Después de un año en la prisión de Wayland, categoría C, en Norfolk, Doug fue trasladado a North Sea Camp. Una vez más, le nombraron bibliotecario, y así fue como le conocí.
Me sorprendía que Sally y sus dos hijas, ya adultas, visitaran a Doug cada fin de semana. Él me dijo que nunca hablaban de negocios, aunque había jurado sobre la tumba de su madre que nunca más reincidiría.
– Ni lo pienses -le había advertido Sally-.Ya he enviado tu camión al desguace.
– No puedo culpar a la parienta, después de los apuros que le he hecho pasar -explicó Doug la siguiente vez que fui a la biblioteca-. Pero, si no me dejan sentarme a un volante cuando me suelten, ¿qué voy a hacer el resto de mi vida?
Me pusieron en libertad dos años antes que a Doug, y si no hubiera pronunciado una conferencia en un festival literario en Lincoln unos años después, tal vez no habría descubierto jamás qué había sido del bibliotecario.
Mientras miraba al público durante el turno de preguntas, me pareció reconocer tres rostros que me escrutaban desde la tercera fila. Me devané la parte de los sesos que almacena nombres, pero no reaccionó, hasta que me hicieron una pregunta sobre las dificultades de escribir cuando se está en la cárcel. Entonces recordé. Había visto a Sally por última vez tres años antes, cuando visitó a Doug en compañía de sus dos hijas, Kelly y… y Sam.
Después de la última pregunta, interrumpimos la sesión para tomar café y las tres se acercaron a mí.
– Hola, Sally. ¿Cómo está Doug? -pregunté incluso antes de que se presentaran. Un viejo truco político, que las impresionó como yo esperaba.
– Jubilado -contestó Sally sin más explicaciones.
– Pero si era más joven que yo -protesté-, y nunca dejaba de contar a todo el mundo lo que haría cuando quedara en libertad.
– Sin duda -repuso Sally-, pero puedo asegurarle que está jubilado. Mis dos hijas y yo dirigimos ahora Haslett Haulage, con veintidós empleados, sin contar los conductores.
– Es evidente que las cosas les van bien -dije, picado por la curiosidad.
– Está claro que no lee las páginas de economía -bromeó la mujer.
– Soy como los japoneses -afirmé-. Siempre leo los periódicos desde la última página a la primera. ¿Qué he pasado por alto?
– El año pasado salimos a bolsa -intervino Kelly-. Mamá es la presidenta, yo estoy a cargo de las cuentas nuevas y Sam es responsable de los conductores.
– Si no recuerdo mal, tenían nueve camiones.
– Ahora tenemos cuarenta y uno -dijo Sally-, y la facturación del año pasado llegó casi a los cinco millones.
– ¿Doug no desempeña ningún papel?
– Doug juega al golf-contestó Sally-, para lo cual no necesita viajar vía Dover o -añadió con un suspiro, al tiempo que su marido aparecía en la puerta- regresar vía Newhaven.
Doug se quedó inmóvil, mientras buscaba con la vista a su familia. Agité la mano para llamar su atención. Doug saludó con un gesto y vino hacia nosotros.
– Todavía le dejamos que nos lleve a casa en coche de vez en cuando -susurró Sam con una sonrisa, justo cuando Doug se materializaba a mi lado.
Estreché la mano de mi anterior compañero de infortunio y, cuando Sally y las chicas terminaron el café, las acompañé hasta su coche, lo cual me concedió la oportunidad de intercambiar unas palabras con Doug.
– Me alegra saber que Haslett Haulage va tan bien -dije.
– Todo gracias a la experiencia -afirmó Doug-. No olvides que yo les enseñé todo lo que saben.
– Kelly me ha dicho que, desde la última vez que nos vimos, la empresa ha salido a bolsa.
– Todo forma parte de mi plan a largo plazo -dijo Doug, mientras su mujer subía al asiento trasero. Se volvió y me dirigió una mirada de complicidad-. Hay un montón de gente husmeando en este momento, Jeff, de modo que no te sorprendas si hay una OPA dentro de poco. -Cuando se paró ante la puerta del conductor, añadió-: Tienes la oportunidad de ganarte unos chelines, mientras las acciones sigan al precio actual. ¿Sabes lo que quiero decir?
La caridad bien entendida empieza por uno mismo
Henry Preston, Harry para sus amigos (que no eran muy numerosos), no era el tipo de persona con la que toparían en el pub de la esquina, coincidirían en un partido de fútbol o invitarían a una barbacoa. Para ser sinceros, si hubiera un club de introvertidos, Henry sería elegido presidente… a regañadientes.
En el colegio solo destacaba en matemáticas, y su madre, la única persona que le adoraba, estaba decidida a que Henry tuviera una profesión. Su padre había sido cartero. Con un nivel A en matemáticas, el campo era bastante limitado: banca o contabilidad. Su madre eligió contabilidad.
Henry entró de aprendiz en Pearson, Clutterbuck & Reynolds y, cuando empezó, soñaba con el papel de carta con membrete que anunciaría «Pearson, Clutterbuck, Reynolds & Preston». Pero a medida que transcurrían los años, y hombres cada vez más jóvenes veían su nombre impreso en el lado izquierdo del papel de carta de la empresa, el sueño se fue desvaneciendo.
Algunos hombres, conscientes de sus limitaciones, encuentran solaz de otra forma: sexo, drogas o una vida social activa. Es muy difícil llevar una vida social activa solo. ¿Drogas? Henry ni siquiera fumaba, si bien se permitía algún gin-tonic de vez en cuando, pero solo los sábados. En cuanto al sexo, estaba seguro de que no era gay, pero su tasa de éxito con el sexo opuesto, «hits», como decían algunos de sus colegas más jóvenes, rondaba el cero. Henry ni siquiera tenía aficiones.
Llega un momento en la vida de todo hombre en que se da cuenta de que «Voy a vivir eternamente» es una falacia. A Henry le sucedió bastante pronto, mientras la madurez avanzaba a toda prisa, y de repente empezó a pensar en la jubilación anticipada. Cuando el señor Pearson, el socio mayoritario, se jubiló, celebraron en su honor una gran fiesta, en una sala privada de un hotel de cinco estrellas. El señor Pearson, después de una larga y distinguida vida profesional, dijo a sus colegas que se retiraba a una casa en los Costwolds para cuidar de sus rosas e intentar mejorar su técnica con el golf. Siguieron muchas risas y aplausos. Lo único que recordaba Henry de aquella ocasión fue cuando Atkins, el último fichaje de la firma, le dijo al marcharse:
– Supongo que no pasará mucho tiempo antes de que montemos lo mismo para ti.
Henry meditó sobre las palabras de Atkins mientras caminaba hacia la parada del autobús. Tenía cincuenta y cuatro años, de modo que al cabo de seis, a menos que se convirtiera en socio, en cuyo caso continuaría hasta los sesenta y cinco, le obsequiarían con una fiesta de despedida. La verdad era que Henry hacía tiempo que había renunciado a la idea de convertirse en socio, y ya había asumido que su fiesta de despedida no se celebraría en la sala privada de un hotel de cinco estrellas. No se retiraría a una casita de los Costwolds para cuidar de sus rosas, y ya tenía bastantes cosas que mejorar para preocuparse del golf.
Henry era muy consciente de que sus colegas le consideraban una persona digna de confianza, competente y concienzuda, lo cual no hacía más que confirmar su sensación de fracaso. La mayor alabanza que había recibido era: «Siempre se puede confiar en Henry. En sus manos todo está seguro».
Pero todo eso cambió el día que conoció a Angela.
La empresa de Angela Forster, Events Unlimited, no era lo bastante grande para asignarla a uno de los socios, ni tan pequeña como para que la administrara un ayudante; por eso su expediente aterrizó en el escritorio de Henry. Estudió los detalles con atención.
La señora Forster era la única propietaria de un pequeño negocio especializado en organizar toda clase de celebraciones, desde la cena anual de la Asociación Conservadora local hasta un baile de cazadores regional. Angela era una organizadora nata y, después de que su marido la abandonara por una mujer más joven -cuando un hombre abandona a su esposa por una mujer más joven, es un relato corto; cuando una mujer abandona a su marido por un hombre más joven, es una novela (estoy haciendo una confesión)-, tomó la decisión de no quedarse sentada en casa y hundirse en la autocompasión, sino que, siguiendo el consejo de nuestro Señor en la parábola de los talentos, optó por utilizar su único don con el fin de ocupar todo su tiempo y ganar un poco de dinero de paso. El problema fue que Angela tuvo un poco más de éxito del que había previsto y por eso acabó citándose con Henry.