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Manlio, el constructor, intervino con sentido práctico:

– Las orillas del lago están cubiertas de broza y de carrizos…

Mientras él decía esto, el emperador miraba el agua inmóvil y de las profundidades de su mente volvía, superponiéndose, la imagen de aquella proa dorada que se pudría en el puerto de Alejandría.

– Manlio -dijo por tercera vez, me construirás una ancha vía alrededor del lago…

Manlio se sobresaltó, pues ya conocía bien la voz del emperador cuando se transformaba de ese modo, haciendo pausas casi hipnóticas, una voz que no ordenaba, describía lo que estaba viendo en otro lugar.

– ¿Alrededor del lago? -preguntó, dividido entre la sorpresa y el respeto.

– Y la pavimentarás de mármol, porque en el lago…

El emperador se interrumpió, como si los pensamientos le llegaran desde lejos.

Las naves delemperador

– Y ahora escucha tú, Eutimio: sobre estas aguas pondremos las naves del gran rito isíaco, como la nave en la que subieron Marco Antonio, mi abuelo, y la reina de Egipto. La nave que yo vi pudrirse, hundida, en el puerto de Alejandría.

– La nave que tú viste pudrirse en Alejandría, Augusto -dijo Imhotep, emocionándose mientras hablaba-, es la nave de oro, la Ma-ne-yet, la nave sagrada…, un maravilloso templo sobre el agua. La construyó Cleopatra.

– Si pudo construirla la reina de Egipto -contestó el emperador-, podrá reconstruirla Roma. Y construiremos también la nave de los adeptos, donde se encontrarán todos aquellos que, desde todos los lugares de la tierra, quieren seguir el sueño de mi padre. Tenía remos largos y ligeros, según me dijo el sacerdote de Sais.

– Se llamaba Me-se-ket, Augusto -dijo Imhotep-, y yo he conocido a algunos que lloraron al verla arder. Sus remos eran tan largos y finos que cuando se alzaban sobre el agua parecían alas de gaviota.

El partenopeo Eutimio, el extravagante ingeniero naval bronceado por el sol de Miseno, se había quedado contemplando el lago y las colinas que lo cercaban. En ese momento dijo:

– Un templo sobre el agua… -Jugueteaba con su pequeño codex, la libreta de papiro, y miró al emperador-: En mi mente, Augusto, está naciendo la idea de que no haré un templo de madera. Me parece que sobre estas aguas construiré un templo de mármol.

Rió. El joven emperador se estremeció. -Explícate, por favor.

El joven y fiel ayudante de Eutimio, que sabía cuándo darle, para realizar los cálculos complicados o los floridos dibujos, el calamus más o menos afilado, el portaplumas, los instrumentos para trazar curvas o ángulos, el papiro de diferentes espesores, se precipitó de inmediato hacia él. Sacó del estuche de cedro perfumado un calamus que, según la inclinación, trazaba líneas intensas o finísimas y se lo tendió.

Eutimio estaba mirando el agua y dejó el codex sobre la balaustrada que dominaba el lago.

– Por primera vez en la historia de los hombres, este año, el primero de tu imperio, Augusto, en este lago… -Cogió el calamus, lo mojó-. Mira, Augusto, mira… -Trazó una línea fuerte, larga y recta, y otra curva debajo que se unía en los dos extremos con la primera: el casco. Después, inclinando el calamus, completó aquella línea con otros trazos y en la hoja nació la altísima proa.

– Mira: esto es el casco, de madera, pero tendrá que sostener el templo, que será de mármol, piedra caliza, ladrillos… -Rió. Seguía trazando líneas, cada vez más deprisa. Y entre un trazo y otro reía, entusiasmado-. En el pasado se han construido grandes naves reales, grandísimas, pero todas eran exclusivamente de madera.

– Es lógico -confirmó el emperador.

– Pero yo he visto tus ojos cuando te he dicho que sobre esas aguas flotará un templo de mármol, Augusto.

El emperador lo miró. Eran coetáneos, y de pronto se echaron a reír los dos. Eutimio continuó dibujando con fluidez.

– Mira, Augusto, esto no se ha hecho nunca: una estructura naval de madera, que se adapta dócilmente al movimiento del agua, tendrá que sostener rígidas estructuras de obra, que no admiten oscilaciones porque se agrietarían, como cuando hay un terremoto. -Todos lo miraban, miraban su codex, miraban el lago-. Parece absurdo, ¿verdad?

Los demás se apiñaron para ver el dibujo. Eran los primeros del mundo que veían nacer aquella invención. Él trazó en la sección del casco unas líneas verticales; parecían conductos. Y efectivamente, instalaría un genial y desconocido sistema de tubos de arcilla, encajado, para reducir el apoyo de las estructuras de piedra, rígidas, en los flexibles cascos de madera.

– En los cascos…, ¿ves…?, pondré un sistema flexible que absorberá las oscilaciones y el templo de Imhotep no se hundirá. El agua del lago duerme casi siempre, pero si llega un torbellino… Tendré que realizar un trabajo muy preciso, con muchos cálculos, porque los cascos, con la carga que aguantarán, no podrán ser varados para proceder a su mantenimiento. Forraremos la tablazón con planchas de plomo finas y bien soldadas. Tendremos que estudiar los ensamblados de las maderas, las aleaciones de los metales, la protección de todos y cada uno de los clavos…

En su latín se advertían acentos de la Magna Grecia, ecos de antiguos dialectos itálicos, era una lengua solar y alegre; su fantasía napolitana evocó un recuerdo de su tierra.

– La nave de oro tendrá la forma del templo de Isis en Pompeya -dijo-, el único templo donde no se mancha el suelo con la sangre de los sacrificios animales.

– Revestiré el interior del jem con mosaicos auténticos -dijo el arquitecto Imhotep-. Le daré a Isis Panthea los colores sagrados: el blanco lunar del espíritu, el verde de la vida y el rojo de los reinos infernales.

– En ningún templo se habrá visto jamás la decoración que veremos en el de este lago, te lo prometo -intervino con entusiasmo Trifiodoro, el imaginativo decorador alejandrino-. Tallaré puertas y marcos en las maderas más raras. Los mármoles serán iguales que los que Cleopatra eligió para su palacio de Alejandría. Los bronces, las tapicerías, los cortinajes serán iguales que los que el padre de mi padre hizo para ella. Bisagras, tiradores, bocallaves, hasta las tejas y los remaches de la carena llevarán un baño de oro. Será una nave de oro. En los costados colocaré una serie de magníficas esculturas de bronce, cabezas de lobo, panteras, monstruos, los símbolos infernales de la mística isíaca. En el jem, el santuario, pondré una magnífica cabeza de Medusa en bronce dorado: astrológicamente, la guardiana del fascinante signo de Virgo, bajo el que tú naciste, Augusto.

– En Mendes -dijo Imhotep-, junto al aqenu, el lago sagrado, en una estela de piedra están esculpidas las reglas del rito, a fin de que no se pierda su memoria: el phar-haoui sube a la nave, maneja el gran timón y dirige la Ma-ne-yet hacia la luz. Pero esa no tiene ni remos ni velas. Los sesenta remeros de la Me-se-ket la empujan: son la voluntad del hombre que busca el Absoluto.

– Por lo que veo, deberá tener una estructura resistente -intervino Eutimio-, vigas muy gruesas. Mira, a lo largo de los costados colocaremos un pórtico y una preciosa barandilla. -Mientras hablaba, iba dibujando-. Y aquí abajo estarán los remeros. Y cuando, empujadas o arrastradas, las dos naves unidas se muevan por el lago, parecerá un enorme edificio de más de ciento noventa pasos. Porque en la segunda nave también pondré columnas de piedra y de madera, corintias y salomónicas, y tejas de arcilla, protegidas por otras de cobre dorado. Y una balconada, y una elegante balaustrada de bronce, y enormes vigas que asomen, repujadas, por los costados, y escalmos para los numerosos remeros.