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Albert Camus

Calígula

(Pieza en cuatro actos)

PERSONAJES

Calígula primer guardia

Cesonia segundo guardia

Helicón primer servidor

Escipión segundo servidor

Quereas tercer servidor

Senecto, el viejo patricio mujer de mucio

Patricios: primer poeta

Mételo segundo poeta

Lèpido tercer poeta

Octavio cuarto poeta

Patricio, el intendente quinto poeta

Mereya sexto poeta

Mucio séptimo poeta

La acción transcurre en el palacio de Calígula.

Hay un intervalo de tres años entre el primer acto y los siguientes.

Estrenada en el Teatro Hébertot de París, en 1945.

ACTO I

ESCENA I

Grupo de Patricios, entre ellos uno muy viejo, en una sala del palacio; dan muestras de nerviosidad.

Primer patricio. Como siempre, nada.

El viejo patricio. Nada a la mañana, nada a la noche.

Segundo patricio. Nada desde hace tres días.

El viejo patricio. Los correos parten, los correos vuelven. Menean la cabeza y dicen: "Nada".

Segundo patricio. Se ha recorrido toda la campiña; no hay nada que hacer.

Primer patricio. ¿Por qué inquietarse por anticipado? Esperemos. Quizá vuelva como se fue.

El viejo patricio. Yo lo vi salir del palacio. Tenía una mirada extraña.

Primer patricio. Yo también estaba y le pregunté qué le ocurría.

Segundo patricio. ¿Respondió?

Primer patricio. Una sola palabra: "Nada".

Pausa. Entra Helicón comiendo cebollas.

Segundo patricio (siempre nervioso). Es inquietante.

Primer patricio. Vamos, todos los jóvenes son así.

El viejo patricio. Por supuesto, la edad barre con todo.

Segundo patricio. ¿Os parece?

Primer patricio. Esperemos que olvide.

El viejo patricio. ¡Claro! Por una que se pierde, se encuentran diez.

Helicón. ¿De dónde sacáis que se trata de amor?

Primer patricio. ¿Y qué otra cosa puede ser? De todos modos, afortunadamente, las penas no son eternas. ¿Sois capaz de sufrir más de un año?

Segundo patricio. Yo no.

Primer patricio. Nadie tiene ese poder.

El viejo patricio. La vida sería imposible.

Primer patricio. Ya lo veis. Mirad, perdí a mi mujer el año pasado. Lloré mucho y después olvidé. De vez en cuando siento pena, pero en suma, no es nada.

El viejo patricio. La naturaleza hace bien las cosas.

Entra Quereas.

ESCENA II

Primer patricio. ¿Y?

Quereas. Como siempre, nada.

Helicón. Bueno, no perdamos la cabeza.

Primer patricio. Claro.

Helicón. No perdamos la cabeza, es la hora del almuerzo.

El viejo patricio. Es lógico, más vale pájaro en mano que cien volando.

Quereas. No me gusta esto. Pero todo marchaba demasiado bien. El emperador era perfecto.

Segundo patricio. Sí, era como es debido: escrupuloso e inexperto.

Primer patricio. Pero, ¿qué tenéis y por qué esos lamentos? Nada le impide continuar. Amaba a Drusila, por supuesto. Pero en fin de cuentas, era su hermana. Acostarse con ella ya era mucho.

Pero trastornar a Roma porque ha muerto, pasa de la raya.

Quereas. No importa. No me gusta esto y la huida no me dice nada bueno.

El viejo patricio. Sí, no hay humo sin fuego.

Primer patricio. En todo caso, la razón de Estado no puede admitir un incesto que adopta visos de tragedia. Pase el incesto, pero discreto.

Helicón. ¿Quién os dice que por Drusila?

Segundo patricio. ¿Y entonces por quién?

Helicón. Pues por nadie o por nada. Cuando todas las explicaciones son posibles, no hay en verdad motivos para elegir la más trivial o la más tonta.

Entra el joven Escipión. Quereas se le acerca.

ESCENA III

Quereas. ¿Y?

Escipión. Nada todavía. Unos campesinos creyeron verlo anoche, cerca de aquí, corriendo entre la tormenta.

Quereas vuelve hacia los senadores. Escipión lo sigue.

Quereas. ¿Ya son tres días, Escipión?

Escipión. Sí. Yo estaba presente, siguiéndole como de costumbre. Se acercó al cuerpo de Drusila. Lo tocó con los dedos. Luego, como si reflexionara, se volvió y salió con paso uniforme. Desde entonces lo andamos buscando.

Quereas (meneando la cabeza). A ese muchacho le gustaba demasiado la literatura.

Segundo patricio. Es cosa de la edad.

Quereas. Pero no de su rango. Un emperador artista es inconcebible. Tuvimos uno o dos, por supuesto. En todas partes hay ovejas sarnosas. Pero los otros tuvieron el buen gusto de limitarse a ser funcionarios.

Primer patricio. Es más descansado.

El viejo patricio. Cada uno a su oficio.

Escipión. ¿Qué podemos hacer, Quereas?

Quereas. Nada.

Segundo patricio. Esperemos. Si no vuelve, habrá que reemplazarlo. Entre nosotros, no faltan emperadores.

Primer patricio. No, sólo faltan personalidades.

Quereas. ¿Y si vuelve de mal talante?

Primer patricio. Vamos, todavía es un niño, lo haremos entrar en razón.

Quereas. ¿Y si es sordo al razonamiento?

Primer patricio (ríe). Bueno, ¿no escribí, en mis tiempos, un tratado sobre el golpe de Estado?

Quereas. ¡Por supuesto, si fuera necesario! Pero preferiría que me dejaran con mis libros.

Escipión. Excusadme. Sale.

Quereas. Está ofuscado.

El viejo patricio. Es un niño. Los jóvenes son solidarios.

Helicón. No tiene importancia.

Aparece un Guardia: "Han visto a Calígula en el jardín del Palacio".

Todos salen.

ESCENA IV

La escena permanece vacía unos instantes. Calígula entra furtivamente por la izquierda. Tiene expresión de enajenado, está sucio, con el pelo empapado y las piernas manchadas. Se lleva varias veces la mano a la boca. Se acerca al espejo, deteniéndose en cuanto ve su propia imagen. Masculla palabras confusas, luego se sienta a la derecha, con los brazos colgando entre las rodillas separadas. Helicón entra por la izquierda. Al ver a Calígula se detiene en el extremo del escenario y lo observa en silencio. Calígula se vuelve y lo ve. Pausa.

ESCENA V

Helicón (de un extremo a otro del escenario). Buenos días, Cayo.

Calígula (con naturalidad). Buenos días, Helicón. Silencio

Helicón. Pareces fatigado.

Calígula. He caminado mucho.

Helicón. Sí, tu ausencia duró largo tiempo.

Silencio

Calígula. Era difícil de encontrar.

Helicón. ¿Qué cosa?

Calígula. Lo que yo quería.

Helicón. ¿Y qué querías?

Calígula (siempre con naturalidad). La luna.

Helicón. ¿Qué?

Calígula. Sí, quería la luna.

Helicón. ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué?

Calígula. Bueno… Es una de las cosas que no tengo.

Helicón. Claro. ¿Y ya se arregló todo?

Calígula. No, no pude conseguirla.

Helicón. Qué fastidio.

Calígula. Sí, por eso estoy cansado. (Pausa.) ¡Helicón!

Helicón. Sí, Cayo.

Calígula. Piensas que estoy loco.

Helicón. Bien sabes que nunca pienso.

Calígula. Sí. ¡En fin! Pero no estoy loco y aun más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (Pausa.) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias.