– Por supuesto -asintió Nicky.
– Bueno -comenzó Dora tras respirar profundamente-. En el camino de ida les daba bastante igual…, me refiero a la distancia; no sabían si me soltarían. Quizás creían que me matarían, no sé. Pero en el trayecto de vuelta a Kingsmarkham, sabían que lo primero que haría sería hablar con Reg y luego con todos los demás, y que lo tendría todo muy fresco en la memoria. Por eso tenían que engañarme y alargar el viaje lo más posible.
– Parece verosímil -comentó Wexford-. Pero ¿y si también te engañaron en el viaje de ida? Dices que podrían haberte llevado a cualquier sitio en un radio de unos cien kilómetros, pero ¿y si hubieran sido muchos menos?
– Es posible.
– ¿Y si hubieran sido cuarenta kilómetros? ¿O treinta? ¿O menos?
Dora se cubrió la boca con la mano. Aquella posibilidad la asustaba.
– ¿Quieres decir que tal vez iban describiendo círculos? ¿Por ejemplo de aquí a la antigua carretera de circunvalación, de allí a la rotonda, media vuelta, luego a Myringham y después otra vez a la carretera?
– Por ejemplo -asintió Wexford con una sonrisa.
– No se me había ocurrido, pero podría ser, desde luego que sí. No me habría dado cuenta porque no veía nada. Doblamos esquinas y creo que también rodeamos rotondas. Ahora que lo dices, creo que dimos toda la vuelta en una de ellas. Cuando hablé de esto la primera vez no me pareció importante, pero ahora… Sí, creo que dimos toda la vuelta.
Burden regresó del juzgado al cabo de menos de una hora con una expresión satisfecha pintada en el rostro. La vista había sido muy breve, y Stanley había pasado a disposición judicial. Encontró a Wexford en el antiguo gimnasio, hablando con Nicky Weaver.
– ¿Qué hacemos? ¿La traemos aquí? Brixton está en la jurisdicción de la policía metropolitana, pero no creo que tengan nada que objetar. Me gustaría saber si alguna vez ha vivido por aquí, si tiene alguna conexión con esta zona.
– ¿De quién habláis? -inquirió Burden.
– De esa mujer, Frenchie Collins. Me pregunto si conocerá a alguno de los activistas, al Rey del Bosque, por ejemplo.
– ¿Por qué lo preguntas?
– Porque hasta ahora hemos creído que los rehenes estaban en un radio de unos cien kilómetros, pero es demasiado. No están en Londres, Kent ni en la costa sur. Están aquí, muy cerca de aquí, en un radio de ocho kilómetros, probablemente.
– Eso no son más que suposiciones.
– ¿Tú crees, Mike? La leche de soja no demuestra nada, pero constituye una pista. Puede que no proceda de la tetería de Framhurst, pero lo más probable es que sí. Ryan Barker efectuó la segunda llamada desde el Brigadier, y aunque eso tampoco demuestra nada en sí mismo, constituye otra pista importante.
Wexford se sentó.
– ¿Quién podría estar interesado en que detuvieran las obras de la carretera de circunvalación? Ecologistas, sí, activistas profesionales, quizás. Cualquier agrupación verde opuesta a la destrucción de Inglaterra, eso está claro. Pero sobre todo una persona o personas a las que la construcción de la carretera afectara directamente.
– ¿Te refieres a personas cuyo sustento correría peligro por causa de la carretera? -preguntó Nicky.
– Eso por supuesto, pero me refiero a algo más sencillo aún, a personas que se quedarían sin vistas al campo por culpa de la carretera. Personas que verían la carretera cuando miraran por la ventana y la oirían cuando salieran al jardín. ¿No creéis que estañan mucho más motivados emocionalmente que un grupo de activistas profesionales, a los que no importa dónde ocurre lo que ocurre, a los que da igual si protestan contra una central energética en Cumbria o una exhibición de vuelo en Dorset? Imaginad a un grupo de personas, en su mayoría aficionados, que se unen movidos por…, bueno, por la desesperación y deciden que las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Todos o algunos de ellos son propietarios de casas cuyas vistas, cuya paz y tranquilidad domésticas desaparecerán por culpa de la nueva carretera. Puede que uno de ellos conozca a alguien con conocimiento de causa, alguien acostumbrado a esta clase de cosas, alguien que no es un aficionado… Y entonces empiezan a organizarse.
– ¿Cómo conoce a ese alguien?
– Bueno, a través de KCCCV o yendo a ese teatro, el Weir, adonde, por cierto, nuestras esposas irán juntas mañana por la noche, o quizás en una manifestación. Incluso podría haber sido en aquel desfile de julio pasado. Uno de los miembros del grupo posee una casa apropiada, probablemente un hermoso caserón de campo. Al fin y al cabo, de eso se trata, ¿no? Una vez construida la carretera, ya no será hermoso, o al menos no lo serán los alrededores. En uno de los anexos hay una vaquería en desuso, no exactamente en un sótano, sino en un semisótano, el mejor lugar para instalar una vaquería. Hacen instalar un cuarto de baño y cubren la ventana. Pongamos que son seis…, de sobra para vigilar a los rehenes. No hay mucho más que organizar, ¿no os parece? Sólo hay que poner manos a la obra.
No es fácil encontrar constructores. Las empresas normales, sólidas y ortodoxas son harina de otro costal, porque hacen publicidad y figuran en la guía telefónica. En cuanto a los demás, los que trabajaban en negro y los pluriempleados, los vaqueros que aparecen y desaparecen como por arte de magia, encuentran trabajo gracias a recomendaciones o porque ofrecen sus servicios de puerta en puerta.
Uno de ellos había instalado un cuarto de baño en un sótano para cubrir las necesidades de un grupo de rehenes. Era más probable que se tratara de uno de los vaqueros que de una empresa con oficina en High Street. En un momento dado, alguien los había llamado para pedirles un presupuesto. O quizás se habían limitado a encargar la obra directamente, indicándoles que la acabaran lo antes posible sin reparar en gastos.
En cierto modo, se dijo Wexford, era curioso que hubieran hecho instalar un baño; revelaba muchas cosas acerca- del carácter de los secuestradores.
– Son terroristas, Mike -comentó a Burden-. Por muy poca gracia que nos haga este término, lo son. En mi diccionario, el terrorismo se define como un sistema organizado de violencia e intimidación con fines políticos. Pero observa a estos ejemplares en particular. En el resto del mundo, a los terroristas se les daría un ardite la higiene de los rehenes; les bastaría con poner un cubo en un rincón. Pero esta gente se tomó la molestia de hacer instalar un cuarto de baño con lavabo, agua corriente y retrete con cadena. Eso no los convierte en seres civilizados precisamente, pero sí en criaturas de clase media, ¿no te parece?
A Burden le interesaba bien poco el asunto. No le gustaba escuchar las disquisiciones de Wexford sobre las extravagancias sociales y los síntomas psicológicos. No servían más que para distraer del objetivo. Ya había enviado a Fancourt, Hennessy y Lowry en busca de todos los constructores de Kingsmarkham, Stowerton y Pomfret. Los que figuraban en la guía eran fáciles de localizar, pero los que se dedicaban a la construcción después de su horario laboral normal eran los más escurridizos. Con frecuencia, los chicos que acaban la escuela y han pintado más de una vez la casa de sus padres piensan en dedicarse a la construcción, había dicho en cierta ocasión Wexford, al igual que las personas que saben mecanografía creen que pueden escribir libros.
– Te diré lo que pienso, que lo instalaron ellos mismos, los de Planeta Sagrado. Puede que uno de ellos sea fontanero aficionado, un asiduo de la tienda de bricolaje de la antigua carretera. El mundo está lleno de gente así.
– Pues entonces deberíamos enviar a alguien allí -exclamó Wexford con entusiasmo-, para ver si tienen o tenían un cliente asiduo que les comprara un retrete, un lavabo y las tuberías correspondientes en… junio, por ejemplo.