Выбрать главу

— El sentir la responsabilidad es prudencia, Benjamín. Pensar que se la puede soportar solo, es locura.

— ¿No es una locura?

— Un poco, quizá. Pero una locura honesta.

— Entonces te diré un pequeño secreto. Yo he sabido siempre que no puedo llevarla, desde que Él me hizo salir de nuevo. Pero ¿estamos hablando de lo mismo?

El sacerdote se encogió de hombros.

— Tú lo llamarías la carga de ser del pueblo escogido, y yo, la carga del pecado original. En cualquier caso, la responsabilidad que implica es la misma, aunque podamos dar diferentes versiones y estar en total desacuerdo de palabras, ya que pretendemos utilizarlas para definir algo que no se puede expresar con ellas, ya que sólo tiene significado en el silencio de muerte de un corazón.

Benjamín contuvo una sonrisa.

— Bien, me alegra ver que finalmente lo admites, aun cuando todo lo que dices es que en realidad nunca has dicho nada.

— Deja de graznar, viejo réprobo.

— Pero siempre has empleado palabras tan mundanas en una astuta defensa de tu Trinidad, a pesar de que Él nunca necesitó tal defensa antes de que lo obtuvieseis de mí como Unidad, ¿eh?

El sacerdote enrojeció, pero no dijo nada.

— ¡Ya está! — gritó Benjamín, balanceándose adelante y atrás —. ¡Por una vez he logrado hacerte sentir deseos de discutir! ¡Ja! Pero es igual. Yo también empleo palabras, pero tampoco estoy seguro de que Él y yo queramos decir lo mismo. Supongo que no puedo culparte; debe ser más confuso con Tres que con Uno.

— ¡Viejo cactus blasfemo! Lo que yo quería era tu opinión de thon Taddeo y de lo que se está preparando.

— ¿Por qué buscar la opinión de un pobre y viejo anacoreta?

— Porque Benjamín Eleazar bar Josué, si todos estos años esperando al que no viene no te han dado sabiduría, por lo menos te han hecho perspicaz.

El viejo judío cerró los ojos, alzó su cara hacia el techo y sonrió astutamente.

— Insúltame — dijo burlonamente —, injúriame, acósame, persígueme… pero ¿sabes lo que diré?

— Dirás: «¡Vaya!».

— ¡No! Diré que Él ya está aquí. Una vez alcancé a verle.

— ¿Qué? ¿De quién estás hablando? ¿De thon Taddeo?

— ¡No! Por otra parte, no me importa profetizar, a menos que me digas qué es lo que realmente te preocupa, Paulo.

— Bueno, todo empezó con la lámpara del hermano Kornhoer.

— ¿Lámpara? Ah, sí, el poeta la mencionó. Profetizó que no funcionaría.

— El poeta estaba equivocado, como de costumbre. Eso me dijeron. No asistí a la prueba.

— Entonces, ¿funcionó? Espléndido. ¿Y qué fue lo que comenzó con esto?

— Me preocupó. ¿Estamos al borde de algo? ¿Muy cerca de qué límite? Esencias eléctricas en el sótano. ¿Te das cuenta de cómo se han modificado las cosas en los últimos dos siglos?

Pronto, el sacerdote expuso todos sus temores, mientras el ermitaño, componedor de tiendas, escuchó pacientemente hasta que el sol empezó a filtrarse a través de las grietas de la pared oeste, dibujando brillantes dardos en el aire polvoriento.

— A partir del momento que se extinguió la última civilización, la Memorabilia ha sido nuestra obligación especial, Benjamín. Y la hemos conservado. Pero ¿cómo? Creo estar en la situación del zapatero que trata de vender zapatos en un pueblo de zapateros.

El ermitaño sonrió.

— Podrías lograrlo si fabricas un tipo de calzado especial y superior.

— Me temo que los eruditos seglares han empezado ya a pretender tal método.

— Entonces abandona el negocio de la zapatería antes de que te arruinen.

— Es una posibilidad — admitió el abad —. Sin embargo, es desagradable pensar en ello. Durante doce siglos, hemos sido una pequeña isla en un océano de oscuridad. Conservar la Memorabilia ha sido una tarea ingrata, pero sagrada, pensamos. Es únicamente nuestra labor mundana, pero hemos sido siempre contrabandistas de libros y memorizadores, y es duro pensar que el trabajo terminará pronto… pronto será innecesario. No llego a creerlo.

— ¿Entonces tratas de superar a los otros «zapateros» construyendo extraños artefactos en tu sótano?

— Debo admitir que así parece…

— ¿Qué harás ahora para llevarles la delantera a los seglares? ¿Construir una máquina voladora? ¿O resucitar la Machina analytica? ¿O quizá pasar sobre sus cabezas y apelar a la metafísica?

— Me avergüenzas, viejo judío. Ya sabes que somos monjes de Cristo ante todo; tales cosas deben hacerlas los otros.

— No estaba avergonzándote. No veo que haya nada malo en que los monjes de Cristo construyan una máquina voladora, aunque tendría mayor relación con ellos construir una máquina rezadora.

— ¡Miserable! ¡Le hago un mal servicio a mi orden al compartir contigo mis confidencias!

Benjamín sonrió afectadamente.

— No siento simpatía por vosotros. Los libros que almacenasteis pueden ser venerablemente antiguos, pero fueron escritos por criaturas del mundo y en primer lugar no tienes por qué mezclarte con ellas.

— Ah, ahora te preocupas por profetizar.

— Nada de esto. «Pronto se pondrá el sol.» ¿Es esto una profecía? No, es simplemente una afirmación de fe en la estabilidad de los acontecimientos. Las criaturas del mundo también son estables… por ello digo que absorberán todo lo que pueda ofrecer, te quitarán tu trabajo y entonces te denunciarán como una ruina decrépita. Finalmente te ignorarán por completo. Es culpa tuya. El libro que te di, tenía que haberte bastado. Ahora tendrás que soportar las consecuencias de tu intromisión.

Había hablado con impertinencia, pero su predicción pareció desagradablemente cercana a los temores de dom Paulo. El semblante del sacerdote se entristeció.

— No hagas caso — dijo el ermitaño —. No me aventuraré a adivinar antes de haber visto tu artefacto o haberle echado un vistazo a ese thon Taddeo… que empieza, por cierto, a interesarme. Si deseas que te aconseje, espera hasta que haya examinado las interioridades de la nueva era más detalladamente.

— Pues, como nunca vienes a la abadía, no podrás ver la lámpara.

— Se debe a vuestra abominable cocina.

— Y no verás a thon Taddeo porque viene por la otra dirección. Si esperas a examinar las entrañas de una era cuando ésta haya nacido, será demasiado tarde para profetizar su nacimiento.

— Tonterías. Explorar las entrañas del futuro es malo para el niño. Esperaré… y entonces profetizaré que nació y que no era lo que yo esperaba.

— ¡Vaya una perspectiva alegre! ¿Qué es lo que buscas?

— Alguien que una vez me gritó.

— ¿Gritó?

— «¡Sígueme!»

— ¡Vaya sandez!

— ¡Vaya! A decir verdad, no estoy realmente convencido de que Él venga, pero se me dijo que esperase, y… — se encogió de hombros — yo espero.

Al cabo de un rato, sus ojos centelleantes se estrecharon hasta formar dos pequeñas ranuras y se inclinó hacia delante con súbita ansiedad.

— Paulo, trae a ese thon Taddeo hasta el pie de la meseta.

El abad retrocedió con burlón horror.

— ¡Salteador de peregrinos! ¡Importunador de novicios! ¡Te enviaré al poetastro…! Que descienda sobre ti y puedas descansar para siempre. ¡Traer al thon a tu cubil! ¡Qué ultraje!

Benjamín se encogió de nuevo de hombros.

— Muy bien. Olvida que te lo he pedido. Pero esperemos que este thon esté de nuestro lado y no con los otros esta vez.

— ¿Los otros, Benjamín?

— Manasés, Ciro, Nabucodonosor, Faraón, César, Hannegan 11… ¿necesito seguir? Samuel nos previno en contra suya, entonces nos dio a uno. Cuando tienen a algunos hombres sabios encadenados cerca de ellos para aconsejarlos, se vuelven más peligrosos que nunca. Es éste el único consejo que te daré.