Era un juramento que se había hecho a sí mismo poco tiempo antes, aunque le sorprendió haber tardado tanto en ser consciente de dicha decisión. Porque ya lo había decidido antes incluso de volver de Londres, antes de la boda. Sería un hombre monógamo durante el resto de su vida, con independencia de lo satisfactorio o no que resultara el aspecto físico de su matrimonio. La alternativa podría ser demasiado dolorosa.
Solo tenía que mirar y escuchar a su madre y a su abuela para comprobarlo. Su padre y su abuelo les habían ocasionado un daño irreparable. Y ambas temían que él siguiera el mismo camino que sus predecesores. No lo haría. Era así de sencillo.
Y no era una decisión satisfactoria, habida cuenta de la personalidad de su esposa. Pero no pensaba retractarse.
Se detuvo al llegar a la puerta del vestidor de Vanessa y le hizo una reverencia mientras se llevaba su mano a los labios. Al abrir la puerta vio a la doncella trajinando en el interior.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia sus aposentos.
CAPÍTULO 13
El dormitorio de Vanessa tenía vistas al lago. En su superficie todavía brillaba la estela plateada de la luz de la luna. El paisaje era arrebatador. Y la casa, o lo poco que había visto de ella, preciosa.
Sin embargo, su mente no estaba ni en la luz de la luna ni en la casa, que pensaba explorar al día siguiente.
Tenía un dormitorio.
Y Elliott tenía su propio dormitorio.
Lo que quería decir que no compartían el mismo.
Con Hedley lo hizo desde la misma noche de bodas. Había supuesto que todas las parejas casadas seguían esa costumbre. Con Hedley…
No podía seguir pensando en él esa noche. No debía hacerlo. Porque pertenecía a otro hombre.
Un hombre que le había dedicado un cumplido hacía un rato. Más exactamente, le había dicho que estaba preciosa. Y después había bromeado indicando que su ropa también era muy bonita, sugiriendo de esa forma que ella era mucho más bonita que lo que llevaba puesto, que era ella la que destacaba.
¡Qué cosa más absurda! Suspiró, aunque no pudo evitar sonreír.
Claro que ya sabía que era capaz de bromear, aunque su humor fuera un poco cínico. Al fin y al cabo podía decir que era humano.
Por supuesto que lo era.
Apoyó la frente en el frío cristal de la ventana y cerró los ojos.
Alguien había apartado la ropa de la cama que tenía detrás. Era muy consciente de su presencia. Tal vez debería acostarse. Aunque no dejaba de recordar que un mes antes la había acusado de ofrecerse en sacrificio. Si se acostaba en la cama para esperarlo, parecería un sacrificio… y se sentiría como tal.
Más bien se sentía como una virgen a la espera de que la desfloraran, pensó con cierta contrariedad. No era virgen. Era una mujer con experiencia.
Bueno, con algo de experiencia.
Y si su mente no dejaba de darle la lata, acabaría volviéndose loca de remate.
Oyó que llamaban a la puerta, que se abrió al instante sin darle tiempo ni a atravesar el dormitorio ni a tomar aire para decir «adelante».
Su esposo llevaba un batín de color vino que lo cubría desde el cuello hasta los tobillos. Tenía un aspecto muy amenazador. Y estaba guapísimo, claro.
Su expresión era inescrutable. Tenía los párpados entornados, como la primera vez que lo vio. Dado que la miraba fijamente, no pudo evitar reflexionar sobre la reacción tan distinta que él estaría experimentando al observarla.
Aunque no solía desear imposibles, a veces le gustaría ser guapa. Como en ese preciso instante, por ejemplo.
Se había puesto el salto de cama de encaje y seda de color azul, elegido para esa noche en concreto por su suegra, no por ella. El escote le parecía demasiado exagerado. Y mucho se temía que si se demoraba demasiado delante de alguna vela, podría transparentarse.
Cosa que no le habría importado tanto si hubiera algo digno de contemplarse en ella.
Detestaba estar tan pendiente de su figura… o más bien de lo escaso de la misma.
– Supongo que acabaremos acostumbrándonos a esto -dijo ella.
Lo vio enarcar las cejas.
– Supongo que sí -convino él mientras se adentraba en el dormitorio y se acercaba a ella-. No estarás nerviosa, ¿verdad? Tú eres la experimentada, ¿recuerdas? La que sabe cómo complacer a un hombre… en la cama.
Si era una broma, no estaba de humor para reírse.
– Sabes que fue un farol -le recordó ella-. Lo admití en su momento. Sería muy desconsiderado de tu parte que me lo recordaras a la menor oportunidad.
Por extraño que pareciera, tenía la sensación de que con el batín y las pantuflas parecía mucho más grande y poderoso que con el gabán y las botas. O tal vez solo fuera la impresión de verlo en su dormitorio y el hecho de que esa fuera su noche bodas.
– Bueno, Vanessa. -Levantó una mano y la colocó sobre una de sus mejillas, abarcando al mismo tiempo su mentón-. Ha llegado el momento de descubrir tu farol.
Se había afeitado. Percibía el olor de su loción de afeitar o de su colonia. Fuera lo que fuese, era un aroma masculino que despertaba en ella el anhelo de seguir oliéndolo.
Tragó saliva.
Y en ese momento la besó en la boca. Aunque no fue un beso, fue más bien un roce de la parte interna y húmeda de sus labios. Al cabo de un instante notó la brusca caricia de su lengua, instándola a separar los suyos. En cuanto lo hizo, él invadió el interior de su boca.
Vanessa aspiró con fuerza por la nariz. Una poderosa sensación que se originó en su garganta le recorrió el cuerpo, pasando por el pecho y deteniéndose en la entrepierna, donde le provocó un repentino hormigueo.
Reconoció al instante lo que era: deseo sexual puro y duro. Lo había sentido el día que le pidió matrimonio a la orilla del lago. En aquel momento se engañó diciéndose que estaba equivocada. Pero en ese instante fue imposible no reconocerlo.
Su esposo puso fin al beso apartándose apenas unos centímetros de su boca, y ella se percató de que no la había tocado por debajo del cuello. ¡Ni siquiera había empezado!
– Espero que sepas complacerme, ya que eres mi esposa y de ahora en adelante serás mi única compañera de cama -lo oyó decir.
Sus párpados seguían entornados y la voz que había usado tenía un timbre muy sensual. Tan sensual como el roce del terciopelo.
– El amo y señor ha hablado -murmuró ella-. Espero que tú sepas cómo complacerme, ya que eres mi esposo y de ahora en adelante serás mi único compañero de cama.
La miró fijamente un instante, sin que su expresión revelara nada. Después, la mano que había estado acariciándole la mejilla se deslizó por un hombro y se introdujo bajo el camisón para acariciarle el brazo. El camisón, forzado por las circunstancias, se deslizó también por el brazo, dejándole el hombro y el pecho desnudos.
Antes de que se diera cuenta, Elliott le bajó el otro tirante con la mano libre. El camisón, que era una prenda suelta y que solo contaba con los tirantes como sujeción, fue cayendo lentamente hasta quedar arrugado en torno a sus pies.
Solo los pies quedaron cubiertos. Menudo consuelo, pensó.
Su esposo la aferró por los codos y se alejó un poco. Para mirarla de arriba abajo.
En fin, ella misma se lo había buscado. Lo había retado y él le estaba respondiendo sin necesidad de palabras. Al estilo masculino.
Decidida, lo miró a la cara mientras levantaba una mano, con la que le desató el cinturón del batín, que se abrió al instante.
No llevaba nada debajo.
Lo vio levantar la cabeza para mirarla a los ojos otra vez al tiempo que apartaba las manos de sus brazos.
Vaya, una invitación, pensó Vanessa. Levantó los dos brazos y le apartó el batín de los hombros. La prenda cayó al suelo directamente, sin deslizarse siquiera por su cuerpo.