Para cambiar de tema, Patterson le dijo que, al parecer, Heather había cogido el coche de su madre a medianoche y lo había estacionado frente a Central Station. ¿Qué motivos podía tener para ir sola a la ciudad un viernes por la noche? ¿Tenía algún contacto con el que se citara con regularidad? ¿Podía estar investigando algo? ¿La había llevado Heather alguna vez al Pancake Place de noche? Paddy sacudió la cabeza. Heather no habría ido al Pancake Place por iniciativa propia. En Glasgow, había dos cafés abiertos toda la noche: el Pancake Place era uno, pero el otro, el Change at Jamaica, tenía un pequeño piano de cola y un conjunto de jazz los fines de semana. A Paddy se le ocurrió que, si Heather hubiera tenido que elegir un local nocturno, habría ido a ése. Sólo habría ido al Pancake Place si la hubiera invitado alguien.
Al final, la dejaron marcharse, y, mientras le sostenían la puerta, le dijeron que volviera a verlos si recordaba algo u oía algo que considerara relevante. Seguían sin mirarla. Ella se escabulló con la sensación de haber sido estúpidamente descubierta.
Fue por las escaleras de atrás pero, al subir el primer peldaño, vaciló. No estaba lista para enfrentarse a la redacción. Se dirigió a la calle para tomar un poco de aire. Un rellano más abajo se encontró con Dr. Pete. Estaba empapado y temblaba de dolor agarrado a la barandilla. La miró a los pies.
– No se lo digas a nadie -murmuró.
– ¿Necesita una mano para bajar?
Él asintió, echando un hombro hacia atrás, rígido. Paddy lo tomó por el codo izquierdo y lo guió hasta la planta baja. Resoplaba como un viejo, con todos los músculos del cuerpo tensos y rígidos. Cada tantos pasos, soltaba un pequeño gruñido imperceptible que acompañaba su aliento. Cuando estaban mirando a la puerta de salida, apartó la mano de ella, respiró profundamente y se recompuso, poniéndose bien recto. Adoptó una expresión desdeñosa.
– No se lo digas a nadie.
Mientras Paddy lo observaba empujar la barra de la puerta y salir a la calle, supo que jamás la habría dejado verlo de aquella manera tan vulnerable si la hubiera considerado importante en algún aspecto.
III
Al cabo de dos horas, la mitad de la redacción había sido interrogada. Todos acudieron a la puerta cuando los llamaron por su nombre, e iban saliendo como gallos y volvían como corderitos. A los hombres, les dieron más detalles sobre la muerte de Heather de los que le habían dado a Paddy, y los rumores se extendieron por la redacción: a Heather le habían golpeado la cabeza con un bloque de cemento o con algún objeto metálico, y estaba muerta antes de que la lanzaran al río. Nadie, ni siquiera los chicos del turno de la mañana, había osado todavía hacer ninguna broma al respecto. En el News, una tregua humorística de dos horas era tan reverente como un día entero de duelo silencioso. La mitad de ellos todavía no se creía que fuera Heather. La otra mitad creía que el responsable era un novio.
La redacción estaba tan alterada por la muerte de la chica que Paddy todavía no había conseguido salir a almorzar, y sólo le quedaba una hora y media de turno.
Keck se sentaba a su lado en el banco, tocando su superficie cerca de ella a modo de contacto físico simbólico.
– Ha sido un golpe tremendo. ¿Por qué no te saltas la pausa y te vas a casa?
– No, quiero quedarme. Hoy todos trabajarán hasta tarde; quiero quedarme. -Necesitaba quedarse. No se sentía lo bastante limpia como para volver a casa.
Cuando finalmente la mandaron a su pausa del almuerzo, Paddy salió del edificio y se encontró andando en dirección al río. No había comido nada, así que se detuvo en el quiosco y se compró un paquete de patatas con sabor a queso y cebolla, y una tableta de chocolate con nueces y pasas, además de un paquete de diez cigarrillos Embassy Regal.
Hacía un tiempo adecuado para esconderse. Una lluvia amarga y fuerte caía del cielo gris, de modo que se subió la capucha de la trenca, envolviéndose bien el pecho con la tela áspera. Se comió las patatas y el chocolate sin dejar de andar, a la vez que se preocupaba por esquivar a los borrachos de ojos llorosos de la hora de comer, extraviados hasta que los pubs volvían abrir a las cinco. Paddy encontró un tramo de barandilla más allá del tramo de peatones y se volvió para mirar el agua.
Mientras contemplaba cómo la lluvia se clavaba en el río lento, fumaba e inhalaba el humo sin problema. Hasta entonces, no había sido consciente de lo celosa que estaba de Heather, ni de lo fea que se había sentido a su lado. Con todas sus defensas derribadas, Paddy era capaz de verse como alguien sin ningún lado amable. Tal vez Sean y su familia tuvieran razón: era fea, desagradable, gorda y estúpida.
Se apoyó en la barandilla de metal, mientras fumaba y contemplaba el agua densa y gris; unas lágrimas de auto-compasión empezaron a resbalarle por las mejillas, y deseó que Sean hubiera estado a su lado para abrazarle la cabeza contra el pecho y conseguir que dejara de ver.
Capítulo 22
I
Paddy se quedó mirando la ranura del buzón, mientras la lluvia fina le caía sobre la capucha y los oficinistas del centro, procedentes de los arrabales, pasaban por su lado, de camino al trabajo. La tarjeta de san Valentín que le enviaba a Sean había caído como un peso de plomo en el agujero oscuro, y ahora no sabía si había hecho bien. La recibiría antes de fecha; la había mandado demasiado pronto. Ahora deseaba no haber mandado una tarjeta tan ñoña. Temía que llevara implícita el tufo de la desesperación, y que Sean adivinara cuánto necesitaba verlo. Paddy no se sentía capaz de asimilar lo que le había ocurrido a Heather hasta poder contárselo a él, hasta que él estuviera a su lado para cogerla de la mano y consolarla.
Seguía preocupada por lo de la tarjeta cuando llegó a la oficina. Su último turno empezaba a las diez, durante la pausa que precedía a la reunión editorial, y la redacción estaba más bien tranquila. Keck le hizo señas para que se acercara al banco y le contó ilusionado que la policía había vuelto a preguntar por ella. Habían estado dando el coñazo a todo el mundo durante toda la mañana, haciendo bajar al personal a las salas de entrevistas para hacerles interrogatorios de tres minutos, comprobando los horarios de cada uno con los registros de personal. Interrumpieron a alguien que estaba en una complicada conferencia telefónica con Polonia, insistiendo en que los acompañara abajo. Farquarson estaba indignado. Lo habían oído gritar a McGuigan al teléfono que quería que echaran a la policía del edificio.
– Les dije que te mandaría abajo nada más verte -dijo Keck mientras observaba cómo se acercaba a la puerta de Farquarson-. Tienes que bajar ahora mismo.
Paddy asintió con la cabeza mientras llamaba a la puerta de cristal.
– Sí, en un minuto.
Farquarson le dio permiso para entrar.
– ¿Puedo hablar con usted un minuto?
– ¿Un minuto literalmente?
– Sí.
– Está bien. -Dejó la hoja de papel que estaba leyendo-. Pues venga, empieza.
Ella se inclinó sobre la mesa del despacho, curvó los dedos hacia atrás y empezó a hablar al tiempo que se balanceaba.
– Se me ha ocurrido que hay otra historia oculta dentro del caso del pequeño Brian, porque el caso se parece mucho a otro que le ocurrió a otro niño que vivía en Townhead, en la misma finca; pero ocurrió hace ocho años; yo fui a Steps en tren, y no tiene ningún sentido que los chicos cogieran el tren para salir de Barnhill a esconder al niño, cuando Barnhill está lleno de edificios abandonados y solares vacíos. -Levantó la vista-. ¿Qué le parece?
Farquarson miraba más allá de ella, a la puerta.
– Liddle ha llamado a Polonia y le va a entregar una copia al editor ahora mismo. ¿Quiere darle prioridad?