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Se sacó el sobre de los recortes del bolsillo y metió dos dedos dentro con los que sacó los periódicos doblados y amarillentos para leerlos mientras comía. Los artículos no se habían leído durante años y el papel estaba seco, uno encima de otro, formando un pulcro paquetito. Los aplanó con cuidado y les echó una ojeada; encontró una entrevista con Tracy Dempsie del momento inmediatamente posterior a que hallaran a Thomas muerto, pero antes de que acusaran a Alfred. Tracy decía que quienfuera que le hubiera hecho aquello a su lujo merecía ser colgado y que era una lástima que ya no se colgara a la gente porque así es como a ella le gustaría ver al culpable. Hasta en la versión corregida de sus declaraciones sonaba un poco loca.

Otro artículo dejaba claro, a través de dudas e insinuaciones, que Tracy se había marchado del hogar de su primer marido para estar con Alfred. Parecía que se habían conocido en un salón de baile, lo cual era una manera fina de decir que, a pesar de estar casada, Tracy se paseaba por el mercado de la carne en busca de un hombre. Las fotos no la mostraban ni un minuto más joven a como Paddy la había conocido. Llevaba el pelo recogido exactamente igual, pero la piel de la cara parecía menos flaccida. Estaba sentada en un salón lleno de juguetes desparramados y aferrada a una foto de su pequeño. Thomas era un niño de ojos grandes y pelo rubio rizado por las puntas. Sonreía a la persona que le hacía la foto estirando cada músculo de su carita.

Tras releer el texto de los largos artículos, se quedó impresionada por la belleza de los textos. El lenguaje era tan fresco que, donde fuera que se posaran sus ojos, se deslizaban sin esfuerzo hasta el final del párrafo. Buscó la firma y se dio cuenta de que estaban todos escritos por Peter McIltchie. Se quedó pasmada: jamás había considerado a Dr. Pete capaz de producir un texto publicable. Ni siquiera confiaban en él para hacer algo en sustitución de la columna de día festivo del Honest Man, un despreciado artículo de opinión semanal que se ajustaba cínicamente a los prejuicios de los lectores fruto de la más pura desinformación. La asignación de esta columna era un signo más que evidente de que un periodista estaba acabado, era el equivalente profesional a las campanadas de muerte.

Paddy se limpió cuidadosamente la grasa de los dedos con una servilleta de papel antes de doblar los recortes por sus claras líneas de pliegue, y los amontonó uno encima de otro siguiendo el orden cronológico para luego volver a guardarlos en el sobre rígido de color marrón. Se acabó su último trozo de tostada con mantequilla y se levantó para ponerse el abrigo.

Terry Hewitt estaba de pie frente a ella con su cazadora negra de cuero con los hombros rojos. Si a Sean lo habían hecho con regla, Terry era un esbozo, con toda la camisa arrugada y la piel irregular. Tenía los dedos sobre el respaldo de una silla; miraba hacia otro lado y arrugaba la frente, como si estuvieran acabando una conversación en vez de iniciarla. Esbozó una sonrisa durante un segundo.

– ¿Qué haces tú aquí?

– Pues almorzar. -Estuvo a punto de hacer una broma o un comentario jocoso sobre lo gorda que estaba, pero se detuvo al acordarse de que la había llamado «gordinflona» en el Press Bar. Recogió su bolso y se puso el abrigo-. Te dejo mi mesa.

Se volvió para marcharse, pero Terry se acercó y le tiró de la manga.

– Espera, Meehan. -Se sintió algo incómodo y avergonzado por la intimidad que representaba usar su nombre-. Quiero hablar contigo.

Paddy se puso en guardia:

– ¿De qué?

Él sonrió y los labios volvieron a retrocederle por encima de los dientes. A Paddy le gustaba eso. Le hacía parecer dubitativo.

– Del pequeño Brian; te oí hablando con Farquarson.

Ella se detuvo y cruzó los brazos.

– No estarás intentando robarme el artículo, verdad? Porque ya he tenido bastante esta semana.

– Si quisiera robártelo, no estaría aquí, ¿no crees? Me interesa el tema.

Levantó las cejas y miró hacia su silla para invitarla a sentarse con él. Ella dejó un momento de lado su resentimiento y se imaginó que tal vez su flechazo podía ser correspondido, aunque sólo fuera un poco; pero, a los chicos como Terry Hewitt, les gustaban las chicas de buena familia, chicas con el cuello esbelto y la cabellera densa que iban a la universidad a estudiar teatro.

Paddy se volvió a poner en guardia.

– Oí que le preguntabas a Dr. Pete quién era yo.

Él pareció sorprendido.

– No lo recuerdo.

– En el Press Bar. Te oí preguntarle quién era aquella gorda.

Se puso rojo como un tomate.

– Ah -dijo dócilmente-, no me refería a ti.

– ¿Ah, no? ¿Tal vez estaba Fattie Jacques en el bar ese día?

Él volvió la cabeza para evitarle la mirada.

– Sólo quería saber quién eras, eso es todo. Lo siento. -Se encogió-. Eran los chicos del turno de mañana, ¿sabes? No podía ser muy buen…

– Eso no es excusa para ser un maldito grosero. -Pareció más enfadada de lo que realmente estaba.

El chico levantó una mano suplicante.

– Si quisieras saber quién soy yo, ¿qué les preguntarías? ¿Quién es el chico guapo de tipazo perfecto? -Se dio cuenta de que ella titubeaba-. Si me das diez minutos, puedo invitarte a un Blue Riband.

Era el bizcocho de chocolate más barato que había. Paddy sonrió y subió la apuesta:

– Más una taza de té.

Se rascó la barbita.

– Eres una mujer muy dura, pero está bien.

Con fingida reticencia, ella dejó caer el abrigo por los hombros y volvió a ocupar su silla. Terry se sentó delante y puso la mano plana sobre la mesa como si tuviera la intención de acercarla y tomar la suya. La camarera les tomó nota de dos tazas de té, un bol de sopa y un bizcocho de chocolate. Paddy había pensado que iba a tomar un almuerzo de tres platos.

– No tengo mucho tiempo.

– Es sólo una sopa.

Sólo iba a tomar sopa. Jamás había conocido a nadie que se sentara a almorzar una sopa. La sopa, en todo caso, podía ser un precursor aguado de una comida, algo para llenar la mesa del pobre para que los niños no se comieran todas las patatas. Miró a Terry con admiración renovada. Parecía muy sofisticado.

Volvió a desplegar su sonrisa reticente, y ella se dio cuenta de que la estaba enjabonando. Se preguntó si las otras mujeres tenían también debilidad por los hombres hermosos. No parecían hablar nunca de ello.

– ¿Me pareció oír que estabas emparentada con alguien del caso?

Ese habría sido un buen momento para mencionar a su novio, pero no estaba segura de si todavía lo tenía.

– ¿Cómo puedo saber lo que oíste? No habíamos hablado nunca.

– Lo sé, y es una pena -le dijo, y la hizo sonreír.

La camarera volvió directamente con las dos tazas de té fuerte y marrón y la sopa de él. Terry usó su cuchara para tomar la sopa con impecables maneras.

– Quería pedirte que trabajemos juntos en la redacción del artículo sobre el caso anterior.

– Esta es una idea mía, ¿por qué iba a querer que trabajaras conmigo?

– Bueno, he pensado en eso: podría ayudarte a redactarlo. Si quieres salir del banquillo, querrás que Farquarson utilice buena parle de tu redacción inalterada; de lo contrario, te consideraran una mera investigadora. Es más difícil de lo que te imaginas, y yo tengo experiencia escribiendo artículos largos.

Paddy sabía que exageraba un poco lo de la experiencia. Había llevado su artículo a la imprenta una o dos veces y lo había leído por las escaleras. Era bueno, pero no tanto. Aun así, al menos, sería capaz de organizar bien las ideas, enseñarle cómo pasar de un párrafo a otro y cómo no implicarse. Era la oportunidad idónea para que su nombre saliera en alguna parte.