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De repente, me habia vuelto famoso en Luceville, pero no estaba muy emocionado. Jenny me habia arruinado el triunfo. No entendia como podia ser tan estupida.

Me pregunte que haria. Tal vez, se enfriara en un par de dias y pudieramos volver a vernos. Paradise City me parecia algo tan lejano. No deseaba regresar alli… No todavia.

Tenia apetito, asi que decidi ir a Luigi. Los dos viejos camareros se deshicieron en atenciones. La primera vez me habian ignorado. Mientras comia, se acerco un hombre gordo y viejo, con el traje lleno de manchas de comida. Se presento como Herb Lessing.

– Soy el dueno de la farmacia de la esquina. Queria que supiera que ha hecho un buen trabajo, senor Carr. Ese desgraciado se lo habia buscado. Quizas ahora pueda pasar una noche tranquilo. -Hizo una pausa, me respiro encima y luego continuo-: Reconozco que le ha hecho un gran servicio a esta ciudad.

Me pregunte que habria dicho Jenny si hubiese estado presente. Asenti, le di las gracias y segui comiendo. El hombre me observo con admiracion y luego volvio a su mesa.

Despues de comer, como no tenia ganas de ir al hotel y no tenia nada que hacer, fui a ver una pelicula. No pude seguirla porque seguia pensando en Jenny.

Volvi al hotel y subi a mi cuarto.

?Eres tan brutal y maligno como el!

Finalmente, decidi que tenia razon. Que me sucedia algo. Recorde la rabia ciega que sentia mientras golpeaba a Spooky y, luego, cuando atacaba a sus amigos. Era verdad que me habian provocado, pero sabia que tres meses atras no hubiera reaccionado asi. ?Se deberia aquella terrible expresion de colera al accidente? ?Algo no me funcionaria bien? ?Deberia consultar al doctor Melish? Pero decidi no hacerlo. Por primera vez, desde la perdida de Judy, sentia deseos de estar con una mujer.

?Que diablos estaba ocurriendome?, me pregunte. Quiza fuera buena idea visitar un burdel. En una ciudad como Luceville debia de haber uno. El recepcionista podria informarme.

Mire mi reloj, eran las seis y cuarto. Salte de la cama y me dije que conseguiria una mujer, comeria en el Plaza y dejaria de preocuparme por el futuro.

Cuando estaba a punto de salir, sono el telefono. No sabia que aquella llamada alteraria toda mi vida.

– ?Senor Carr? Habla O'Halloran… El sargento de guardia, de la policia.

Reconoci la voz ronca.

– ?Si, sargento?

– Estaba tratando de encontrarle y recorde que se hospedaba en el Bendix.

– ?Si? -Estaba alerta. Mis deseos de estar con una mujer habian desaparecido. Sentia un nudo en el estomago-. ?Pasa algo?

– Si, podria decirse que si. -Resoplo y luego prosiguio-: La senorita Baxter se ha caido por la escalera. Esta en el hospital.

Senti que el corazon me latia despacio.

– ?Se ha lastimado mucho?

– Bueno, nada grave, pero… -Hizo otra pausa para resoplar-. Muneca y tobillos rotos, clavicula fracturada… ?una buena caida!

– ?Donde esta?

– En el hospital municipal. Pense que debia saberlo.

– Gracias -dije.

Oi un sonido que me sorprendio. ?Estaria jugando con el lapiz?

– Habia un alambre en lo alto de las escaleras -continuo-. Extraoficialmente, imagino que era para usted, pero cayo ella.

Un fuego de furia comenzo a arder en mi interior.

– ?Ah, si? -exclame, y colgue.

Por un momento, permaneci con la mirada fija en la pared de enfrente. El alambre era para mi. Con todas aquellas extravagantes ideas de bondad, Jenny habia sufrido una caida que podia haberla matado.

Llame a la recepcion y pedi que me pusieran con el hospital. Cuando me comunicaron, pregunte si podia ver a la senorita Baxter. Una enfermera me respondio que no seria posible hasta el dia siguiente. La senorita Baxter estaba sedada. Di las gracias y colgue.

Comenzaba a oscurecer, camine desde el hotel hasta la oficina de Jenny y subi los seis pisos. La furia crecia en mi interior. Todavia tenia la llave, pues habia olvidado entregarsela al salir. Abri la puerta, encendi la luz, fui hasta el armario y saque la piqueta. La puse junto a mi escritorio, fuera del alcance de la vista. Todas las oficinas del edificio estaban a oscuras: la unica luz era la de mi ventana. Esperaba que ello alentara a los amigos de Spooky a venir por mi. Deseaba que vinieran para poder agredirlos, pero no aparecieron.

Me quede alli, esperando, hasta las once y media de la noche; despues, con la piqueta en la mano, cerre la oficina y baje a la calle. Llame un taxi y pedi que me llevara hasta la calle Decima.

Cuando llegamos, le pague y espere hasta que se alejo. Anduve por la calle, desierta excepto por los clubes de strip-tease y los cafes. Llegue al Cafe de Sam. Habia siete relucientes motos Honda aparcadas en hilera. El ruido que salia del cafe era ensordecedor. Con la piqueta bajo el brazo, destape los depositos de gasolina y tumbe las motos para que perdieran todo el combustible.

Una chica con minifalda y un muchacho con collares en el cuello salieron del cafe y vieron lo que estaba haciendo.

– ?Ey! -exclamo el muchacho, debilmente- ?Deje esas motos tranquilas!

Le ignore. Me hice a un lado y encendi un cigarrillo.

La chica dejo escapar un grito que parecia el balido de una oveja. El muchacho entro corriendo en el cafe.

Retrocedi y arroje el cigarrillo encendido al charco de combustible.

Hubo un estallido y, luego, llamas. El calor me obligo a retroceder hasta la acera opuesta.

Siete jovenes con sus mugrientas camisas y pantalones de piel de gato salieron del cafe, pero el calor los mantuvo inmoviles. Los observe. Ninguno de ellos tuvo el valor de sacar una de las motos fuera del circulo de llamas. Se quedaron alli, mirando como las Hondas, que eran seguramente su unico amor, se derretian entre las llamas.

Aguarde, con la piqueta en la mano, deseando que me atacaran para poder asi golpearlos, pero no lo hicieron. Se quedaron alli, como ovejas estupidas, viendo como desaparecian los juguetes que los hacian sentir tan hombres.

Despues de cinco minutos, me aburri y me aleje.

A pesar de que Jenny no lo sabia, sentia que habia igualado el marcador.

Dormi sin sonar hasta las ocho y diez de la manana, en que me desperto el timbre del telefono.

Levante el auricular.

– Senor Carr… Hay un oficial de policia que pregunta por usted -dijo el recepcionista, con tono de reproche.

– Bajo enseguida -respondi-. Digale que me espere.

No me apresure. Me afeite, me di una ducha, me puse una de mis mejores camisas deportivas, un pantalon de hilo y baje en el destartalado ascensor.

El sargento O'Halloran, corpulento, en mangas de camisa y con la gorra echada hacia atras, llenaba uno de los sillones de cana. Estaba fumando un cigarro y leyendo el periodico.

Me acerque y me sente junto a el.

– Buenos dias, sargento -le salude-. ?Me acompana a un cafe?

El sargento bajo el periodico, lo doblo con cuidado y lo coloco en el suelo.

– Entro de servicio dentro de veinte minutos -dijo, con su voz ronca-, pero antes quise pasar a verlo. Deje el cafe. Me miro con sus ojos porcinos, frios como el diamante-. Anoche hubo un gran incendio en la calle Decima.

– ?De veras? Todavia no he leido el periodico.

– Se quemaron siete motos muy caras.

– ?Alguien lo ha denunciado?

Cruzo una de sus pesadas piernas sobre la otra.

– Aun no, pero podrian hacerlo.

– Y, luego, obviamente, tendra que investigar.

Se inclino hacia delante y en sus ojos note un dejo rojizo.

– Empieza a preocuparme, senor Carr. Usted es el hijo de puta mas frio y rudo que ha llegado a esta ciudad. Extraoficialmente, dejeme decirle algo: una broma mas de estas y tendra problemas. Casi incendia toda la manzana. Tiene que detenerse.

No deje que me intimidara.

– Consiga los testigos, sargento, y entonces aceptare los problemas, antes no. No admito nada, pero me parece que la policia de esta ciudad no puede manejar a tipos como Spooky Jinx y sus amigos, de modo que no veo por que se molesta cuando alguien lo hace. -Me puse de pie-. Si quiere una taza de cafe, venga conmigo. Yo si quiero.