos mutuamente que los dos somos humanos.
Regresamos al otro extremo de la estación. Le hablé a Gwarha de Jack y la Habichuela Mágica.
—Ah —dijo cuando concluí—. Es interesante lo parecidos que sois a nosotros, salvo en las cosas en las que sois diferentes. Ese cuento es como el nuestro del Niño Inteligente y la Niña Inteligente.
Llegamos a sus habitaciones.
—Quiero hacerte una pregunta, Primer Defensor, y de veras no quiero que la eludas.
—¿Tienes que hacerla ahora?
—¿Cuánto tiempo nos queda?
Me miró con sus ojos azules y sus pupilas parecían rayas. Suspiró débilmente y apoyó la palma de la mano en la puerta.
—Entra.
Se acomodó en el sofá. Encontré un trozo cómodo de pared desde donde podía observar su expresión.
—Haz tu pregunta.
—Hasta ahora, nunca te he visto hacer algo deshonroso. Has roto una promesa que me habías hecho, y has violado una de las reglas de la guerra. Me gustaría saber por qué.
—Es evidente, sin duda. Pensé que ibas a traicionarme. —Hizo una pausa y añadió—: Y que traicionarías al Pueblo.
—¿Cómo se te ocurrió pensarlo?
—¿Tiene importancia? Tenía razón.
Esperé. Bajó la vista.
—Gwarha, cuando estás avergonzado o molesto, más te valdría ponerte un letrero.
Levantó la vista y me miró a los ojos.
—Me he estado haciendo preguntas sobre ti y sobre Anna. Ella no es pariente tuya. Esa historia del parentesco entre Kansas e Illinois es una mentira.
Entonces caí en la cuenta y supe lo que había estado imaginando.
—Estúpido imbécil.
—He estado recordando que eres humano —dijo en tono lastimero.
—¿Qué buscabas cuando pusiste los micrófonos en nuestras habitaciones? ¿Una prueba de traición? ¿O la prueba de que yo me metía en la cama con Anna?
Clavó la vista en la alfombra.
—Estúpido. Ningún ser humano me resulta sexualmente interesante. Me siento en esa sala de reuniones y miro a los hombres y pienso: «Debería encontrar atractivos a estos individuos.» Pero no es así. Recuerdo que los humanos solían parecerme hermosos. Pero ya no. No en comparación contigo, o con Vaihar, o incluso con el pobre Matsehar. Pero son mi gente, y Anna es mi amiga, y estoy demasiado furioso para continuar con esta conversación.
Me acerqué a la puerta. Él se quedó sentado en el sofá, con los hombros caídos y la cabeza gacha, en silencio.
Tenía tiempo de dar un paseo. Tomé el camino de costumbre, lejos del sector habitado de la estación.
Le dije a Anna que la estación está casi totalmente vacía, que es como una concha. Tal vez sea cierto, pero una red de pasillos recorre toda la superficie interna del cilindro de la estación.
Algunos tienen la misma longitud que el cilindro. Cuando me siento atrapado, prefiero caminar por ellos. Puedo mirar adelante y ver filas de luces que se extienden en la distancia.
Otros rodean el espacio central teóricamente desierto. No me gustan tanto. La curva del suelo y el techo es evidente, y no se ve hasta demasiado lejos.
Es posible que los pasillos sobren en la construcción. Suelen estar vacíos y siempre son fríos. ¿Pero por qué todos están presurizados, y por qué tantas puertas tienen emblemas de seguridad?
Sé que no vas a responder estas preguntas, Gwarha. Lo más probable es que yo haya abandonado la estación antes de que leas esto. Te diré cuál es mi teoría.
Las puertas conducen a compartimientos estancos, y más allá de estos compartimientos se encuentra otra de las desagradables sorpresas del Adelantado Shen Walha. No sé con certeza de qué clase de sorpresas se trata. Tal vez es una nave de guerra interestelar tipo luat, con sus exploradores y sus barrenderos. Mientras camino por los pasillos la imagino flotando en medio de una estación destinada a los diplomáticos: enorme, contundente y de aspecto brutal, con sus pequeños cachorros exploradores.
Los barrenderos (casi con certeza) se encuentran en la parte superior: chatos y en forma de hoja de lanza, como escamas que cubren el amplio lomo del luat.
Así es como lo imagino, Gwar: una madre-monstruo blindada, como la de la historia que contó Tsai Ama Ul. Si los acontecimientos toman un cauce negativo, puede utilizarse para evacuar a las mujeres o destruir la nave espacial humana.
Tal vez estoy equivocado. Tal vez no hay nada al otro lado de las puertas. Muchas veces me has dicho que tengo demasiada imaginación.
Caminé un rato; estaba furioso. No voy a decirte lo que pensaba: ideas surgidas de la ira, la mezquindad y la autodefensa. Finalmente llegué a una zona donde los tubos del techo estaban apagados; sólo estaban encendidas las luces pequeñas del suelo. Me detuve en una intersección. Un pasillo se abría a ambos lados. El otro se curvaba ligeramente. El aire era más frío de lo habitual y olía a los productos químicos que se utilizan para colocar una moqueta.
Empecé a hacer una serie de ejercicios banatsin: lentos, concentrándome en alcanzar la perfección en cada movimiento. Eso me ayudó. Comencé la segunda serie, que es aún más lenta, y luego la tercera, que incorpora posturas estáticas. Por lo general es en este punto donde logro que mi respiración sea la correcta.
Con la tercera serie desaparecen las irritaciones menores. En la cuarta, uno deja de ser consciente de su ser. Al final de la quinta serie, uno ha alcanzado el estado adecuado para el reposo. Ya no se mueve. Está vacío, abierto, inactivo y cbulmar, una palabra que nunca he logrado traducir apropiadamente. Cuando se utiliza en la conversación corriente significa ser piadoso o tener un gran sentido del humor. Cuando se utiliza en el hanatsin, no lo sé.
Llegué al final de la quinta serie y me quedé inmóvil durante un rato; luego recuperé la conciencia. Los pasillos no habían cambiado; sentí frío. Miré a mi alrededor y descubrí las cámaras que enfocan la intersección: eran dos, muy altas y casi ocultas entre las sombras. Probablemente había algún individuo en algún puesto de seguridad, mirando las pantallas y preguntándose qué tramaba Sanders Nicholas esta vez. Si quería practicar hanatsin, ¿por qué no iba a la sala de hanatsin?
Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar, como solía decirme mi padre cuando hablaba del cobertizo de las herramientas y de su biblioteca.
Cuando regresé a mis aposentos, la luz ámbar de la puerta que daba a las habitaciones de Gwarha estaba encendida. La puerta no tenía echada la llave. Él quería que entrara a verlo. Yo ya no estaba enfadado, pero sí cansado, y aún me duraba el estado de ánimo alcanzado con los ejercicios hanatsin. No quería perderlo oyendo las acusaciones ni las explicaciones de Gwarha. Me di una ducha y me metí en la cama.
Por la mañana encontré un mensaje en mi ordenador; era de Gwarha y estaba escrito en la lengua principal hwarhath, muy formal y muy cortés.
Prefería que no tuviera contacto de ningún tipo con los humanos.
Prefería que no entrara en ningún archivo que exigiera una clave, salvo en mis archivos personales, por supuesto.
Prefería que no fuera a mi despacho.
Me explicaba cuidadosamente que no había habido ningún cambio en mi categoría. Aún tenía mi rango de seguridad. Él no había impartido órdenes. (Tampoco podía hacerlo si quería mantener en secreto lo que ocurría.) Pero como un favor a él, ¿tendría la amabilidad de pasar el día haciendo algo inofensivo?
Claro que sí, respondí al ordenador.
Sabía que me gustaba caminar por los sectores desiertos de la estación, y sabía lo importantes que eran para mí las caminatas. ¿Pero podría limitarme a las zonas de la estación que estaban en funcionamiento?