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– Solamente le estoy haciendo preguntas.

– Y yo solamente se las estoy contestando. -Lo había asustado y estaba encantada.

– Bien. -Patterson se levantó y tiró del respaldo de la silla de Paddy-. Eso es todo. Fuera.

Ella se levantó.

– Es usted un mequetrefe maleducado.

– Váyase, o la arrestaré por altercado.

Paddy miró a su colega calvo, que le confirmó con un gesto de la cabeza que Patterson estaba lo bastante enojado para cumplir su amenaza y que debía salir mientras todavía tuviera la oportunidad de hacerlo.

Patterson señaló a la puerta.

– Volveremos a buscarla si es necesario.

La echó al pasillo con un manotazo al aire y le cerró la puerta en la cara, con un golpe añadido como para evitar que pudiera volver a entrar.

Ella gritó «gilipollas» a la puerta, pero eso no le sirvió de consuelo.

Una vez en las escaleras traseras, cogió un ejemplar de la nueva edición de la pila y se encerró en los lavabos de la planta de edición. Se pasó diez minutos mirando a la puerta sin pensar, medio sudada. Ahora le parecía que Heather estaba muy muerta. Aquella tarde podían haberse encontrado; incluso, habría sido posible que Heather hubiera estado en Townhead, en la casa de Thomas Dempsie; ella misma podía haber encontrado el recorte, a veces era más lista de lo que parecía. Paddy se encendió un cigarrillo e inhaló el humo con fuerza hasta los pulmones para despertarse. La nicotina le hizo efecto, irritándole los nervios y provocándole una punzada detrás del cráneo.

Miró el periódico. La fotografía con marco negro de Heather en la portada era una toma formal, posada. Era muy guapa: tenía una naricita delicada y chata y los dientes bonitos, y un cabello espeso sin ser áspero. Paddy recordó haberse desenrollado mechones largos y dorados de los dedos antes de entrar en la redacción. Se le ocurrió que los editores debían de estar peleándose por utilizar el enfoque directo con el pequeño Brian cuando con Heather lo podían haber utilizado casi de manera justificada. Había pasado de paria a hija predilecta del Daily News en menos de una semana. En las páginas interiores, la madre de Heather hablaba de su desconsuelo, subrayando todo lo extraordinario de la vida de Heather: su aptitud académica, su bondad, su sentido del humor y sus tres premios Duque de Edimburgo. Se preguntaba cómo podía alguien querer acabar con todo esto, como si el asesino, creyéndose un dios, hubiera sopesado cada uno de sus logros, la hubiera juzgado y hubiera decidido matarla igualmente. La madre aparecía fotografiada frente a la enorme casa georgiana de los Allen con expresión agotada y furiosa.

Paddy volvió a mirar la foto de Heather. Habían estado merodeando por Townhead la misma tarde. Si Paddy se la hubiera encontrado, puede que hoy siguiera con vida. Tal vez se hubieran peleado y luego se hubieran reconciliado y Heather la hubiera invitado a ir con ella al Pancake Place para encontrarse con su contacto; pero la realidad era que jamás habrían hecho las paces y que Heather jamás habría compartido un contacto o cualquier ventaja si lo hubiera podido evitar.

Paddy dejó caer el cigarrillo entre sus piernas, dentro de la taza del inodoro, dobló el periódico con cuidado y subió al archivo de recortes.

II

Le dijeron que Helen estaba de baja por enfermedad, con gripe, y Paddy se alegró. Las otras bibliotecarias eran difíciles y maleducadas, pero sabía que le darían lo que pidiera. La mujer que la atendió era Sandy, la mano derecha de Helen en la biblioteca. En secreto, Sandy era muy agradable e útil, pero ése era un rasgo de su personalidad que sólo mostraba cuando no estaba Helen para despreciarlo.

Paddy le dijo que la policía le había pedido cualquier dossier que Heather Allen hubiera solicitado en la última semana y media.

– ¿Dossier?

– Sí, los recortes que pidió en la última semana, más o menos. Quieren que se los enseñe.

Sandy se mordió el labio.

– Dios, ¿no es algo muy triste?

– Su familia me da mucha pena -dijo Paddy.

– Lo sé, lo sé. -Abrió un cajón de debajo del mostrador y sacó una carpeta tamaño folio marcado con una «A», en la que buscó con dedos ágiles.

– Nada la semana pasada. Pero pidió muchas cosas dos semanas antes que ésa. -Tiró de las hojas y las revisó-. Sí, ésos los recuerdo. Era todo sobre Sheena Easton y Bellshill. -Sacó las hojas y las puso sobre el mostrador-. Estaba escribiendo un artículo.

– ¿Pero no hay nada de la semana pasada?

– En dos semanas, no nos pidió nada.

– Ah, y Farquarson quiere todos los recortes de un caso antiguo. -Paddy trató de adoptar una expresión despreocupada-. Thomas Dempsie. Es un asesinato antiguo. Algunos aparecerán bajo Alfred Dempsie.

Paddy tuvo una tarde movida y no pudo leer los recortes hasta que se marchó a casa. Los dejó escondidos en un cajón del despacho del fotógrafo, bajo la carpeta del editor de imágenes, porque sabía que allí estarían bien resguardados.

En el tren, de camino a casa, apoyó la cabeza en la ventana y se imaginó a Heather allí, en Townhead, la misma noche que ella, haciendo preguntas y llamando a puertas. Puede que también se encontrara con Kevin McConnell, pero Paddy lo consideraba poco probable. El tipo no habría perdido el tiempo coqueteando con ella si Heather hubiera estado allí.

En casa reinaba un ambiente incómodo. Llevaban ignorándola casi una semana, y Mary Ann no tenía idea de hasta cuándo lo harían. El silencio había pasado de la paz apesadumbrada al amargo desdén. Cuando se cruzaban por las escaleras, Marty le sonreía burlonamente; Trisha ya no le servía sus cuidadas cenas, sino que le enchufaba un plato de patatas demasiado hervidas y otro de sopa sin una pizca de sal; su padre y el resto de hermanos pasaban fuera de casa todo el tiempo que podían.

Las cosas empeoraban, pero Paddy llegó a disfrutar de la soledad y del silencio que conllevaba. Le dejaba espacio en la cabeza y podía circular por esas grandes praderas en las que avanzaba a trompicones, entre Thomas Dempsie hasta el plano de Townhead y la estación de Steps en la que encontraron al pequeño Brian. Los elementos estaban, pero su mente poco entrenada no lograba darles sentido.

Se sentó en su habitación y miró al jardín por la ventana, donde el vapor de la lavadora se levantaba formando rizos por la pared exterior. Se imaginó a Sean sentado a su lado, justo fuera de su campo de visión. Mentalmente, retrocedió y lo tocó para consolarse. Le besó el cuello y se transportó flotando a otra parte de la casa, embargada de calidez y felicidad. Empezaba a acostumbrarse a estar sola.

Capítulo 23

De vuelta a casa
1968

I

Era el tranquilo martes de antes de Navidad, y los grandes almacenes estaban medio vacíos. Meehan limpió el cristal del mostrador con un paño amarillo, fijándose bien en sus manos para no desviarse. Podía sacar las cajas de debajo del mostrador y cambiar su orden; eso lo mantendría ocupado. Tenía treinta y tres años y apenas empezaba a adquirir los conocimientos básicos que la gente normal ya ha asimilado cuando cumple quince.

Era un trabajo para la libertad provisional, para tener contentos a los jefes. Le mataba tener que obedecer las órdenes del mequetrefe de Jonny, una reinona que usaba gomina y llevaba veinte años en el almacén; pero el padre de Meehan se estaba muriendo de cáncer y ahora no se podía permitir que le revocaran su condición. Nunca había estado muy pendiente del viejo, pero ahora estaba decidido a no fallarle. Por otro lado, tampoco podía olvidar que el viejo tampoco había estado demasiado pendiente de él. No recordaba ni un momento en el que su padre lo hubiera hecho feliz, o le hubiera dedicado tiempo; la mayor parte del tiempo era una figura temida en la casa por sus despliegues de violencia arbitraria. Le daba pavor pensar en cómo lo verían a él sus propios hijos.