La senora P. y el collar fueron la gran noticia de la prensa. Aparecieron fotografias de ella con el collar, con el marido detras, con aspecto de haber mordido el anzuelo. Ella se pavoneo con el collar en el Casino, la opera, el Country Club e inclusive organizo un baile. Un mes despues, una de sus mejores amigas, que tenia un collar de diamantes que yo jamas hubiera ofrecido a ninguno de mis clientes, fue atacada para robarle el collar y recibio un golpe en la cabeza. La mujer nunca se repuso del golpe y quedo al cuidado de una enfermera.
Este ataque asusto mucho a la senora P., que solo entonces comprendio que un collar de diamantes de un millon ochocientos mil dolares podia significar un peligro mortal. Ella guardo el collar en la caja de seguridad de un banco y se nego a usarlo.
Todo eso habia ocurrido cinco anos atras y, ahora, segun Sydney, ella queria vender el collar.
Yo sabia, al igual que Sydney, que durante los ultimos tres anos la senora P. se habia convertido en una jugadora empedernida. Se la podia ver apostando en el casino todas las noches. Su marido la dejaba jugar porque, ademas de vender tajadas de Florida y levantar rascacielos cada vez que hallaba un lugar para ellos, era un satiro. Mientras su esposa se pasaba la noche apostando, el se acostaba con cuanta muchacha se le cruzaba por el camino. Pero Plessington cuidaba su dinero, de tanto en tanto controlaba las deudas de juego de su esposa y actuaba con dureza con ella. La senora P. nunca ganaba. Conociendo esa historia, no era dificil adivinar que ahora debia de estar endeudada hasta la cabeza en secreto y que habia decidido vender el collar antes de que su marido descubriera lo que debia.
– ?Larry? -la voz de Sydney resono por la linea-. ?Me estas escuchando?
Me importaba un comino la senora P., el collar, y Sydney. Rhea seguia taladrandome el cerebro.
– Estoy escuchando -respondi.
– Por amor de Dios, concentrate, Larry -me urgio-. Por favor, debes regresar… Por mi. ?No me imagino que puedes estar haciendo en esa horrible ciudad! ?Di que volveras a ayudarme!
Otra vez, el destino. Unos minutos antes estaba pensando en el suicidio. Si Sydney hubiera querido cualquier otra cosa que no fuera revender el collar Plessington, le habria cortado. Pero aquel collar era mi mejor logro hasta el momento. Habia ganado mi reputacion como uno de los mejores expertos en diamantes al crearlo.
De repente, mi depresion desaparecio. Mi mente comenzo a trabajar con rapidez. Tal vez, otro cambio de escenario arrancase a Rhea de mi mente, pero queria dejar una puerta abierta por si necesitaba huir.
– Aun no estoy bien, Sydney -le dije-. Sufro de jaquecas y no puedo concentrarme con facilidad. Si regreso y te vendo «eso», ?me daras mas tiempo en caso de que lo necesite?
– ?Por supuesto, querido muchacho! Hare mas que eso. Te dare el uno por ciento de la operacion y podras tomarte seis meses si lo deseas. Es mas que justo, ?no te parece?
– ?Y cuanto pide por el collar?
Siguio zumbando como una abeja antes de decirme:
– Aun no lo he discutido con ella. Necesita dinero. Le dije que te consultaria y que tu hablarias luego con ella. Es evidente que esta en apuros. ?Vendras?
Volvi a dudar y a pensar en Rhea, pero luego me decidi.
– Muy bien, ire en seguida. Estare contigo pasado manana.
– No conduzcas. Coge un taxi aereo. Yo lo pagare -dijo Sydney-. ?No sabes que alivio es esto para mi! Cenaremos juntos tranquilamente. Nos encontraremos alrededor de las nueve en La Palma… ?Que te parece?
La Palma era uno de los restaurantes mas caros y exclusivos de Paradise City. Sydney estaba ansioso por complacerme.
– Muy bien -dije, y corte.
Durante las dos horas del vuelo hasta Paradise City, una idea empezo a deslizarse en mi mente como una serpiente negra que entra lentamente en una habitacion.
En este pais hay muchos viejos decrepitos y estupidos que valen millones.
Lo habia dicho Rhea.
?Para que esperar a convertirme en viejo, decrepito y estupido?
?Por que no volverme inmensamente rico de repente?
Pense en el collar de la senora P. ?Un millon ochocientos mil dolares! En mi posicion como uno de los mas importantes expertos en diamantes, conociendo a los mejores comerciantes del mundo, estaba seguro de que no me seria dificil vender las piedras, siempre y cuando tuviera mucho cuidado. Los comerciantes saltarian ante cualquier cosa que les ofreciera. Varias veces les habia vendido diamantes en nombre de Sydney, que siempre queria que le pagaran en efectivo. Los comerciantes jamas se oponian, porque cuando Sydney compraba tambien pagaba en efectivo y, lo mas importante, aceptaban mi recibo.
Deshacer el collar y vender las piedras a diferentes comerciantes no representaria ningun problema. Desde mi posicion en Luce amp; Fremlin no tendria por que preocuparme, pues Sydney ya no mantenia alli contactos con nadie. El me los dejaba a mi. Me pagarian en efectivo, creyendo que el dinero seria para Sydney y yo lo ingresaria en un banco suizo. Disponer del collar era la menor de mis preocupaciones, pero robarlo sin que nadie sospechara era otra cosa.
Parecia un desafio. Tal vez fuera un ladron estupido y cobarde para robar un simple coche, pero la operacion de robar el collar, a pesar de ser un problema, quedaba dentro de mi territorio.
Durante la hora siguiente, mientras el avion se acercaba a Paradise City, estuve pensando en la forma de hacerlo.
Sydney estaba en el reservado, jugando con un martini doble en las manos. El maitre de La Palma me condujo hasta el como si fuera un miembro de la familia real.
El restaurante estaba lleno como siempre, y tuve que detenerme en varias mesas porque los clientes me saludaban y se interesaban por mi estado de salud, pero por fin llegue al reservado y Sydney me estrecho la mano.
– ?Larry, querido, no sabes cuanto aprecio lo que has hecho! -me dijo, con los ojos llenos de lagrimas-. No te veo muy bien… Pareces demacrado. ?Como estas? ?Te has cansado mucho en el viaje? Odio tener que hacerte volver, pero tu me comprendes, ?no es verdad?
– Estoy bien -le respondi-. No te preocupes, Sydney. El vuelo ha sido bueno.
Pero no acabo alli. Primero, ordeno un martini seco para mi y, cuando el maitre se retiro, empezo a interrogarme sobre mi estado de salud, que habia hecho durante todo aquel tiempo y tambien si lo habia echado de menos.
Yo estaba acostumbrado a sus peroratas y le pare en seco.
– Mira, Sydney, vayamos directo al grano. Estoy un poco cansado y quiero acostarme despues de cenar, asi que no perdamos el tiempo hablando de mi salud.
Llego el martini seco y Sydney ordeno caviar, un souffle de langosta y champagne.
– ?Te parece bien, Larry? -me pregunto-. Es liviano y alimenticio y podras dormir bien.
Dije que estaba de acuerdo.
– ?Asi que quiere vender el collar? -le pregunte cuando el maitre desaparecio chasqueando los dedos a dos camareros para asegurarse de que estuvieramos bien atendidos.
– Vino a verme ayer… temblando como una hoja -me informo Sydney-. La conozco desde hace anos y me considera uno de sus mejores amigos. Me confeso que necesitaba una fuerte suma de dinero y no queria que Henry se enterase. Al principio, pense que iba a pedirme dinero prestado y empece a cavilar buscando alguna excusa, pero despues me lo dijo directamente. Tenia que vender el collar sin que se enterase Henry. ?Cuanto podia darle por el?
– ?Deudas de juego?
– No me lo dijo, pero claro… posiblemente deba unos cuantos miles. Por supuesto que en cuanto supe lo que queria me envolvi en una nube de humo. Dije que tu te encargarias de la venta. Que tu eras mi experto en diamantes y que se podia confiar en ti porque eras silencioso como una tumba. Le dije que estabas fuera de la ciudad pero que regresarias pronto y que te pediria que la llamaras. La pobre casi se orina encima. Dijo que no podia esperar. Queria saber cuando regresarias. Era muy, muy urgente. Dije que trataria de hacerte regresar esta noche y lo dejamos asi. Bueno, ya has vuelto. ?Podras ir a verla manana por la manana, Larry? No te haces idea del estado en que esta. Ella es muy tonta pero agradable y no me gusta verla sufrir asi. La veras, ?verdad, Larry?