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– ¿Y además de eva, qué contenía esa pastilla?

– Ahí está todo lo que hemos detectado -señaló el análisis de sangre-, pero como siempre, es insuficiente. El cuerpo ya ha eliminado algunas sustancias. Seguimos sin saber contra qué luchamos. De las variedades analizadas por los laboratorios de toxicología últimamente, el ochenta por ciento era eva, y no había ninguna pastilla cuya composición fuese igual a otra. Siempre hay alguna porquería que las diferencia entre sí.

– Ésta también es diferente -le informó el inspector Espinós-. Según esos chicos, tenía una media luna grabada. Es la primera con esta marca, así que debe haber una nueva partida recién llegada a la ciudad, tal vez de procedencia remota.

– ¿Por qué les ponen esos sellos? ¿Lo sabes?

– Para distinguirlas, para jugar… ¡qué sé yo! He visto pastillas con tantas figuras y nombres…: el conejito de Play Boy, la lengua de los Rolling Stones, logotipos de canales de televisión, dibujos infantiles…

– De momento, esta luna ya tiene una víctima.

– Luna -rezongó el policía-. Malditos hijos de puta… Un paquete de mil pastillas pesa algo más de un cuarto de kilo, ¿cómo lo ves, eh, Juan? Alrededor de doscientos ochenta gramos. ¡Diez mil pastillas pesan menos de tres kilos! ¡Y valen veinte millones de pesetas en el mercado!

– Es el precio lo que lo hace fácil -intercaló el médico-. ¿A cómo está ahora la cocaína en la calle?

Vicente Espinós suspiró agotado.

– Doce mil el gramo.

– Creo que el speed está a unas tres mil, y el éxtasis o el eva a un poco menos, ¿me equivoco? Es lo más barato, y por tanto también lo más explosivamente peligroso. En Inglaterra se consumen a la semana entre un millón y un millón y medio de pastillas, todas entre chicos y chicas de trece a diecinueve años. ¿Cuántas se consumen en España?

No había cifras, y los dos lo sabían. Por ello la pregunta se hacía más angustiosa.

– Nos llevan una gran ventaja -dijo el policía-, los fabricantes y los traficantes por un lado, y esos chicos por otro. A veces oigo a mi hija hablar de música y me parece una extraterrestre. Rave, hardcore, trance, house, techno, hip-hop… ¡Hasta hace poco aún creía que el bacalao se comía, y ahora resulta que lo escriben con K y se baila! -no se rió de su mal chiste-. ¿Qué más quieren si ya salen de noche, practican el sexo y hacen lo que les da la gana? ¿Por qué además han de destruirse? ¿Es eso libertad?

– ¿Recuerdas cuando fumábamos hierba en los sesenta?

– ¡Venga, no compares, tú!

– Lo único que sé es que a veces se necesita una muerte para sacudir a la sociedad -desgranó Juan Pons con deliberada cautela-. En 1992 las drogas de diseño apenas si alcanzaban un tres por ciento del consumo total en nuestra Comunidad. En 1993 saltamos al diecinueve por ciento, en 1994 llegamos al treinta y cuatro por ciento y en 1995… Desde entonces, y sobre todo en estos últimos tiempos, ha seguido aumentando su consumo. Aun así, estamos lejos de los cincuenta y dos adolescentes muertos en Inglaterra en la primera mitad de los noventa. Cincuenta y dos, que se dice pronto. Y eso quitando comas, lesiones permanentes y efectos secundarios. Y espera, que dentro de diez años tendremos una generación de depresivos, porque eso es lo menos que les va a pasar a estos chicos. Las lesiones cerebrales y físicas serán de consideración.

– Este caso levantará ampollas -dijo Vicente Espinós.

– Por eso te decía que a veces se necesita algo como lo de esta chica para sacudir a la opinión pública.

– Ya, pero a la única opinión pública que va a sacudir es a la policía.

– ¿Qué harás, una redada general de camellos con sello de urgencia?

– No seas cruel, Juan -protestó el inspector-. Pero desde luego va a haber una buena movida.

– ¿Te han dado algún dato de interés esos chicos?

El policía se puso en pie.

– Una nariz aguileña.

– ¿Y?

– Es suficiente -dijo Vicente Espinós-. Al menos por ahora.

Y le tendió la mano a su amigo, dispuesto a irse, dando por terminada su breve charla.

16

(Negras: Alfil x d3)

Marcó el número de teléfono de memoria y apenas lo hubo hecho, miró a derecha e izquierda, para asegurarse una vez más de que todo estaba tranquilo y la calle envuelta en la normalidad prematura de un sábado por la mañana. No tuvo que esperar mucho.

– ¿Sí? -le contestó una voz femenina por el auricular.

– ¿El señor Castro?

– Duerme -fue un comentario escueto-. ¿Quién le llama?

– Poli -dijo él-. Poli García.

– ¿Qué quieres?

– Ha habido una movida. He de hablar con él.

– ¿Qué clase de movida?

– Oye, despiértalo, ¿vale? Puede ser importante y tiene que saberlo.

– ¿Qué clase de movida? -repitió la voz femenina.

– Una chica en el hospital -bufó el camello-. Estoy en una cabina, y no tengo muchas monedas.

– Cómprate un móvil. ¿Qué tiene que ver esa chica con Alex?

– Le vendí una luna. De las primeras.

Ahora sí. Ella pareció captar la intención.

– Espera -suspiró.

No tuvo que hacerlo mucho tiempo, pero por si acaso introdujo otra moneda de veinte duros por la ranura del teléfono.

– ¿Poli? -escuchó la voz de Alejandro Castro-. ¿Qué clase de mierda es ésa?

– Ya ves. Estuve en el Pandora's, vendí como cincuenta, y nada más irme una chica se puso a parir.

– ¿Golpe de calor?

– Eso parece.

– ¿Cómo lo sabes?

– Me lo han soplado. Yo también tengo amigos, ¿sabes?

– ¿Está bien?

– ¡Y yo qué sé! Debe estar en algún hospital.

– ¡Eh, eh, tranquilo!

– ¿Tranquilo? Esa clase de marrones no me gustan. Si muere, habrá problemas; y aunque no la palme puede que los haya igualmente. ¡Coño, me dijiste que era material de primera!

– ¡Y lo es!, ¿qué te crees?

– ¡Nunca me había pasado nada así!

– Oye, Poli, entérate: yo no las fabrico, las importo. Y trabajo con gente que lo hace bien.

– Todo lo que tú quieras, pero yo tengo doscientas pastillas encima y ya veremos qué pasa esta noche.

– ¡Yo tengo quince kilos, y hay que venderlas, no me vengas con chorradas!

– Mira, Castro, si esa cría muere, la poli va a remover cielo y tierra, y como den conmigo…

– ¿Como den contigo, qué? -le atajó el aludido al otro lado del teléfono.

Poli percibió claramente su tono.

Llenó sus pulmones de aire.

– Nada -acabó diciendo-. Supongo que estoy un poco nervioso.

– Pues tómate una tila y cálmate, ¿vale?

No había mucho más que decir.

– ¡Vale!

El otro ni siquiera se despidió.

17

(Blancas: Reina x d3)

Loreto apareció en la puerta de la cocina con el sueño todavía pegado a sus párpados. Su madre la contempló buscando, como cada mañana en los últimos días, la naturalidad en sus gestos y la indiferencia en su mirada. Pero también como cada mañana, le fue difícil hacerlo. Pese al camisón, que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas, la delgadez, de su hija era tan manifiesta que seguía horrorizándola. Los brazos y las piernas eran simples huesos con apenas unos gramos de carne todavía luchando con firmeza por la supervivencia. El pecho no existía. Pero lo peor seguía siendo el rostro, enteco, lleno de ángulos debido a que en él no había ya más que piel.