Y el hombre que caminaba a su lado sería su marido.
Si la había besado de esa forma a plena luz del día junto al lago, ¿qué le haría cuando…? En fin.
Se tropezó con un terrón suelto, de modo que el vizconde le apretó con fuerza la mano que descansaba sobre su brazo al tiempo que la miraba… con los labios apretados como si semejante torpeza no fuera digna de su futura duquesa.
¿Qué iban a decir Meg, Kate y Stephen?
¿Qué iba a decir lady Lyngate?
¿¡Qué iba a decir su abuelo, el duque!?
¿Por qué había vuelto las tornas y le había pedido matrimonio él? Era lo que menos se esperaba, dadas las circunstancias. Había estado a punto de alejarse en busca de un rincón oscuro donde ocultarse, preferiblemente para siempre.
– Señora Dew -lo oyó decir cuando llegaron a la terraza, donde se detuvo para mirarla de nuevo-, todavía está a tiempo para cambiar de opinión. He notado su nerviosismo desde que nos alejamos del lago. ¿Quiere casarse conmigo o no? Le doy mi palabra de honor de que, sea cual sea su respuesta, no me casaré con ninguna de sus hermanas.
¡La oportunidad de retractarse!
Lo miró a los ojos y pensó (aunque no fuera al caso) que quienquiera que los hubiera hecho azules (¿Dios?) había sido muy astuto, ya que con su aspecto mediterráneo se esperaba que fuesen castaños.
Sí, quería casarse con él pese a todo. Pero…
– ¿Usted quiere casarse conmigo? -le preguntó a su vez.
Lo oyó resoplar con fuerza al tiempo que apretaba los dientes.
– Señora -le soltó con brusquedad-, no es de buena educación contestar a una pregunta con otra. De todas formas, le contestaré. Le he pedido matrimonio. Por tanto, quiero casarme con usted. No soy un hombre que cambie de decisión de un momento para otro, señora Dew. Y ahora espero su respuesta.
¡Vaya!, pensó Vanessa. Un hombre acostumbrado a mandar. Una vez que se casara con él, tendría todo el derecho a mandar sobre ella y a avasallarla.
En caso de que ella se lo permitiera, claro estaba.
– Por supuesto que quiero casarme con usted -contestó-. Yo fui la primera en proponérselo, ¿recuerda?
– Dudo mucho que logre olvidarlo algún día -replicó él.
Le hizo una reverencia al tiempo que le ofrecía de nuevo el brazo.
Vanessa rió entre dientes en contra de su voluntad.
– ¿Ha sido nuestra primera discusión? -le preguntó.
– Yo sugeriría que ni siquiera intentara contarlas -contestó el vizconde mientras ella aceptaba su brazo-. Es posible que pierda la cuenta mucho antes de que se celebre la boda.
El comentario le arrancó una carcajada.
Pero no tardó en recuperar la seriedad.
– ¿Quién va a anunciarlo? -le preguntó mientras subían los escalones de la entrada principal.
– Yo lo haré -contestó él con voz firme. Y muy seria.
Vanessa no rechistó. Lo cierto era que su respuesta la había aliviado mucho. ¿Cómo iba a ser ella quien lo anunciara?
Stephen salía en esos momentos del despacho.
– ¡Vaya, lord Lyngate! -exclamó-. Llega usted en el momento más oportuno. Meg acaba de avisar de que el té está servido en el salón. ¿Le apetece acompañarnos? Nessie, otra vez vas de azul. ¿Nada de lavanda ni de gris hoy tampoco? Ya era hora, si me permites decírtelo.
Mientras seguía a su hermano escalera arriba del brazo de su prometido, se preguntó si sería físicamente posible que un corazón se saliera del pecho por latir demasiado fuerte.
Katherine estaba sentada junto a la ventana, ojeando los bocetos de moda que le había dejado la señorita Wallace el día anterior. Margaret estaba junto a la bandeja del té, ataviada con su mejor vestido mañanero. Al percatarse de la llegada del vizconde, su actitud se tornó decidida y un tanto incómoda. Debía de estar reuniendo el valor suficiente para aceptar la proposición que creía estar a punto de recibir, concluyó Vanessa.
– Milord -dijo Meg-, ha llegado a punto para tomar el té. ¿Le apetece sentarse?
– Sí -contestó él-, aunque antes me gustaría comunicar algo que les concierne a todos.
Margaret lo miró visiblemente descompuesta, como si temiera una proposición matrimonial allí mismo, delante de todos. Stephen pareció interesado y Katherine se limitó a apartar la mirada de la revista que había estado ojeando.
– La señora Dew me ha concedido el honor de aceptarme como futuro esposo -dijo el vizconde.
Vanessa deseó haberse sentado nada más entrar en el salón. Pero ya era demasiado tarde. No le quedó más remedio que seguir de pie, aunque se le habían aflojado las rodillas.
El silencio que siguió a las palabras del vizconde pareció hacerse eterno, aunque en realidad debió de ser muy breve.
– ¡Caray! -Stephen fue el primero en recuperar el habla-. ¡Caray, menuda sorpresa! -Le tendió la mano al vizconde para intercambiar un efusivo apretón, tras lo cual abrazó a su hermana con todas sus fuerzas mientras sonreía de oreja a oreja.
Katherine se puso en pie de un salto y atravesó el salón a la carrera.
– ¡Oh, esto es maravilloso! -exclamó-. Aunque no he sospechado nada de nada. ¿Debería haberme dado cuenta de algo? No he visto ni el menor indicio de que hubiera algo especial, la verdad. Pero claro, ¡se me había olvidado el baile de San Valentín! Milord, usted solo bailó con Nessie. -En ese momento pareció estar a punto de correr hacia los brazos del vizconde, pero debió de pensárselo mejor en caso de que se le hubiera pasado por la cabeza hacerlo y corrió hacia Vanessa una vez que Stephen la soltó.
Margaret siguió de pie junto a la bandeja del té. Vanessa la miró por encima del hombro de Katherine, y vio en sus ojos una expresión imposible de descifrar.
– ¿Nessie? -la oyó decir, sin mirar siquiera al vizconde de Lyngate.
Vanessa se acercó a ella con los brazos extendidos.
– Meg -le dijo-, felicítame. ¿Acaso no quieres que seamos felices?
La expresión, significara lo que significase, desapareció y fue reemplazada por una sonrisa forzada.
– Por supuesto que quiero que seáis felices -contestó al tiempo que la cogía de las manos con fuerza-. Te deseo toda la felicidad del mundo. Y a usted también, milord.
El vizconde le agradeció las palabras con una reverencia, precisamente a la mujer a la que había pensado proponerle matrimonio ese mismo día.
Una vez que hicieron el anuncio y después de que pasaran la sorpresa inicial y la emoción, se sentaron para disfrutar del té y de las pastas como si fuera una tarde como otra cualquiera.
Salvo que la conversación no era la habitual. El vizconde de Lyngate les dijo que hablaría con su madre, ya que la vizcondesa tenía pensado marcharse a Londres al cabo de unos días a fin de prepararle a Cecily un guardarropa adecuado para su presentación en sociedad. Según les dijo, estaría encantada de llevarse a su prometida para ayudarla a elegir su ajuar y el atuendo adecuado para su presentación en la corte, que tendría lugar después de la boda. Entretanto, prosiguió, él se encargaría de formalizar el asunto para que corrieran las amonestaciones en ambas parroquias sin más demora, de forma que la boda pudiera celebrarse antes de final de mes, mucho antes de que comenzara la temporada social propiamente dicha.
«… antes de final de mes.»
Todos lo escucharon en silencio, tal como dictaban los buenos modales, incluso Vanessa. Todos se mostraron interesados por sus planes y después hicieron los comentarios apropiados o las preguntas pertinentes… salvo ella.
El vizconde de Lyngate se despidió de ellos al cabo de media hora con una reverencia ante cada dama, tras lo cual cogió la mano de Vanessa y se la llevó a los labios.
– Si me lo permite -le dijo-, vendré mañana por la tarde y la llevaré a ver a mi madre a Finchley Park. A ella le gustará.
– Y a mí también -le aseguró, si bien era una exageración. De hecho, había exagerado tanto que más bien no era cierto.
Y después se fue, llevándose a Stephen para que lo acompañara durante un trecho a caballo.