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El hermano Francis fue relevado de la cocina y asignado a una labor menos servil. Se convirtió en aprendiz de copista de un monje de edad llamado Horner. Si las cosas seguían su curso normal para él, podía razonablemente ver transcurrir toda su vida en la sala de copias y dedicar el resto de sus días a tareas tales como copiar a mano textos de álgebra y pintar sus páginas con hojas de olivo y alegres querubines ornando las tablas de logaritmos.

El hermano Horner era un anciano gentil y a Francis le agradó desde el primer momento.

— La mayoría de nosotros trabajamos mejor en las copias asignadas si además tenemos nuestro proyecto particular — le dijo Horner —. Casi todos los copistas se interesan por algún trabajo especial de la Memorabilia y les agrada pasar en ello un poco de tiempo extra. Por ejemplo, al hermano Sarl, que está allí, como su trabajo se atrasaba y cometía errores, le consentimos pasar una hora diaria en un proyecto que él mismo escogió. Cuando el trabajo se le hace tan tedioso que empieza a cometer errores al copiar, puede dejarlo un rato y trabajar en su propio proyecto. Les permitimos a todos hacer lo mismo. Si terminas el trabajo que se te asigne antes del final del día, pero sin tener tu propio proyecto, tendrás que pasar el tiempo sobrante en nuestros perennes.

— ¿Perennes?

— Sí, y no me refiero a plantas. Hay una demanda perenne por parte de todo el clero de diversos libros… Misales, escrituras, breviarios, la Summa, enciclopedias y cosas así. Vendemos muchos de ellos. Así que si no tienes un proyecto preferido y terminas temprano, te pondremos en los perennes. Tienes mucho tiempo para decidirte.

— ¿Qué proyecto escogió el hermano Sarl?

El anciano encargado hizo una pausa.

— Dudo que lo comprendas. Yo no. Parece haber encontrado un método para restaurar las palabras que faltan y las frases de algunos de los viejos fragmentos del texto original de la Memorabilia. Quizás el lado izquierdo de un libro a medias quemado sea legible, pero el lado derecho de cada página está quemado y faltan algunas palabras al final de cada línea; pues ha inventado un sistema matemático para encontrar las palabras que faltan. No es perfecto, pero da resultado hasta cierto punto. Ha conseguido restaurar cuatro páginas desde que comenzó con ello.

Francis miró al hermano Sarl, que era octogenario y casi ciego.

— ¿Cuánto tiempo lleva haciendo ese trabajo? — preguntó el aprendiz.

— Unos cuarenta años — dijo el hermano Horner —. Claro que sólo ha pasado en ello unas cinco horas semanales y se necesitan muchos cálculos.

Francis asintió pensativamente.

— Si cada diez años se restaura una página, quizás en pocos siglos…

— No tanto — bramó el hermano Sarl, sin apartar la vista de su trabajo —. Cuanto más se restaura, más fácilmente se encuentra lo que falta. La página siguiente la terminaré en un par de años. Después de esto, Dios mediante, quizá…

Su voz se perdió en un susurro.

Francis había notado en varias ocasiones que el hermano Sarl solía hablar solo mientras trabajaba.

— Haz lo que gustes — dijo el hermano Horner —, una ayuda en los perennes es siempre de agradecer. De todas maneras, cuando quieras podrás tener tu proyecto particular.

La idea le vino a Francis de modo inesperado, y dijo impulsivamente:

— ¿Puedo emplear mi tiempo sobrante en sacar una copia de la heliografía de Leibowitz que encontré?

El hermano Horner pareció momentáneamente sorprendido.

— No lo sé, hijo. Nuestro abad es… un poco susceptible respecto al asunto. Además, puede ser que esto no pertenezca a la Memorabilia. Ahora está en el archivo provisional.

— Pero usted sabe que se decoloran, hermano. Y ésta ha estado muy expuesta a la luz. Los dominicos la han tenido tanto tiempo en Nueva Roma…

— Bien, supongo que sería un proyecto muy breve. Si el padre Arkos no se opone, pero… — Agitó la cabeza indeciso.

— Quizá podría incluirla en un grupo — ofreció Francis rápidamente —. Las pocas reproducciones de copias heliográficas que tenemos están tan viejas, que se desmenuzan. Si yo hiciese varios duplicados… de algunas de las otras…

Horner sonrió burlonamente.

— Lo que sugieres es que incluyendo la heliografía de Leibowitz en un grupo podrás escapar mejor a las averiguaciones.

Francis enrojeció.

— Y puede que el padre Arkos no lo note si se da una vuelta por aquí, ¿no es así?

Francis se encogió.

— Está bien — dijo Horner, parpadeando ligeramente —. Puedes emplear el tiempo que te sobre en hacer duplicados de cualquiera de las copias que estén en malas condiciones. Si algo más se mezcla en el conjunto, procuraré no darme cuenta.

Antes de atreverse a tocar la heliografía de Leibowitz, el hermano Francis estuvo durante varios meses utilizando su tiempo libre en rehacer algunas de las viejas copias existentes en los archivos de la Memorabilia. Las viejas reproducciones que merecían ser conservadas debían ser renovadas cada uno o dos siglos. No sólo perdían color las copias originales, a menudo las versiones copiadas se hacían casi ilegibles después de un tiempo, debido a la poca estabilidad de las tintas empleadas. No tenía la menor idea del motivo por el que los antiguos habían empleado tinta blanca en una base oscura y no al contrario. Cuando esbozó de nuevo un diseño con carbón, invirtiendo de este modo la base, el burdo esbozo parecía más real que el blanco sobre oscuro; pero los antiguos eran inconmensurablemente más inteligentes que Francis, y si se habían tomado el trabajo de poner tinta donde generalmente el papel estaba en blanco y dejar líneas blancas donde en un dibujo normal serían negras, tendrían sus razones. Por ello copiaba los documentos de manera que se pareciesen lo más posible al original, a pesar de que la tarea de extender la tinta azul alrededor de las pequeñas letras blancas era particularmente pesada y se llevaba gran cantidad de tinta, hecho que hacía gruñir al hermano Horner.

Copió una vieja heliografía arquitectónica, después un plano de una parte de máquina cuya geometría era atractiva, pero cuyo propósito era vago. Copió de nuevo una abstracción titulada «Estator WNDG 73-A 3-HP 6-P 1.800-RPM 5-HP CL-A en caja de ardilla», que resultó ser completamente incomprensible y absolutamente incapaz de mantener prisionera una ardilla. Los antiguos eran a menudo perspicaces; quizá se necesitaba un conjunto especial de espejos para poder ver al animal. De todas maneras, la copió de nuevo trabajosamente.

Casi un año después de haber empezado su proyecto en tiempo libre y sólo después que el abad, en alguna de sus ocasionales visitas a la sala de copias, lo hubo visto por lo menos tres veces trabajando en otra heliografía (un par de veces se había detenido para echar una ojeada al trabajo de Francis), se atrevió a aventurarse entre los archivos de la Memorabilia en busca de la copia heliográfica de Leibowitz.

El documento original había sido ya sujeto a un cierto grado de restauración. Salvo el hecho de que llevaba el nombre del beato, era, de un modo decepcionante, idéntico a las otras que había copiado.

La heliografía Leibowitz era una abstracción que no movía a nada y menos que nada a la razón. La estudió hasta que pudo ver el sorprendente complejo con los ojos cerrados, pero no pudo comprenderlo. Parecía solamente una red de líneas conectando una mezcla de toda clase de cuadrículas y figuras cuyo nombre ignoraba. La mayoría de las líneas eran horizontales y verticales, y se cruzaban entre sí con un espacio en blanco o un punto; daban vuelta en ángulo recto para rodear alguna de aquellas extrañas figuras y jamás se detenían en medio de la nada, sino que siempre terminaban en alguno de aquellos signos, cuyo nombre ignoraba. Tenía tan poco sentido que si se lo miraba mucho tiempo producía un efecto adormecedor. Sin embargo, empezó a copiar cada detalle, sin olvidar una mancha oscura situada en el centro del dibujo y que pensó podía ser de sangre del beato mártir, aunque el hermano Jeris la considerase una mancha producida por un corazón de manzana en mal estado.