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Hasta entonces, las protestas se habían limitado a la participación de representantes de distintos organismos en la investigación que llevaban a cabo de forma conjunta los departamentos de transporte y medio ambiente. Amigos de la Tierra, la Comisión pro Fauna de Sussex y la Sociedad Real para la Protección de las Aves eran las organizaciones más lógicas. Menos evidente era la presencia del Consejo Británico de Arqueología, Greenpeace, el Fondo Mundial de la Naturaleza, el comité KCCCV y un organismo que se autodenominaba Especies.

Sin embargo, tras el comentario de Simpson-Smith, las protestas empezaron a surgir no de forma aislada, sino en batallones, según lo expresaba Wexford. Los grupos ecologistas, cuyo número de miembros alcanzaba los dos millones, enviaron representantes para que analizaran el lugar en que se construiría la carretera.

Marigold Lambourne, de la Sociedad Real de Entomología, acudió en nombre de la polilla atigrada escarlata y la Araschnia levana.

– La Araschnia se encuentra de forma muy aislada en el noreste de Francia, mientras que en las Islas Británicas vive exclusivamente en la zona de Framhurst. Es probable que tan sólo existan doscientos ejemplares, y si se construye esta carretera, pronto no quedará ninguno. No se trata de una mosca o una bacteria minúscula e invisible para el ojo humano, sino de una mariposa exquisita de una envergadura de cinco centímetros.

– Esta carretera de circunvalación es un proyecto nacido en los años setenta y aprobado en los ochenta. Pero desde entonces ha tenido lugar una revolución del pensamiento global. Se trata de un plan del todo inapropiado para el fin de este siglo -afirmó Peter Tregear, del Comité Pro Fauna de Sussex.

Una mujer anuncio, en cuyos carteles se leía No, no, no a la violación de Savesbury, apareció en la cima de la colina cuando llegaron los leñadores para talar los árboles. Corría el mes de junio, hacía calor y brillaba el sol. De repente, la mujer se quitó el encartelado y dejó al descubierto su cuerpo desnudo. Los leñadores, que habrían jaleado y silbado si la mujer hubiera sido joven o se la hubieran enviado a uno de ellos como regalo de cumpleaños, se concentraron aún más en sus sierras mecánicas. El capataz llamó a la policía por el móvil. La fotografía de la mujer, que se llamaba Debbie Harper y cuyo cuerpo grueso aunque proporcionado la policía ya había cubierto con una de sus cazadoras, apareció en todos los periódicos de ámbito nacional y en primera plana del Sun.

Fue entonces cuando llegaron los de los árboles.

Tal vez la fotografía de Debbie Harper los había advertido de lo que estaba sucediendo. Muchos de ellos no pertenecían a ningún grupo conocido. Eran viajeros new age, al menos algunos de ellos, y si habían llegado en coches o caravanas, lo cierto es que no se veía ningún vehículo suyo estacionado en las inmediaciones. Debbie Harper había entorpecido la tala de árboles, y hasta entonces sólo habían caído cuatro abedules plateados. Los de los árboles clavaron pernos de acero en los troncos, a una altura calculada para combar la hoja de las sierras al inicio de la tala. Acto seguido, empezaron a construirse refugios en las copas de hayas y robles, cabañas de tablones y alquitranado a las que se accedía por escalas que podían retirarse una vez se había instalado su ocupante.

Corría el mes de junio, y el primer campamento nació en Savesbury Deeps.

Debbie Harper, que vivía con su compañero y sus tres hijos adolescentes en la carretera de Wincanton, concedió entrevistas a todos los periódicos que se lo pidieron. Era miembro de KCCCV, Especies, Greenpeace y Amigos de la Tierra, pero a sus entrevistadores no les interesaba demasiado eso. Lo que les gustaba era que Debbie era una Pagana con P mayúscula, que organizaba fiestas celtas, veneraba a divinidades que recibían nombres como Ceridwen y Nudd, y posaba para Today ataviada tan sólo con hojas de árboles, pero no de higuera, sino de ruibarbo, que resultaban más apropiadas para el estío inglés.

– No nos gusta que claven pernos en los árboles -comentó Dora cierto día al regresar de una reunión de KCCCV-. Por lo visto, las sierras mecánicas pueden romperse y ocasionar heridas en los brazos a los leñadores. ¿No te parece una idea espeluznante?

– Esto no es más que el principio -repuso su marido.

– ¿A qué te refieres, Reg?

– ¿Recuerdas lo de Newbury? Tuvieron que contratar a seiscientos guardias de seguridad para proteger a los constructores. Y alguien cortó los cables de los frenos de un autocar que llevaba guardias al lugar.

– ¿Has hablado con alguien que realmente quiera esta carretera?

– La verdad es que no.

– ¿Tú la quieres?

– No, de eso estoy seguro, pero no estoy dispuesto a prescindir del coche. No me gusta encontrarme en atascos y sentir que me sube la tensión arterial. Como la mayoría de la gente, lo quiero todo -confesó con un suspiro-. Me atrevería a afirmar que Mike la quiere.

– Bah, Mike -espetó su mujer con voz no exenta de afecto.

Wexford había roto su promesa de no volver al Gran Bosque de Framhurst. La primera vez fue para observar a unos expertos mientras construían nuevas tejoneras, con rampas y trampillas como portezuelas de gato, en el corazón del bosque. Ya se estaban construyendo cabañas en los árboles del segundo campamento, lo que quizás bastaba para impulsar a los tejones a migrar hasta sus nuevos hogares. La segunda vez fue después de que los leñadores se negaran a jugarse la vida utilizando sierras eléctricas para cortar troncos infestados de clavos o alambre. Se veían algunos árboles talados esparcidos por el bosque. La Oficina de la Red Viaria estaba intentando conseguir órdenes de desahucio contra los moradores de los árboles, pero entretanto cobró forma un tercer campamento en Elder Ditches, y luego otro en los márgenes del Gran Bosque.

Wexford ascendió a Savesbury Hill… de nuevo por última vez, se dijo, y llegó a un lugar desde el que se divisaban los cuatro campamentos. Uno de ellos se hallaba al pie de la colina, otro a setecientos cincuenta metros de Framhurst Copses, el tercero al borde de la marisma amenazada y el cuarto y más lejano, a setecientos cincuenta metros del punto más septentrional de Stowerton. El campo ofrecía más o menos el mismo aspecto de siempre, salvo que un prado de las inmediaciones de Pomfret Monachorum estaba repleto de excavadoras y apisonadoras. Aquellos trastos casi siempre eran de color amarillo, reflexionó Wexford, un amarillo opaco, deslustrado, del color de un flan guardado en la nevera demasiado tiempo. Probablemente, el amarillo quedaba mejor con el verde que el rojo o el azul.

Descendió por la falda opuesta de la colina y deseó no haberlo hecho, pues de repente se vio hundido hasta los muslos en ortigas. Las hojas velludas y puntiagudas no le atravesaron la ropa, pero se vio obligado a mantener los brazos y manos en alto. Las ortigas se extendían en una zona equivalente a un prado pequeño, y Wexford estaba pensando que si la carretera debía pasar por algún sitio, no sería mala idea que pasara por allí, cuando de repente vio la mariposa.

Supo de inmediato que se trataba de la Araschnia levana. De entre las miles de palabras escritas en los últimos tiempos sobre Savesbury y Framhurst, recordaba haber leído que la Araschnia se alimentaba de las ortigas de Savesbury Deeps. Avanzó hasta quedar situado a un metro de ella. La mariposa era de color naranja con estampado color chocolate y trazos blancos, mientras que la cara inferior de las alas tenía una orla azul cielo que recordaba la trayectoria de un río. Al verla se comprendía por qué recibía el nombre de mariposa mapa.

Estaba sola. Sólo existían doscientos ejemplares, tal vez menos ahora. Cuando era niño, la gente cazaba mariposas para guardarlas en frascos hasta que morían y luego ensartarlas con alfileres sobre cartones. Ahora se le antojaba espeluznante semejante idea. Pocos años antes, se tildaba a las personas que se oponían a la construcción de carreteras de gamberros, lunáticos, estrafalarios o hippies que se dedicaban a actividades anarquistas, comunistas, criminales. Eso también había cambiado. Las personalidades convencionales del establishment se oponían con tanta firmeza como el hombre al que veía en aquel momento asomado por entre las lonas de una cabaña construida en la copa de un árbol. Alguien le había contado que sir Fleance y lady McTear habían participado en una manifestación organizada por los magnates de los supermercados Wael y Anouk Khoori.