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– ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde estáis?

– En el Clínico. La hemos traído porque… bueno, no sabemos qué le ha pasado, pero se ha puesto muy mal de pronto y…

– Deberías venir, Eloy -escuchó de nuevo la voz de la mejor amiga de Luciana por el auricular.

– Los médicos están con ella -continuó Máximo-. Pensamos que deberías saberlo y estar aquí.

Se puso en pie.

– Salgo ahora mismo -fue lo último que dijo antes de colgar.

4

(Negras: d5)

A pesar de que el sol acababa de despuntar más allá de la ciudad, la mujer ya estaba en pie, como cada mañana, por costumbre. Estaba cerca del teléfono, en la cocina, preparándose su primer café. Debido a ello pudo coger el auricular antes de que su zumbido despertara a todos los demás.

No le gustaban las llamadas intempestivas. La última había sido para decirle lo de su madre.

– ¿Sí? -contuvo la respiración.

– ¿Señora Sanz?

– ¿Quién llama?

– Soy Cinta, la amiga de Loreto.

– ¿Cinta? Pero hija, ¿sabes qué hora es?

– Es que ha pasado algo y creo que Loreto debería saberlo.

– Está dormida.

– Es algo… importante, señora.

– Será todo lo importante que tú quieras, pero en su estado no pienso robarle ni un minuto de sueño. Dime lo que sea y cuando se despierte se lo digo.

Hubo una pausa al otro lado del hilo telefónico.

– Es que… -vaciló Cinta.

– ¿Qué ha sucedido?

– Se trata de Luciana -suspiró finalmente Cinta-. Estamos en el hospital, en el Clínico.

– ¡Dios mío! ¿Un accidente?

– No, no señora. Que le ha sentado mal algo.

– ¿Y quieres que Loreto vaya ahí tal y como está ella?

– Yo sólo he pensado que tenía que saberlo.

– ¿Qué es lo que ha tomado?

– Una… pastilla.

– Drogas?

– No exactamente, bueno… no sabría decirle -se le notaba nerviosa y con ganas de terminar cuanto antes-. ¿Le dirá lo que ha sucedido cuando despierte?

– Sí, claro -la mujer cerró los ojos.

– ¿Cómo está ella?

– Lleva un par de días mejor.

– ¿Come?

– Lo intenta.

– Está bien. Gracias, señora Sanz -se despidió Cinta.

Colgó dejando a la madre de Loreto todavía con el auricular en la mano.

5

(Blancas: Caballo e2)

La primera en entrar en la sala de espera fue Norma, la hermana pequeña de Luciana. Después lo hicieron ellos, los padres. El padre sujetaba a la madre, que apenas si se sostenía en sus brazos. Las miradas de los recién llegados convergieron en las de los amigos de su hija y hermana. Cinta se puso en pie. Santi y Máximo no. Los ojos del hombre tenían un halo de marcada dureza. Los de su esposa, en cambio, naufragaban en la impotencia y el desconcierto. La cara de Norma era una máscara inexpresiva.

– ¿Cómo está? -quiso saber Cinta.

El padre de Luciana se detuvo en medio de la sala, abarcándolos totalmente con su mirada llena de aristas. Vieron en ella muchas preguntas, y leyeron aún más sentimientos, de ira, rabia, frustración, dolor.

Cinta tuvo un estremecimiento.

– ¿Qué ha pasado? -la voz de Luis Salas sonó como un flagelo.

– Nada, estábamos…

– ¿Qué ha pasado? -repitió la pregunta con mayor dureza.

Santi se puso en pie para coger a Cinta.

– Tomamos pastillas y a ella le han sentado mal, eso es todo -tuvo el valor de decir.

– ¿Qué clase de pastillas?

– Bueno, ya se lo hemos dicho al médico…

– ¡Mierda!, ¿estáis locos o qué?

La madre de Luciana rompió a llorar más desconsoladamente aún por la explosión de furia de su marido. Incluso Norma pareció despertar con ella. Se acercó a su madre buscando su protección. Sin dejar de llorar, la mujer abandonó el regazo protector de su marido para abrazar a su hija pequeña.

Luis Salas se quedó solo frente a ellos tres.

Cinta tenía los ojos desorbitados.

– ¿Cómo… está? -preguntó por segunda vez.

La respuesta les alcanzó de lleno, hiriéndolos en lo más profundo.

– Está en coma -dijo el hombre, primero despacio, para agregar después con mayor desesperación, con los puños apretados-: ¡Está en coma!, ¿sabéis? ¡Luciana está en coma!

6

(Negras: de4)

El exterior del after hour era un hervidero de chicos y chicas no precisamente dispuestos a disfrutar de los primeros rayos del recién nacido sol de la mañana. Unos hablaban, excitados, tomándose un respiro para seguir bailando. Otros descansaban, agotados aunque no rendidos. Algunos seguían bebiendo de sus botellas, básicamente agua. Y los menos echaban una cabezada en los coches ubicados en el amplio aparcamiento. Pero la mayoría reían y planeaban la continuidad de la fiesta, allí o en cualquier otra parte. Cerca de la puerta del local, la música atronaba el espacio con su machacona insistencia, puro ritmo, sin melodías ni suavidades que nadie quería.

El único que parecía no participar de la esencia de todo aquello era él.

Se movía por entre los chicos y las chicas, la mayoría muy jóvenes, casi adolescentes. Y lo hacía con meticulosa cautela, igual que un pescador entre un banco de peces, sólo que él no tenía que extender la mano para atrapar a ninguno. Eran los peces los que le buscaban si querían.

Como aquella muñeca pelirroja.

– ¡Eh!, tú eres Poli, ¿verdad?

– Podría ser.

– ¿Aún te queda algo?

– El almacén de Poli siempre está lleno.

– ¿Cuánto?

– Dos mil quinientas.

– ¡Joder! ¿No eran dos mil?

– ¿Quieres algo bueno o simplemente una aspirina?

La pelirroja sacó el dinero del bolsillo de su pantalón verde, chillón. Parecía imposible que allí dentro cupiera algo más, por lo ajustado que le quedaba. Poli la contempló. Diecisiete, tal vez dieciocho años, aunque con lo que se maquillaban y lo bien alimentadas que estaban, igual podía tener dieciséis. Era atractiva y exuberante.

– Con esto te mantienes en pie veinticuatro horas más, ya verás. No hace falta que te tomes dos o tres.

Le tendió una pastilla, blanca, redonda, con una media luna dibujada en su superficie. Ella la cogió y él recibió su dinero. Ya no hablaron más. La vio alejarse en dirección a ninguna parte, porque pronto la perdió de vista por entre la marea humana.

Siguió su camino.

Apenas una decena de metros.

– ¡Poli!

Giró la cabeza y le reconoció. Se llamaba Néstor y no era un cliente, sino un ex camello. Se había ligado a una cuarentona con pasta. Suerte. Dejó que se le acercara, curioso.

– Néstor, ¿cómo te va?

– Bien. Oye, ¿el Pandora's sigue siendo zona tuya?

– Sí.

– ¿Estuviste anoche vendiendo allí?

– Sí.

– Pues alguien tuvo una subida de calor, yo me andaría con ojo.

– ¿Qué?

– Mario vio la movida. Una cría. Se la llevaron en una ambulancia.

Poli frunció el ceño.

– Vaya -suspiró.

– Ya sabes cómo son estas cosas. Como pase algo, habrá un buen marrón. ¿Qué vendías?

– Lo de siempre.

– Ya, pero ¿era éxtasis…?

– Oye, yo vendo, no fabrico. Hay lo que hay y punto. Por mí, como si se llama Margarita.

– Bueno -Néstor se encogió de hombros-. Yo te he avisado y ya está. Ahora allá tú.

– Te lo agradezco, en serio.

– Chao, tío.

Se alejó de él dejándole solo.

Realmente solo por primera vez en toda la noche.

7

(Blancas: Caballo x e4)

Norma vio cómo sus padres salían de la habitación en la que acababan de instalar a Luciana, reclamados de nuevo por los médicos que la atendían, y se quedó sola con ella.