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Ahora comprendia que mi intento por competir con los antecedentes de Rhea habia sido inutil. Sabia que no tenia el coraje de volver a intentarlo y estaba seguro de que entonces me arrestarian. ?Era un aficionado inutil y sin esperanzas! Habia tenido suerte con el empleado de la gasolinera. En seguida se habia dado cuenta de que el arma era de juguete y me habia echado con el desprecio que me merecia.

Volvi a pensar en Rhea. Mi cuerpo ardia de deseos por ella. Era inutil seguir repitiendome que estaba loco, que la maldad de aquella mujer podia destruirme. Su canto de sirena resonaba todo el tiempo en mi mente de manera irresistible.

Recorde lo que habia dicho: Cuando me tengas, te costara mas que una comida. Recorde su expresion, sus ojos verdes llenos de promesas sexuales. su cuerpo levemente inclinado hacia el mio, su sonrisa sensual.

?Ahora me importaba un comino lo que me costara! Habia perdido mi arrogante confianza en que la conseguiria por nada. ?Tenia que poseerla! ?Aunque fuera en sus terminos! ?Que querria? Jenny habia escrito en su informe que aquella mujer habia sido una prostituta. ?Y si le ofreciera doscientos dolares? Era un precio mas que suficiente para una puta. ?No rechazaria doscientos dolares! Tal vez, una vez que la tuviera me olvidaria de ella.

Empece a relajarme aunque todavia me dolia la cabeza. Con impaciencia, salte de la cama, me puse ocho aspirinas en la boca y las trague con agua. Regrese a la cama a esperar que las pastillas surtieran efecto. El dinero lo compraba todo, siempre y cuando se tuviera suficiente. ?Yo la compraria a ella! Esta obsesionada con hacerse rica, me habia dicho Jenny. Estaba seguro de que Rhea saltaria con doscientos dolares. Ahora no me importaba tener que comprarla. El ferviente deseo que me invadia y atormentaba me exigia verla desnuda en una cama. Luego, cuando hubiera satisfecho esa necesidad, regresaria a Paradise City y me olvidaria de ella.

Todavia pensando, me quede por fin dormido.

A la manana siguiente, mas confiado, fui al banco y cambie cinco cheques de viajero de cien dolares cada uno. «Por si acaso», me dije. Le ofreceria doscientos dolares y subiria hasta quinientos si era necesario, pero estaba seguro de que con doscientos aceptaria.

Regrese al lugar donde habia aparcado el Buick, puse el motor en marcha y, cuando estaba a punto de salir, recorde a su hermano. ?Estaria alli? ?Estaria cerca de aquel sordido bungalow? Me aferre con fuerza al volante. No podria hacer mi oferta si el estaba en el bungalow.

Aquello era un problema y me invadio una ola de frustracion. Apague el motor, sali del coche y empece a andar. El reloj del Ayuntamiento daba las diez. Tenia que contener mi impaciencia. Tendria que aguardar por lo menos hasta el mediodia y, aun entonces, no podria estar seguro de que el hermano hubiera salido a trabajar. Camine sin rumbo, sin ver a nadie; Rhea me taladraba la cabeza. Segui asi hasta que el reloj dio las once. Para entonces, estaba listo para subirme a un arbol. Entre en un bar y pedi un whisky doble con hielo.

La bebida me calmo un poco. Encendi un cigarrillo y, justo cuando iba a pedir otro trago, vi salir a Fel Morgan de un polvoriento Buick 1960 aparcado en la acera de enfrente.

Me apresure a pagar la cuenta y salir del bar. Fel ya se alejaba con las manos en los bolsillos de sus tejanos. Una camiseta blanca toda manchada resaltaba su musculatura.

Lo segui a unos metros de distancia. Me detuve y lo vi entrar en una tienda y saludar a un hombre en mono que luchaba con un trozo grande de metal oxidado.

Con el corazon palpitante y la respiracion entrecortada, regrese corriendo al lugar donde habia dejado el coche. Sali disparado hacia la autopista 3.

Veinte minutos despues, llegaba al camino de tierra que llevaba al bungalow de los Morgan.

Todo el tiempo, me repetia sin cesar: «Por favor, Dios, haz que este en casa.»

Cuando llegue al bungalow adverti que la puerta de entrada estaba abierta. Apague el motor y permaneci sentado, aferrado al volante, escuchando los latidos de mi corazon mientras observaba la puerta abierta. Me quede asi un minuto o mas, luego sali del coche y, presa de fiebre sexual, atravese la hierba esquivando la basura dispersa.

Cuando llegue junto a la puerta, aparecio Rhea.

Nos miramos.

Se habia arreglado desde la ultima vez que la vi. Llevaba un vestido de algodon que le llegaba por encima de las rodillas. Tenia las piernas y los pies desnudos y llevaba un collar azul barato en el cuello. Su rostro era tan frio e inexpresivo como siempre y sus ojos verdes, igualmente cinicos.

– Hola -me dijo, con su voz ronca que me hizo temblar-. ?Que quieres?

– Ya sabes lo que quiero -respondi, intentando mantener la voz firme.

Me estudio y retrocedio unos pasos.

– Sera mejor que entres y hablemos.

La segui hasta la sordida sala. Habia una cafetera descascarada y dos tazas sucias de cafe sobre la mesa. Un cenicero de lata lleno de colillas ocupaba el centro.

La observe andar hasta el destartalado sillon y hundirse en el. El vestido le descubrio los muslos y, cuando cruzo las piernas, alcance a vislumbrar una braga azul.

– Pense que ibas a esperar hasta que yo fuera a buscarte. -Cogio un paquete de cigarrillos que habia sobre la mesa.

– ?Cuanto? -pregunte, con voz ronca-. ?No lo enciendas! ?Dime cuanto y vayamos al grano!

Encendio un cigarrillo y me miro desafiante.

– ?Por Dios! ?Que calentura!-exclamo.

Con mano temblorosa saque dos billetes de cien dolares del bolsillo y se los tire sobre el regazo.

– ?Vamos de una vez!

Ella tomo los billetes y los estudio con rostro inexpresivo; luego, me miro. Esperaba ver un atisbo de avaricia, incluso de placer, pero la mascara helada de su rostro me dejo perplejo.

– ?Y esto para que es? ?Doscientos dolares? Tienes que mirarte la cabeza.

Eso fue lo mas sensato que jamas oiria de labios de Rhea, pero no me importo. La deseaba con una urgencia que se acercaba a la locura y estaba decidido a poseerla.

Saque los tres billetes de cien restantes y se los arroje. A pesar de que la deseaba con locura, nunca habia odiado tanto a nadie.

– ?Es mas de lo que vales, pero tomalo y terminemos con esto! -dije, con violencia.

Lenta y deliberadamente, doblo los cinco billetes con cuidado y los coloco sobre la mesa. Se reclino en el sillon mientras exhalaba el humo y me observaba.

– En una epoca, me entregaba por un dolar -me dijo-. Hubo otra epoca en que me entregaba por veinte dolares. Incluso una vez me dieron cien. Cuando se pasan tantos anos en la carcel, se tiene tiempo para pensar. Yo se muy bien lo que quieren los hombres. Se lo que tu quieres y se que lo tengo, y quiero dinero: no cien dolares, ni quinientos, ni cinco miclass="underline" ?quiero dinero de verdad! Hay varios viejos decrepitos y estupidos en este pais que valen millones. Voy a encontrar a uno de esos viejos gordos y estupidos y le voy a vender mi cuerpo por dinero de verdad. Me llevara tiempo, pero lo encontrare. -Senalo con desprecio el dinero sobre la mesa-. Llevatelo, Rata. Mis piernas permaneceran cruzadas hasta que encuentre a un viejo con el dinero que quiero.

Me quede de pie, mirandola.

– ?No necesitas los quinientos dolares?

– No tus quinientos dolares.

La deseaba tanto que perdi lo que me quedaba de orgullo.

– ?Por que no? Quinientos dolares por media hora. Vamos… Toma el dinero y vayamos a lo nuestro.

– Ya lo has oido, senor Larry Diamantes Carr.

Me quede petrificado y la mire.

– ?Que estas diciendo?

– Se quien eres. Fel lo investigo. Tomo el numero de tu matricula y lo verifico en Paradise City. Eres un personaje bastante conocido, ?no es asi, senor Larry Diamantes Carr?

Una luz roja se encendio en medio de mi locura, advirtiendome que me alejara de aquella mujer, pero ya habia ido demasiado lejos y la luz pronto desaparecio.

– ?Que importa quien soy? -pregunte-. Soy como cualquier otro hombre. ?Toma el dinero y desvistete!

– ?Si tu no lo tomas, muneca, lo hare yo! -dijo Fel detras de mi.

Me volvi y lo vi recostado contra el marco de la puerta, observandome con una sonrisa divertida en el rostro.