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Al verlo, senti renacer la rabia loca que habia experimentado antes, y el se dio cuenta por mis ojos.

– Tranquilo, amigo -me dijo-. Estoy de tu lado. Esta perra se esta haciendo la dificil. ?Quieres que te lo arregle?

Rhea se puso en pie de un salto y recogio el dinero de la mesa con una mano.

– ?Si te acercas, maldito, te arrancare los ojos! -le advirtio a su hermano.

– Y lo creo -me dijo-. ?Que os parece si nos tranquilizamos y conversamos un poco? Hemos estado hablando de ti. Podriamos hacer un trato. ?Que te parece cambiar unos diamantes por una vagina?

Mire a Rhea.

– ?Que te parece, eh? -prosiguio-. Ella aceptara. Se le ocurrio a ella cuando le conte quien eras. No lo conseguiras sin diamantes. Hablemoslo.

– Devuelveme mi dinero -le dije a Rhea.

Ella me sonrio burlonamente y meneo la cabeza.

– He cambiado de idea. Necesito los quinientos aunque sean tuyos. Y no trates de quitarmelos. Fel y yo podemos contra ti. Y piensa en lo que Fel te ha dicho. Si tanto lo quieres, los diamantes podran conseguirtelo. No uno, sino muchos diamantes. Piensalo. ?Y ahora, vete!

Mire a Fel y vi que sostenia una barra de hierro.

– No lo intentes, amigo -me dijo-. O saldras con la cabeza rota. La primera vez no estaba preparado para ti, pero ahora si. Piensalo. ?Y ahora, fuera!

Retrocedio para dejarme pasar.

Le odie.

Tambien la odiaba a ella, pero mi sangre seguia deseandola.

Sali al aire caliente, atravese la hierba cubierta de basura y regrese al Buick.

No recuerdo haber conducido de vuelta al hotel. Me di cuenta de que estaba tirado en la cama cuando vi la luz de la manana reflejarse en el cristal cubierto de polvo de cemento.

Me sentia muy deprimido. ?Hasta Rhea me habia llamado Rata! ?Como la odiaba! Senti la urgente necesidad de acabar con mi vida. Me quede tumbado en la cama preguntandome: «?Por que no?» De repente, esta parecia la unica solucion. ?Para que continuar?

?Por que dejar que aquella mujer siguiera torturandome?

?Pero, como podia matarme?

?Una hoja de afeitar? No, usaba maquina electrica.

?Aspirinas? Solo me quedaban seis.

?Saltar por la ventana?

No, podia matar a alguien en aquella calle tan transitada.

Mire alrededor, desesperado. No habia nada con que colgarme que aguantara mi peso.

?El coche?

?Si! Iria a gran velocidad y me estrellaria contra un arbol. ?Si, haria eso!

Luche por ponerme de pie; palpe los bolsillos buscando las llaves. No las encontraba. ?Donde las habia dejado? Mire alrededor y las vi sobre la comoda. Cuando me acercaba a recogerlas, empezo a sonar el telefono.

Durante un momento dude, pero luego descolgue el auricular.

– ?Larry… mi querido muchacho!

Mi negra nube de depresion y locura se desvanecio al oir la voz de Sydney Fremlin. Estaba temblando y sudando. Me tumbe en la cama.

– Hola, Sydney -le dije, con voz ahogada.

– ?Larry, debes regresar! -Por su tono de voz comprendi que estaba en un apuro. Parecia una abeja capturada dentro de una botella.

– ?Que sucede? -pregunte, secandome la frente con el dorso de la mano.

– ?Larry, tesoro, no puedo decirtelo por telefono! ?Podria haber una persona muy desagradable escuchando! ?Tienes que volver! La senora P. quiere que le vendas ya sabes que. Y yo no puedo ocuparme, ?solo tu puedes hacerlo! ?Sabes a lo que me refiero, no es asi, Larry? ?Este asunto es top secret! ?Dime que me entiendes, Larry!

La senora P.

Deje escapar el aire lentamente mientras mi mente retrocedia cinco anos atras, cuando realice la venta de diamantes mas grande para Luce amp; Fremlin. La esposa de Henry Jason Plessington, uno de los hombres mas ricos del estado de Florida, queria un collar de diamantes. Cuando entre a trabajar como experto en diamantes, Sydney solo habia logrado venderle algun par de cosas, pero nada realmente importante. Sin embargo, cuando apareci en escena, la conoci y supe lo rico que era su esposo, vi la posibilidad de venderle algo importante de verdad. Sydney protesto diciendo que era demasiado ambicioso cuando le explique mi idea, pero utilice todo mi encanto y cuando hable con aquella mujer de mediana edad le hice comprender que ella no podia llevar nada que no fuera lo mejor. Reacciono a mis palabras como una planta ante un fertilizante. Luego, le hable de diamantes. Le dije que tenia la ambicion de crear un collar de diamantes sin igual. Le explique como elegiria las piedras. Y que me sentiria complacido de saber que el producto final seria para ella. Paladeo toda la historia como un gato lame la crema.

– ?Pero como sabre si me gusta? -me pregunto-. Su gusto podria no ser el mio.

Yo esperaba que dijera aquello y tenia preparada la respuesta. Le explique que, ademas de mostrarle el diseno en papel, haria que un cortador de diamantes chino que habia conocido en Hong Kong preparara un collar igual para ella con piedras de fantasia. Luego, podria juzgar por si misma. El precio de la joya falsa seria de unos cinco mil dolares. Y si decidia que la fantasia le agradaba y queria el collar verdadero, le descontaria los cinco mil del precio total.

Me dijo que llevara adelante la idea.

Hice que Sydney disenara un collar sobre papel. El sabia hacer esas cosas y dibujo algo maravilloso.

– Pero, Larry, esto costara una fortuna -comento, mientras estudiaba el diseno-. ?No lo aceptara! ?Costara como un millon!

– Costara mas -le dije-, pero dejamelo a mi. Yo le hablare para que convenza a su marido. Esta podrido de dinero.

La senora P. aprobo el diseno, lo que era un paso adelante. Yo esperaba que me autorizara a hacer ya el collar en diamantes, pero me dijo que todavia tenia que convencer a su marido y que le gustaba la idea de verlo en fantasia.

A mi hombre de Hong Kong le llevo dos meses hacer el trabajo en vidrio, ?y que trabajo! Solo un experto de primera podia darse cuenta de que las piedras no eran genuinos diamantes. Era tan bueno que hasta pense que la senora P. se quedaria con el collar de fantasia y se pavonearia ante sus amigas como si fuera el verdadero.

Fui hasta la mansion de los Plessington con vistas al mar, con un Rolls Corniche y un Bentley T aparcados en el garaje, coloque el collar de vidrio sobre una almohadilla de terciopelo negro y observe su rostro. Quedo boquiabierta. Luego, rodee su gordo cuello con el collar y la lleve hasta un espejo.

Despues, inicie mi discurso de ventas.

– Estas piedras, como usted puede ver, senora Plessington, son de vidrio, como le dije. Tambien vera que carecen de vida (lo que no era verdad), pero quiero que imagine cada una de ellas como un fuego vivo… el fuego de los diamantes.

Ella permanecia alli como en trance, mirandose al espejo: una mujer de edad madura, con el pecho flaccido y el cuello que comenzaba a llenarse de arrugas.

– Hasta Elizabeth Taylor querria un collar como este.

Luego, le desabroche el collar antes de que se decidiera por el vidrio en lugar de los diamantes.

– ?Pero cuanto costara?

Era la pregunta que valia un millon. Le explique que para poder crear un collar asi tendria que buscar en todo el mundo para hallar las piedras iguales. Despues de encontrarlas, tendria que hacerlas cortar por expertos y, despues, hacerlas engarzar en platino, para lo cual tambien requeriria las manos de un experto. Todo eso costaria dinero. Tanto yo como ella sabiamos que no seria su dinero el que pagaria el collar. Tenia que convencer a su marido. Le senale que los diamantes eran eternos. Nunca perdian su valor. El dinero de su marido iria a una inversion segura. La deje asimilar todo aquello y despues le comente, en tono indiferente, que el coste del collar seria de alrededor de un millon y medio de dolares.

Ni siquiera pestaneo. ?Por que habria de hacerlo? Su marido seria el que pestanearia. Permanecio sentada alli, con su modelo de Norman Harnell, con la mirada perdida. Podia imaginarla pensando como la envidiarian sus amigas, que simbolo de posicion seria aquel collar, que hasta la misma Liz Taylor podria llegar a envidiarle.

Y, por fin, la senora P. tuvo su collar de diamantes, la venta mas importante de Luce amp; Fremlin, y todo gracias a mi. El coste final del collar fue de un millon ochocientos mil dolares.