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Por lo general, ese sentimiento se desvanecía después.

Aunque eso aún no lo sabían, lo intuían por la vida de sus padres.

– Vamos ya, ¿no?

– Espera -le detuvo Cinta.

Eloy sintió la presión de la mano de su amiga en el brazo. Se detuvo y la miró a los ojos. Los tenía enrojecidos, y no era necesario preguntar por qué.

– Tranquila -musitó comprendiendo el tono de su inquietud-. Lo primero es Luciana.

Entonces Cinta lo abrazó.

Un abrazo cálido, de corazón, preñado de emociones sin medida. Y él le correspondió con la misma intensidad.

Fue lo último antes de que los cuatro echaran a andar calle arriba.

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(Blancas: Torre h8)

– Inspector.

Vicente Espinós centró la mirada en Lorenzo Roca saliendo de su larga abstracción, una más en los últimos minutos. El policía llevaba unas anotaciones hechas a mano.

– ¿Lo tienes?

– El Calígula Ciego y el Marcha Atrás son discotecas nocturnas de gente guapa -comenzó a decir Roca-. Se animan a partir de las dos de la madrugada. Antes… -puso cara de asco-. El Peñón de Gabriltar es un bar musical con algo de ambiente putero, hay reservados y todo eso, aunque al parecer la clientela es selecta porque las chicas están bien. El Popes es una discoteca de tarde y noche, o sea, que a esta hora hay niños y niñas bien, y más tarde van sus hermanos y hermanas, o sus padres. Por último, La Miranda, es un bar de esos fríos, pero que también se llena pasadas las tantas.

Vicente Espinós evaluó la información facilitada por su subordinado.

Despacio.

– O sea que, de los cinco, sólo en uno hay animación ahora mismo -expresó sus pensamientos en voz alta.

– En el Popes, sí -le respondió Roca como si hablara con él.

– ¿A qué hora cierra ese local?

– A las diez. Justo para que los nenes y las nenas vuelvan a casita. Reabren después, a eso de las once. De cinco, uno.

No se trata de instinto o intuición, sino de un hecho.

– El Mosca puede ir a uno de ellos esta noche, así que habrá que vigilarlos todos, pero ahora… -miró a Roca, decidido-, no perdemos nada probando.

– ¿Nos vamos, jefe?

Se puso en pie. Agradecía salir de allí. Los casos se resolvían en la calle, aunque no había nada como «la oficina» para pensar en ellos y reunir los datos y la información necesarios. Lorenzo Roca fue a por su chaqueta. Los dos se encontraron en la puerta del departamento.

– ¿Quién cree que ganará mañana? -se encontró con la inesperada pregunta de Roca.

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(Negras: Rey d8)

La diferencia entre el Popes y la nave en la que había encontrado a Raúl era manifiesta, y no sólo por el espacio, a pesar de que la discoteca también era bastante grande y tenía dos niveles. Allí los chicos y las chicas transpiraban todavía leche materna, o al menos así se lo parecía. No hacía más de cuatro años que él era también así, pero se le antojaba una gran lejanía en el tiempo. A veces incluso se preguntaba cómo había podido comportarse así, tan absurdamente loco.

¿O era que se sentía «mayor»?

¿Absurdamente mayor?

Contempló la fauna de bollycaos, ellas abriéndose a la vida en plan peleón, dispuestas a comerse el mundo, luciendo la esbeltez de sus cuerpos, la longitud de sus piernas emergiendo de sus breves faldas o pantaloncitos muy ceñidos, la belleza de sus cabelleras típica de spot publicitario, lo último en moda, la audacia para combinar colores y sensaciones, y sin los protectores de los dientes que guardaban en los bolsos o las chaquetas para volver a ponérselos al llegar a casa, fumando, convertidas en depredadoras cuando iban en grupo ya que la fuerza las hacía estallar, o entregadas al amor en el caso de que compartieran tempranamente su espacio vital con un chico; y ellos ocultando sus inseguridades o luciendo su buena planta y, por tanto, sus argumentos de dominio, mirándolas y dejándose mirar, ofreciendo lo sano de sus vidas aún sin malear, con el vaso de algún brebaje en la mano, igual que si en lugar de sostenerlo fuese él quien los sostuviera a ellos. Y en suma, todas y todos, bailando, bailando sin parar, porque para eso se suponía que estaban allí.

Bailando para divertirse y romper con todo.

– ¡Qué movida!, ¿no?

Eloy miró a Máximo. Parecía haberse olvidado también de que ellos eran igual cuatro años atrás, incluso menos, tres… o tal vez dos.

– Primerizos -comentó Santi.

– ¡Menuda guardería! -continuó Máximo.

– ¿Por dónde empezamos?

Eloy estaba al mando. Nadie se lo discutía.

– Vamos arriba, a ver si lo vemos -empleó la misma táctica que en la nave-. Si está vendiendo, lo que no va a hacer es estar en la pista, y fuera no lo hemos visto.

– De acuerdo -gritó Cinta para hacerse oír por encima de la música.

Eloy abrió el camino hacia arriba.

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(Blancas: g5)

Mariano Zapata puso el punto final y se apartó de la pantalla del ordenador echándose para atrás. Suspiró feliz, orgulloso de su obra, pero no perdió el tiempo refocilándose en ese orgullo. Miró la hora, y luego manipuló el teclado para ver el artículo desde el principio. Empezó a leerlo para sí mismo, pero en voz alta. Primero el titular, directo, contundente:

«BAILANDO CON LA MUERTE».

Después los antetítulos:

«Una joven de dieciocho años en coma por el eva», «Las drogas de diseño se disparan entre la juventud» y «Desconcierto médico ante los pocos datos de las nuevas drogas juveniles».

Finalmente, el artículo:

«Tienen entre 13 y 19 años, y son nuestros hijos, los suyos y los de su vecino. Los vemos cada día, sanos, alegres, estudiando o trabajando o luchando por salir adelante, con sus problemas y sus frustraciones, pero llenos de vida y energía, capaces de superar lo que se les ponga por delante. Es difícil imaginarles haciendo algo insólito, algo malo. Y sin embargo, muchos de ellos, al llegar el fin de semana, cambian, se transforman, se abocan al lado oscuro de la existencia. Mientras sus padres están en casa, durmiendo, o fuera, dejándoles solos porque "ya son mayores" o mucho más independientes que nosotros a su edad, ellos, chicos y chicas, son capaces de estar bailando tres días seguidos, sin parar, utilizando todos los medios a su alcance para forzar la máquina, para conseguir que el cuerpo aguante. No hay otra ley. Así es la realidad. Y con su música, mákina, bakalao, el fin de semana se convierte en un largo camino que traspasa todos los márgenes prohibidos, porque lo importante es llegar al lunes y no haber parado, haber vivido la locura total, la evasión máxima, con los ojos desorbitados, la mandíbula temblando y la risa fácil del no poder parar.

»L.S.M. es una de esas chicas. Salió el viernes de su casa para gozar de la vida, y en unas pocas horas la vida le dio la espalda. Una pastilla, un eva, lo que muchos aún llaman éxtasis, le segó la esperanza. Ella, como miles de chicos y chicas en España y en otros países, pagó tan sólo dos mil pesetas por "algo" que le permitiera ver las estrellas. Ahora, en coma, es probable que las vea, y que no le gusten. Su imagen, en el hospital, es estremecedora.

»El cóctel formado por la música discotequera actual y las drogas de diseño tiene atrapados a miles de nuestros jóvenes. El viejo porro parece haber pasado a mejor vida, con los últimos heavys, grunges o pasotas. La coca sigue siendo privativa de la gente guapa que puede pagarla. Por el contrario, las drogas de diseño se han apoderado de esa gran masa formada por los adolescentes ávidos de sensaciones. Son baratas, contundentes, efectivas. Médicamente, se dice que no crean adicción, así que, para sí mismos, no son drogadictos, sólo adictos psíquicos del fin de semana, porque no entienden lo de salir de casa sin "colocarse". Pero ahora que el éxtasis (mdma) comenzaba a ser conocido, lo que triunfa es el eva (mdea), del que no se sabe absolutamente nada. Casi el cuarenta por ciento de las sustancias requisadas en nuestra comunidad recientemente contenían mdea, mientras que sólo en el diez por ciento aparecía mdma. El éxtasis y sus derivados, antes llamados "la droga del amor", son ahora ya "la droga de la muerte", como todas, porque aun suponiendo que sea verdad que no creen adicción, su uso y más su abuso, son como un billete a Ninguna Parte.