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Doris Lessing

Canta La Hierba

Título de la edición originaclass="underline" «THE GRASS IS SINGING»

Traducción Pilar Giralt

A la señora Gladys Maasdorp, de Rhodesia del Sur, por quien siento el mayor afecto y admiración

En este podrido agujero entre montañas

A la luz de la luna, canta la hierba

Sobre las pisadas tumbas, en torno a la capilla.

Hay la capilla vacía, hogar sólo del viento.

No tiene ventanas y la puerta oscila,

Los huesos secos no hacen daño a nadie.

Sólo un gallo se yergue en el tejado,

Kiki-ri-kí, kiki-ri-kí,

Al resplandor de un rayo. Y una ráfaga húmeda,

Henchida de lluvia.

El Ganga estaba sumergido y las hojas lacias Esperaban la lluvia, mientras los nubarrones Se reunían a lo lejos, sobre el Himavant. La jungla acechaba, encorvada y silenciosa.

Entonces habló el trueno.

De Tierra baldía, de T.S. Eliot, con agradecimiento al autor y a los señores Faber amp; Faber.

«Los fracasos y los inadaptados son la mejor medida para juzgar las debilidades de una civilización.»

Autor anónimo

Capítulo primero

Misterioso crimen

Crónica de nuestro enviado especial. Mary Tur-ner, esposa de Richard Turner, un granjero de Ngesij fue hallada muerta, víctima de asesinato, en la veranda de su casa ayer por la mañana. El criado, que ha sido arrestado, confesó ser el autor del crimen. No se ha descubierto ningún móvil. Se cree que buscaba objetos de valor.

El periódico no decía mucho. Gentes de todo el país debieron leer la noticia y su titular sensacionalista sintiendo un arrebato de cólera y algo parecido a la satisfacción, como si vieran confirmado un convencimiento, como si se tratara de algo que ya era de esperar. Esto es lo que sienten los blancos cuando los nativos roban, asesinan o violan.

Y luego debieron volver la página.

Pero los habitantes del «distrito», los que conocían a los Turner, ya fuera de vista o por haber chismorreado acerca de ellos durante largos años, no volvieron la página con tanta rapidez. Muchos debieron recortar el párrafo para guardarlo entre cartas viejas o entre las páginas de un libro, conservándolo quizá como un presagio o una advertencia y mirando el trozo de papel amarillento con semblantes inexpresivos y enigmáticos. Porque no discutieron el asesinato; aquello fue lo más extraordinario del caso. Dio la impresión de que un sexto sentido les había dicho todo cuanto había que saber, aunque las tres personas que estaban en posición de explicar los hechos no abrieron la boca. El asesinato no se comentó, sencillamente. «Mal asunto», observaría alguno, mientras los rostros de quienes le rodeaban asumían aquella expresión reservada y cauta. «Muy malo», se limitaría a responder alguien y allí acababa todo. Era como si existiera el tácito acuerdo de no dar al caso Turner una publicidad indebida haciendo comentarios acerca de él. Sin embargo, el distrito era una zona agrícola y las aisladas familias de blancos se veían muy de tarde en tarde y estaban hambrientas de establecer contacto con los de su misma clase, de charlar, discutir e intercambiar chismes, de hablar todos a la vez para aprovechar al máximo una hora de compañía antes de volver a sus granjas, donde sólo veían sus propias caras y las de sus criados negros durante interminables semanas. Normalmente aquel asesinato habría sido tema de discusión durante meses enteros; todos habrían estado agradecidos de tener algo que comentar.

Un forastero habría pensado tal vez que el emprendedor Charlie Slatter había recorrido todas las granjas del distrito conminando al silencio a sus ocupantes; pero aquello era algo que nunca se le habría ocurrido. Los pasos que dio (y no cometió ningún error) obedecieron al instinto y no a un plan deliberado. Lo más interesante de todo el asunto fue aquella conspiración de silencio. Todos se comportaron como una bandada de pájaros que se comunican -o al menos tal es la impresión que dan- por medio de una especie de telepatía.

Mucho antes de que el asesinato les distinguiera, la gente hablaba de los Turner con la voz dura e indiferente reservada para los inadaptados, los proscritos y los exiliados por voluntad propia. Los Turner no gozaban de ninguna simpatía, aunque pocos de sus vecinos les conocían y ni siquiera les habían visto de lejos. ¿Por qué resultaban antipáticos? Porque «se mantenían apartados», esto era todo. Nunca se les veía en los bailes, fiestas o concursos hípicos del distrito. La impresión general era de que tenían algo de que avergonzarse; no estaba bien encerrarse de aquel modo, era una bofetada para todos los demás. ¿Qué razón tenían para ser tan estirados? ¡Ninguna, desde luego! ¡Sólo había que ver cómo vivían! Su casa minúscula podía pasar como vivienda temporal, pero no como un hogar permanente. Incluso algunos nativos (aunque no muchos, gracias al cielo) poseían casas similares; y debía causarles una mala impresión ver a personas blancas viviendo en aquellas condiciones.

Entonces alguien usó la frase «blancos pobres», que causó una gran desazón. No existían marcadas diferencias económicas en aquellos días (aún no había llegado la era de los magnates del tabaco), pero sí una clara división racial. La pequeña comunidad de sudafricanos blancos vivía su propia vida y los británicos hacían caso omiso de ellos. Los «blancos pobres» eran sudafricanos, nunca británicos. Pero la persona que llamó a los Turner blancos pobres persistió tercamente en su actitud. ¿Cuál era la diferencia? ¿Qué era un blanco pobre? Se trataba de un estilo de vida, de una cuestión de categorías. Lo único que faltaba a los Turner para ser blancos pobres era una caterva de hijos.

Aunque los argumentos eran irrefutables, nadie quería pensar en ellos como blancos pobres. Hacerlo habría equivalido a rebajar al propio bando. Después de todo, los Turner eran británicos.

Así pues, el distrito trataba a los Turner de acuerdo con aquel esprit de corps que es la primera regla de la sociedad sudafricana pero que los propios Turner despreciaban. Al parecer, no reconocían la necesidad de un esprit de corps y tal era en realidad la causa de que la gente les odiara.

Cuanto más se piensa en aquel caso, más extraordinario resulta. No el asesinato en sí, sino el modo general de enfocarlo, la compasión hacia Dick Turner y la sutil pero fiera indignación contra Mary, como si fuera algo desagradable e impuro que mereciera ser asesinado. Pero nadie formuló ninguna pregunta.

Por ejemplo, muchos debieron preguntarse quién era aquel «enviado especial». Alguien del distrito encargado de cubrir la noticia, porque el párrafo no estaba redactado en lenguaje periodístico. Pero, ¿quién? Marston, el ayudante, era una bofetada para todos los demás. ¿Qué razón tenían para ser tan estirados? ¡Ninguna, desde luego! ¡Sólo había que ver cómo vivían! Su casa minúscula podía pasar como vivienda temporal, pero no como un hogar permanente. Incluso algunos nativos (aunque no muchos, gracias al cielo) poseían casas similares; y debía causarles una mala impresión ver a personas blancas viviendo en aquellas condiciones.

Entonces alguien usó la frase «blancos pobres», que causó una gran desazón. No existían marcadas diferencias económicas en aquellos días (aún no había llegado la era de los magnates del tabaco), pero sí una clara división racial. La pequeña comunidad de sudafricanos blancos vivía su propia vida y los británicos hacían caso omiso de ellos. Los «blancos pobres» eran sudafricanos, nunca británicos. Pero la persona que llamó a los Turner blancos pobres persistió tercamente en su actitud. ¿Cuál era la diferencia? ¿Qué era un blanco pobre? Se trataba de un estilo de vida, de una cuestión de categorías. Lo único que faltaba á los Turner para ser blancos pobres era una caterva de hijos.