– ¿En el qué?
– El caso del pequeño Brian.
Los policías se lanzaron miradas elocuentes y miraron a sus papeles por un momento; cambiaron de expresión antes de levantar de nuevo la vista. El rechoncho le hizo un gesto para que prosiguiera.
– Cuando me enteré, se lo confié a Heather y ella escribió la noticia y la distribuyó.
– ¿La distribuyó?
– Contó la historia a una agencia y ellos la vendieron a muchos otros periódicos, a aquellos cuyos mercados no se solapan. -Los agentes no parecían tener mucho más claro el concepto-. Los periódicos ingleses; la noticia estaba en todas partes. Mi familia no se cree que yo no lo hiciera y ahora no me hablan. Ni siquiera sé si sigo prometida. No sé si mi novio me va a perdonar.
– ¿De modo que se enfadó con ella?
Sopesó la posibilidad de mentir, pero creyó que no sería capaz de hacerlo.
– Por supuesto.
– ¿Y por eso le pegó?
– No, tuvimos una discusión en el lavabo. -Cerró un ojo y cambió de postura en su asiento.
– Parece usted incómoda.
– Yo no le pegué.
– Algo le hizo.
– Le metí la cabeza dentro del inodoro y tiré de la cadena. -Sonaba tan canallesco que intentó excusarse-. Ahora lamento haberlo hecho.
– Me parece que hay que tener muy mal genio para aguantar la cabeza de alguien dentro del inodoro y tirar luego de la cadena.
El policía guapo la miró y le sonrió, lo que le dio ánimos.
– ¿Tiene usted mal genio?
De pronto, se dio cuenta de que lo habían traído deliberadamente a interrogar a la gordinflona. Resentida, cruzó las piernas y se volvió hacia Patterson.
– ¿Trabajan ustedes en el caso del pequeño Brian?
Se miraron entre ellos.
– Nuestra división lo hace, así es.
– ¿Han oído hablar alguna vez de un pequeño que murió llamado Thomas Dempsie?
Patterson soltó una carcajada indignada. Era una reacción extraña. Hasta McGovern pareció sorprenderse.
– ¿Es que no hay nadie que encuentre similitudes entre los dos casos?
– No -dijo Patterson enojado-. Si supiera usted algo sobre los dos casos, se daría cuenta de que son totalmente distintos.
– Pero Barnhill…
– Meehan. -Lo dijo demasiado alto, gritándole. McGovern lo observaba, tratando de no fruncir demasiado el ceño-. Hemos venido a hacerle preguntas sobre Heather Allen, no a especular sobre casos antiguos.
– Thomas Dempsie fue encontrado en Barnhill. Y Brian desapareció en el aniversario de su muerte, el mismo día exacto.
– ¿Cómo sabe usted eso? -dijo mirándola con detenimiento-. ¿Con quién ha estado hablando?
– Sólo quería preguntar si han pensado en ello.
– Pues no lo haga. -Se estaba poniendo furioso-. No pregunte. Responda.
Paddy se acordó de pronto de que los lavabos de la sección editorial estaban a dos puertas de allí, y recordó a Heather sentada en la taza. Tuvo ganas de llorar.
– ¿Están del todo seguros de que se trata de Heather?
– No pueden asegurarlo del todo. Está muy deformada. No hemos podido usar los registros dentales, pero estamos casi seguros de que es ella. Fuera quien fuera, llevaba su abrigo. Ahora irán los padres a identificar el cadáver.
– ¿Por qué no han podido usar los registros dentales?
Él respondió con cierto deleite.
– Tenía el cráneo aplastado.
Lo que chocó más a Paddy fue la crudeza de la frase, y, de pronto, pudo verlo, el cuerpo de Heather tumbado en el suelo de los lavabos de la sección editorial, como carne machacada, la rubia cabellera esparcida como si fueran rayos del sol y una confusión arrastrada de piel y huesos por el medio.
McGovern le ofreció un pañuelo de papel. Ella se esforzó por hablar:
– ¿Hay alguna posibilidad de que no sea ella?
– Creemos que lo es. -Patterson se inclinó hacia delante, mirándola a la cara. Ella no podía evitar pensar que la estaba castigando por haberle hecho preguntas-. Necesitamos que sea lo más sincera posible. Puede que sepa alguna cosa importante. Su sinceridad nos podrá ayudar a atrapar al culpable.
Paddy se sonó y asintió con la cabeza.
– ¿Heather tenía novio?
Paddy negó con la cabeza.
– No, no lo tenía.
– ¿Está segura? ¿No podía tener algún novio secreto del que no le hablara nunca?
– Creo que me lo habría dicho. Se ponía bastante celosa cuando le hablaba de mi prometido. -Miró a McGovern, y él sonrió de forma inadecuada.
– Así que usted cree que, si hubiera tenido algún lío con alguno de los trabajadores del periódico, se lo habría dicho.
Paddy soltó un gemido:
– Imposible, jamás habría salido con nadie de aquí, estaba demasiado preocupada por su carrera.
– ¿Qué diferencia habría?
– La habrían tildado de fulana. De verdad, ella no se habría arriesgado.
– ¿Y si eso le hubiera reportado ventajas laborales?
Paddy titubeó:
– Bueno, era muy ambiciosa.
– Era muy guapa -dijo McGovern-. Para usted no debía de ser nada fáciclass="underline" dos chicas trabajando en un despacho, una de ellas…
Cazó la mirada de McGovern y se interrumpió.
– ¿Una de ellas guapa y la otra un cardo?
– Yo no he dicho esto.
Pudo haber abofeteado su linda cara allí mismo.
– Es lo que iba a decir. -Hablaba rápido y fuerte para esconder su orgullo herido-. Si quiere que le sea sincera, aquí resulta más fácil trabajar si no eres tan guapa. A Heather, siempre le estaban haciendo bromas picantes, y luego la odiaban porque no les correspondía.
– ¿A ella le molestaba?
– Supongo. Ella quería ser periodista, no conejita de Playboy; pero les seguía la broma. Era capaz de utilizar cualquier cosa por trepar, hasta su aspecto.
Paddy miró a McGovern, como si lo acusara a él de lo mismo. Él esbozó una sonrisa encantadora, ignorando el insulto implícito. Era verdaderamente atractivo. Pensó que era una lástima que Heather no estuviera allí. Estaba segura de que se habrían gustado.
– ¿Sentía celos de Heather? -preguntó Patterson con cautela.
Ella no quería responder. Le dolía admitirlo y sentirse disminuida, pero ellos le habían dicho que su sinceridad podía ayudarlos.
– Sí, los sentía.
Si Patterson hubiera tenido buenos modales, lo hubiera dejado ahí, pero no los tenía. Siguió pidiendo más detalles: de qué aspectos de la vida de Heather tenía celos; cuan celosa estaba; se atrevería a confesar que la odiaba; y bueno, si no era odio, si le desagradaba; ¿era ésa la razón por la que la atacó en el lavabo? Paddy trató de responder con la máxima sinceridad a cada una de sus preguntas. No sabía qué era lo importante, pero poco a poco fue dándose cuenta de que, si bien el nivel de amistad que tenía con Heather podía serlo, preguntarle por su peso actual no lo era. Ella se resistió, él insistió. Le decía muy serio que se limitara a responder a sus preguntas, que ellos decidirían lo que era o no relevante. McGovern no era tonto. Ella lo vio riéndose un par de veces, mientras se reclinaba en su silla para que ella no se diera cuenta. Patterson la estaba humillando deliberadamente, la castigaba por haber tenido la caradura de insinuar que sabía algo del caso Brian Wilcox.
Cuando el interrogatorio llegó a su fin, Paddy se sentía estúpida y empequeñecida, y, de pronto, supo cosas de sí misma que no estaba preparada para reconocer. Era ferozmente competitiva y siempre había querido ir a la universidad. Tenía clasificadas y envidiaba todas y cada una de las ventajas de Heather; envidiaba su ropa y su figura, pero se creía más lista que ella: ahí era donde ella ganaba. Paddy siempre tuvo la esperanza de resultar graciosa en sus limitaciones y de ser capaz de disfrutar del hecho de que otras chicas fueran delgadas y guapas, pero descubrió ante dos policías desconocidos que no lo era. Era una pequeña malvada de mierda y había deseado secretamente que a Heather le sucediera alguna horrible catástrofe.