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—Parece que eso le divierte. ¿Es así? ¿O lo que percibo es ira?

—No suelo utilizar conceptos como el honor personal. Creo que cuando la gente empieza a hablar de su integridad personal lo que intenta hacer es desviar la atención de su falta de compasión o de decencia humana. —Hizo una breve pausa y reflexionó—. Y de su falta de fe en cualquier clase de sistema moral o político que diga que la comunidad es importante y que los demás cuentan. Esto es sólo mi opinión, y está limitada por lo que sé. En el lugar de donde vengo, los que hablan de honor suelen ser imbéciles de derechas.

—Eso es interesante —dijo Gwarha al cabo de un instante—. Tal vez eso explica algo acerca de la humanidad.

—Tenemos muchos imbéciles de derechas —añadió Anna—. Y al menos algunos que comprenderían su preocupación por el honor. No crea que todos son como yo.

Él guardó silencio y observó el tapiz que colgaba de la pared opuesta: la hoguera y el círculo de espadas.

—Hay algo más que me preocupa —dijo ella finalmente.

—¿Sí?

—No me gusta la idea de que la humanidad sea juzgada en su ausencia.

—No comprendo.

—El Tejido va a decidir si somos o no somos personas. Pero nosotros no lo sabemos. No tendremos ocasión de defendernos. Eso no está bien.

—¡Ah! Ahora habla de lo que está bien, después de decirme que no cree en el honor.

—Creo en la justicia, al menos a veces; y sin duda creo en las personas que tienen voz y voto.

—Usted quiere que el Tejido comunique a su gobierno lo que está ocurriendo. Quiere que la Confederación pueda presentar un alegato a favor de la humanidad.

Sí.

Ettin Gwarha suspiró.

—Se lo preguntaré a mis tías. No estoy seguro de que sea posible, miembro. Para explicar a su gente cuál es el problema, tendríamos que explicarle lo que intentamos mantener en secreto. Recuerde que Nick estará en el planeta nativo, y el Tejido enviará gente aquí para que hable con usted, y tenemos algunos humanos prisioneros. La humanidad no carecerá completamente de representación.

—No estoy segura de querer asumir esa clase de responsabilidad —advirtió Anna.

—¿Le parece que un grupo de políticos humanos puede hacer un trabajo mejor que el que harían usted y Nicky?

—No he dicho eso. Digo que no quiero asumir esa responsabilidad.

—Tal vez tenga que aceptarla. —Se irguió y empezó a ponerse de pie. Levantó la mano en un ademán que significaba claramente «basta»—. Por favor, espere aquí. —Se acercó a la puerta; ésta se abrió y él se marchó.

Enseguida entró Nicholas. La puerta se cerró. Nick se acercó a la mesa del general y se apoyó en ella. Llevaba su habitual vestimenta de paisano y tenía las manos en los bolsillos de una chaqueta nueva idéntica a la que había cortado en tiras. Estaba más pálido que de costumbre y su expresión era distante y seria. Un momento después sacó las manos de los bolsillos. Miró hacia atrás para asegurarse de que no había nadie, se subió a la mesa y se sentó con las manos apoyadas en el borde y los pies colgando.

—¿Alguna vez piensas crecer? —le preguntó Anna.

Él sonrió y su expresión distante desapareció.

—¿Para convertirme en qué? ¿En un pilar de la sociedad? ¿Y de qué sociedad? Creo que no. Ettin Gwarha decidió que debíamos tener una oportunidad de hablar antes de mi partida.

—¿Porqué?

—No se lo pregunté. No voy a cuestionar el pedigrí de un sul que recibo como regalo.

—¿Un qué?

—Es un animal doméstico que se utiliza para cazar, más o menos del tamaño de un poney shetland. No se pueden montar.

Se los envía a buscar lo que uno caza. Tienen unos dientes así. —Levantó las manos y las sostuvo separadas por una distancia de quince centímetros—. Son afilados. Y hay un proverbio que habla de la grosería que supone hacer demasiadas preguntas sobre la pureza de un sul que se recibe como regalo.

—Ah —dijo Anna.

Él volvió a apoyar las manos en la mesa.

—Debería darte las gracias. Si no hubieras aceptado ayudar a los Ettin, a Gwarha no le habría quedado otra alternativa que arrojarme a los lobos. He vuelto a utilizar una metáfora con animales. ¿Por qué será? Tal vez porque no estoy absolutamente seguro de mi condición.

—¿Has aclarado las cosas con el general?

Nicky sonrió brevemente.

—Hemos pactado una tregua y empezado las negociaciones. Hay mucho que perdonar. Estoy realmente furioso de que haya ocultado micrófonos en mis habitaciones, y no puedo decir que él esté especialmente contento de que yo lo defraudara. La maldita palabra que empieza por «t». No deja de atormentarme.

Anna esperó a que él continuara, pero no lo hizo.

—Mi madre era psicóloga. ¿Te lo había dicho?

—Está en tu ficha —repuso Nick.

—Ella me explicó que en toda relación, si se prolonga lo suficiente, ocurren cosas… se hacen cosas, que son imperdonables. El problema consiste entonces en cómo perdonar lo que no se puede perdonar, cómo superar la traición y el dolor. Hay que encontrar la forma de hacerlo, me decía mi madre, o uno acaba quedándose solo.

—Ah. —Nick contempló el tapiz que había fascinado a Ettin Gwarha—. ¿Por qué nunca te has casado? Ya sé que no es asunto mío.

Anna se encogió de hombros.

—No he tenido suerte; o tal vez soy solitaria por naturaleza; o quizá nunca he aceptado que la gente es imperfecta.

Un instante después, Nick dijo:

—Creo que el general y yo lograremos encontrar una solución. Las tías son de una gran ayuda. No dejan de machacar a Gwarha y de decirle cómo puede pedirle a un hombre, aunque sea un humano, que le dé la espalda a una mujer de su familia. Eso es lo que ven cuando analizan la situación: un hombre que protege a una parienta; y en lo que a ellas respecta, esa conducta es la correcta. Tendrías que haber oído a Ettin Per. «La Diosa nos libre de que un hijo de Ettin haga lo que esperabas que Sanders Nicholas hiciera», dijo.

Anna se echó a reír.

—¿Qué me dices de Matsehar? ¿Has hablado con él?

Nick asintió.

—Le dije que ocurría algo, y que debía mantenerse lo más apartado posible del asunto. Debía hacerlo por su arte. El muy tonto empezó a hablar de lealtad y honor, como si no los hubiera estado atacando en sus obras durante los diez últimos años. «Tú eres mi amigo, Nicky. No puedo dejar que te enfrentes solo a esto, sea lo que sea», me dijo. De modo que discutimos, y ahora está de mal humor. Cuando empiece a recuperar el buen humor, dile… demonios, dile que lo amo, que debe seguir haciendo lo que hace tan bien y dejar que yo me ocupe de mis problemas.

—¿De verdad quieres que le diga eso?

—A ti te cae bien, Anna. Y a Gwarha, no. No puedo usarlo como mensajero. Cualquier mensaje que le diera se lo transmitiría con absoluto cuidado y con evidente desaprobación —Nick bajó de la mesa—. Creo que deberíamos terminar esta conversación. Gwarha está esperando para escoltarte.

Ella se puso de pie. Él le dio un rápido abrazo y un beso y retrocedió.

Courage, ma brave. Creo, espero, que todo saldrá bien.

A ella no se le ocurrió qué decir. Cogió una de las manos de Nick y la apretó con fuerza, luego la soltó y caminó hacia la puerta. Ésta se abrió. Ettin Gwarha estaba en la antesala, con expresión atenta y relajada, como si no le hubiera importado esperar incluso todo un día.

—¿Miembro?

Regresó con él a los aposentos de las mujeres. La escoltó hasta la puerta de la habitación. Anna abrió la puerta y vaciló; luego preguntó: