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– ¿Tenéis aquí una pastilla de esas?

– No.

Suspiró con fuerza. Hubiera sido demasiada suerte. Con una pastilla al menos sabría qué llevaba Luciana en el cuerpo. Un análisis de sangre no bastaba. Había que analizar el producto.

Ni siquiera sabían contra lo que luchaban.

– A nosotros no nos hizo nada -manifestó Santi-. ¿Por qué sí a ella?

– Eso no se sabe, por esta razón es tan peligroso. Os venden química pura adulterada con yeso, ralladura de ladrillos, materiales de construcción como el «Agua-plast» e incluso venenos como la estricnina. A veces son más benévolos y simplemente se trata de un comprimido de paracetamol, que no es más que un analgésico. Pero de lo que se trata es de que, luego, cada cuerpo humano reacciona de una forma distinta. De hecho, no hay nada, ninguna sustancia, capaz de provocar una reacción como lo que le ha sucedido a Luciana, un coma en menos de cuatro horas; pero si alguien sufre del corazón, tiene asma, diabetes, tensión arterial alta, epilepsia o alguna enfermedad mental o cardíaca, que a veces incluso se ignora por ser jóvenes y no estar detectada, la reacción es imprevisible. Incluso beber agua en exceso, pese a que se recomienda beber un poco cada hora, puede llevar a esa reacción. En una palabra: el detonante lo pone la persona.

Dejó de hablar. Los tres le habían escuchado con atención. Pero el resultado era el mismo. Cerca de allí una chica de dieciocho años se debatía entre la vida y la muerte, al filo de ambos mundos, perdida, tal vez eternamente, en una dimensión desconocida. Quizá por ello esperaba la última pregunta.

La formuló Cinta.

– Se pondrá bien, ¿verdad, doctor?

Y no tenía ninguna respuesta para ella. Ni siquiera un mínimo de optimismo en que basarse.

10

(Blancas: h4)

Al salir del despacho del doctor Pons se quedaron unos segundos sin saber qué hacer o adónde ir. Luego, de común acuerdo aunque sin mediar palabra alguna, encaminaron sus pasos en dirección a la salita en la que habían esperado las noticias acerca del estado de Luciana.

No sabían a ciencia cierta por qué seguían allí, pero lo cierto es que no se les pasó por la cabeza marcharse. Era como si ya formaran parte del hospital, o del destino de su amiga.

Vacilaron al ver que en la sala había otras dos personas, esperando también noticias de otros enfermos. Entonces fue cuando vieron aparecer a Eloy; venía corriendo, congestionado aún por la prisa que se había dado en llegar desde su casa a aquella hora.

Máximo llenó sus pulmones de aire. Santi se quedó quieto. Cinta fue la única en reaccionar yendo, directamente, al encuentro del recién llegado para abrazarse a él.

Volvió a llorar.

– ¿Qué… ha pasado? -preguntó Eloy alarmado.

Cinta no podía hablar. Fue Santi quien lo hizo.

– Está en coma.

– ¿Qué? -Eloy se puso pálido.

– Ha sido una putada, tío -manifestó Máximo.

– Pero… ¿cuánto tiempo…?

– Está en coma -repitió Santi-. ¡Jo, tú, ya sabes!, ¿no?

La idea penetró muy despacio en su mente. Fue como si se diera cuenta de que Cinta estaba allí, entre sus brazos. La apretó con fuerza, para no sentirse solo, ni tan impotente como se sentía en ese instante.

– ¿Qué dicen los médicos? -logró romper el nudo albergado en su garganta.

– Que hay que esperar. Las cuarenta y ocho horas siguientes son decisivas -le respondió Santi.

Eloy apretó las mandíbulas.

– ¿Qué mierdas habéis tomado? -alzó la voz de pronto.

No hubo una respuesta inmediata. Fueron los ojos de Eloy los que actuaron de sacacorchos.

– Nada, tío, sólo un estimulante -pareció defenderse Máximo.

– ¿Para qué? ¡Mierda! ¿Para qué?

– Oye, si hubieras estado allí, tú también lo habrías hecho, ¿vale?

– ¿Yo? ¡Si ni siquiera fumo!

– ¿Qué tiene que ver esto con el tabaco? Lo tomamos para ver qué pasaba y estar en forma y no cansarnos y…

– ¡Y para ver qué pasaba, coño! -acabó Santi la frase de Máximo.

– Por favor… no os peleéis… por favor -suplicó Cinta.

– Yo no habría tomado nada -insistió mirándola-. Ni la habría dejado a ella. ¿Lo habéis hecho por eso, porque no estaba yo?

– Ha sido una casualidad -Santi dejó caer la cabeza abatido.

– ¡Y una mierda! -gritó Eloy.

– Estábamos con Ana y Paco, bailando, y entonces… -Cinta volvió a verse dominada por la emoción. Las lágrimas le impidieron continuar hablando. Se abrazó de nuevo con fuerza a Eloy y balbuceó un desesperado-: Lo siento… Lo siento… Lo siento…

Ya no encontró ninguna simpatía ni consuelo en él. La apartó bruscamente de su lado.

– ¡Iros a la mierda! -exclamó el muchacho-. ¡Parecéis críos de…!

No terminó la frase. Giró sobre sus talones y los dejó allí, quietos, inmóviles, tan perdidos como lo estaban ya antes de su llegada, pero ahora mucho más vulnerables por la condición de culpables ante sus ojos.

11

(Negras: h6)

Se tropezó con Norma inesperadamente, mientras se sentía como un león enjaulado en mitad del laberinto de pasillos y salas, sin saber qué más hacer para conseguir abrir una brecha en el sistema. Los dos se reconocieron en mitad de la nada, envueltos en su soledad.

– ¡Eloy!

La hermana de Luciana se le echó a los brazos. Por primera vez desde que la conocía, y pronto haría dos años, él no la rehuyó, al contrario: la abrazó y le dio un beso en la cabeza, por entre la espesa mata de su pelo. Norma temblaba.

Y él esperó, cauteloso, aunque en aquel momento sabía que se necesitaban.

Ya no tenía nada que ver el hecho de que ella, como muchas hermanas menores, estuviera enamorada de él.

– Me han dicho que está… en coma -murmuró casi un minuto después.

Norma no se separó de su abrazo.

– Tengo miedo -reconoció.

– No me han dejado verla -dijo Eloy-. Llevo la tira pidiendo…

Esta vez sí. La chica se apartó de él para mirarle a los ojos. Luego lo cogió de la mano.

– Ven -se limitó a decir.

La siguió. Era un contacto dulce y, en el fondo, una mano amiga. La primera en aquel mundo inhóspito. ¡Norma y Luciana se parecían tanto! De hecho, viendo a Norma, recordaba cómo y cuándo se había enamorado de Luciana. En aquel tiempo, sin embargo, Luciana se acababa de convertir en una mujer.

El trayecto apenas duró veinte segundos. Norma se detuvo en una puerta. Sin soltarle a él de la mano la traspuso, empleando la otra para abrirla. Los dos se encontraron dentro con los padres de las dos hermanas.

Pero Eloy apenas si reparó en ellos.

La imagen de Luciana, inmóvil, con los ojos cerrados, la boca abierta y las agujas, y los tubos entrando y saliendo de ella, le atravesó la mente.

– Hijo… -suspiró con emoción la mujer levantándose.

– Me quedé a estudiar… Lo siento, ¡lo siento! -apenas si logró articular palabra aunque sin poder dejar de mirar a la persona que más amaba en el mundo.

12

(Blancas: Caballo f3 – Negras: Caballo d7)

¿Eloy?

¡Oh!, Dios… ¿Eres tú, Eloy?

¿Estoy soñando? No, no es un sueño. Eres tú.

Reconozco tu voz, y huelo tu perfume y… sí, también puedo verte, al lado de Norma. Y ahora mamá que te da un beso mientras papá sigue abatido ahí, junto a la ventana.

Has llegado. Sabía que lo harías, pero como aquí el tiempo no existe, no sabía cuándo sería posible verte. ¡Ahora, sin embargo, me alegra tanto tenerte a mi lado!

Aunque lamento mi aspecto.

Estoy horrible, ¿verdad?

Y pensar que lo último que te dije fue…

Te quiero. No hablaba en serio, ¿sabes? ¡Qué estúpida fui! En realidad… no sé, estaba jugando, ya sabes tú. Creo que me asustaba atarme. Se dicen tantas tonterías acerca del primer amor: que si se empieza pronto luego se estropea enseguida, que es mejor vivir primero y después…