– He estado casada con el hijo de un baronet, señora -adujo-. Pero sir Humphrey rara vez sale de su casa; le tiene demasiado cariño. Y nunca me he alejado mucho de Throckbridge, salvo para venir a Warren Hall. No me avergüenzo de lo que soy, o de lo que Stephen y mis hermanas son. Sin embargo, entiendo la necesidad de adquirir conocimientos nuevos ahora que mis circunstancias han cambiado, y ahora que van a cambiar todavía más. Estaré encantada y ansiosa por aprender todo lo que quiera enseñarme.
Lady Lyngate la observó con atención mientras hablaba.
– En ese caso no veo motivos por los que no podamos llevarnos bien -le aseguró la vizcondesa-. La semana que viene llevaré a Cecily a Londres a fin de que le tomen medidas para confeccionar el nuevo guardarropa que necesitará en su primera temporada social. Vendrás con nosotras, Vanessa. Hay que prepararte el ajuar y el vestido para la presentación en la corte. Porque, por supuesto, serás presentada a la reina poco después de tu boda. Hasta que llegue el momento, pasaré todo el tiempo que me sea posible instruyéndote en cuanto necesitas saber para desempeñar el papel de vizcondesa de Lyngate.
– ¿Su hijo nos acompañará? -preguntó.
– Por supuesto -respondió lady Lyngate-. Quiere entrevistar a algunos de los candidatos propuestos por George Bowen para el puesto de tutor de tu hermano. Pero regresará casi de inmediato, ya que tiene asuntos que atender tanto en Warren Hall como aquí. Además, no lo necesitaremos. Los hombres no hacen más que estorbar en estas cuestiones. No necesitarás de su presencia hasta el día de la boda.
El comentario de la vizcondesa le arrancó una carcajada.
– Vanessa, ten por seguro que pienso obligarte a cumplir tu promesa de hacer feliz a Elliott -añadió lady Lyngate, mirándola con seriedad-. Mi hijo es muy importante para mí. Aunque pasó unos años cometiendo las típicas locuras de juventud, cuando llegó el momento asumió sin quejas y con diligencia las obligaciones de su título. ¿Le tienes afecto?
– Yo… -Se mordió el labio-. Le tengo estima, señora. Haré todo lo que esté en mi mano para ser una buena esposa. Y espero que el afecto surja entre nosotros con el tiempo.
La vizcondesa la miró en silencio un instante.
– Creo que no interpreté erróneamente las intenciones de Elliott cuando salió ayer hacia Warren Hall -dijo lady Lyngate-. Creo que tenía intención de proponerle matrimonio a tu hermana mayor. Claro que mi hijo jamás lo admitirá, y no espero que tú lo hagas si te lo pregunto directamente. Por algún motivo cambió de opinión, o lo convencieron para que cambiara de opinión, algo que no sucede muy a menudo con Elliott. No obstante, confío en que hayas dicho la verdad en lo referente a tus sentimientos y a tu intención de hacerlo feliz. Porque solo así podrás retenerlo a tu lado. ¿Tendrías la amabilidad de levantarte y tirar de la campanilla del servicio? Cecily estará deseando reunirse con nosotras. Arde en deseos de saludar a su futura cuñada.
Vanessa la obedeció.
– Espero que Cecily no se haya llevado una decepción -comentó.
– En absoluto -le aseguró lady Lyngate-. Las personas tan mayores como tú o como tu propio hermano no le interesan en lo más mínimo. Sin embargo, está muy contenta porque Elliott va a casarse con la hermana de la señorita Katherine Huxtable, con quien ha trabado una gran amistad.
Y de esa forma Vanessa superó un tremendo obstáculo, o eso supuso mientras regresaba a su sillón para esperar la aparición de la señorita Wallace. Había sido aceptada, al menos de entrada, por su futura suegra. Ya solo tenía que ganarse su total aprobación, y eso solo dependía de ella.
Dentro de una semana iría de camino a Londres para que la transformasen en una dama de la alta sociedad, en una futura vizcondesa y duquesa.
¿Quién habría imaginado algo así tan solo dos semanas antes?
En ese instante recordó unas palabras que le había dicho la vizcondesa hacía unos minutos.
«Aunque pasó unos años cometiendo las típicas locuras de juventud…»
Además, el día anterior él mismo le había dicho que tenía mucha experiencia, aunque nunca hubiera estado casado.
¿Sería durante esos años cuando aprendió a besar…?
Sin embargo, ese no era el momento ni el lugar para recordar que el vizconde de Lyngate la había besado.
Su futura suegra también había dicho algo más.
«Confío en que hayas dicho la verdad en lo referente a tus sentimientos y a tu intención de hacerlo feliz. Porque solo así podrás retenerlo a tu lado.»
¿Eso quería decir que seguía con sus viejos hábitos de juventud? ¿Cabía la posibilidad de que le fuera infiel si no lo hacía feliz?
¡Qué inocente e ingenua era! Conocía muy pocas cosas sobre el nuevo mundo en el que estaba a punto de adentrarse. Aunque seguro que la alta sociedad no aprobaba la infidelidad entre sus miembros.
No podría soportar que…
Claro que si ese fuera el caso, ¿cómo iba a competir?
Elliott se pasó casi todo el mes previo a su boda desplazándose de Finchley Park a Warren Hall. En circunstancias normales habría pasado una parte del mes de marzo en Londres, renovando su guardarropa, visitando los clubes a los que pertenecía, intercambiando noticias y opiniones con sus amigos y conocidos, asistiendo a cualquier fiesta que se organizara a esas alturas de año… y dando por terminado un largo celibato con Anna.
No obstante, solo había necesitado un día para entrevistar a los candidatos que George había propuesto como posibles tutores, para hacerles una visita a su sastre y a su zapatero, y para encargarse de otros asuntos. No tenía ninguna excusa para prolongar su visita. Anna decidió sentirse mortalmente ofendida cuando se enteró de su inminente boda. Le lanzó unas cuantas pullas y algún que otro objeto contundente a la cabeza. Al cabo de pocos minutos estalló en lágrimas y habría podido llevársela a la cama, salvo que comprendió que no estaba de humor, de modo que se marchó con la torpe excusa de que había olvidado un compromiso previo.
Tampoco estaba de humor a la noche siguiente, y eso que podría haber ido a hacerle una visita… Podría haber dejado a su madre y a su prometida en casa, y haber ido a ver a su amante. Sin embargo, se le antojó un tanto sórdido, una idea impropia de un vástago de su padre o de un nieto de su abuelo.
Dadas las circunstancias, regresó al campo dos días después de acompañar a su madre, a su hermana menor y a su prometida a la ciudad, una vez que las dejó instaladas en la mansión familiar emplazada en Cavendish Square. Habría regresado de todas maneras, pero su madre le dejó bien claro que su presencia era un estorbo cuando estaba tan ocupada preparando a toda prisa a dos jóvenes para la inminente temporada social.
Se alegró muchísimo de marcharse. Desde que habían salido de la casa solariega, las conversaciones, o las pocas que había escuchado, giraban en torno a la moda, los tejidos, los adornos y demás tonterías del estilo.
La señora Dew se había reído de él con la mirada cada vez que sus ojos la buscaban. Después de su breve estancia de dos días en Londres, se despidió de ella con una reverencia y una prisa que nada tenía de romántica.
Además, pronto tendría que dejar de pensar en ella y de dirigirse a ella como «señora Dew», como si todavía fuera la esposa de otro hombre. Eso sí, el infierno se congelaría antes de que la llamara Nessie.
Había escrito a su abuelo para darle la noticia y había recibido una contestación de puño y letra de su abuela. Irían a Finchley Park para la boda.
Aquel asunto comenzaba a parecerle desconcertantemente real.
Casi todos los días cabalgaba hasta Warren Hall, aunque comprendió casi de inmediato que no sería necesario hacerlo con tanta frecuencia durante los cuatro años que faltaban para que el joven Merton alcanzara la mayoría de edad. El muchacho estaba bajo el ala de Samson y de Philbin, el ayuda de cámara que George Bowen había mandado desde Londres, un criado excepcional que parecía dispuesto a aconsejar a su señor sobre cualquier asunto referente a su aspecto y a la moda. Claybourne, el nuevo tutor, le enseñaría todo lo necesario sobre la política y la aristocracia británicas, además de todo lo que necesitaba saber uno de sus miembros, de forma que sus enseñanzas mantendrían muy ocupado al muchacho. Al igual que las de Bigley, el profesor de latín y griego que habían contratado, un hombre delgado y algo tartamudo, un verdadero ratón de biblioteca. Además, la señorita Huxtable seguía cuidando de su hermano como una madre.