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– Entonces, ¿crees que deberíamos seguir adelante?

– Con ciertas mejoras en sus condiciones -respondió Chris.

– ¿Por ejemplo?

– Bien, para empezar, no me cabe duda de que el señor Tremaine aceptará bajar hasta el ocho por ciento, ahora que los bancos de High Street han empezado también a invertir en proyectos empresariales, y no olvides que esta vez tendrá un porcentaje sobre la propiedad.

Los Haskins vendieron su tienda de pescado frito con patatas fritas por ciento doce mil libras, a las que añadieron otras treinta y ocho mil de su cuenta de crédito. Britannia les concedió un préstamo de cien mil libras al ocho por ciento. Enviaron un talón de doscientas cincuenta mil libras a la sede central de Correos en Londres.

– Ha llegado el momento de celebrarlo -dijo Chris.

– ¿Qué propones?-preguntó Sue-. Porque no podemos gastar más dinero.

– Iremos en coche a Ashford para pasar el fin de semana con nuestra hija… -Hizo una pausa-.Y de regreso…

– ¿Y de regreso? -repitió Sue.

– Nos pasaremos por la perrera de Battersea.

Un mes después, los señores Haskins y Sellos, otro labrador, esta vez negro, dejaron su tienda de pescado frito con patatas fritas de Beach Street para trasladarse a la oficina postal de categoría A de Victoria Crescent.

Chris y Sue no tardaron en volver al mismo horario de trabajo que no padecían desde que abrieron la tienda de pescado frito con patatas fritas. Durante los siguientes cinco años se abstuvieron de toda clase de lujos, incluso se quedaron sin ir de vacaciones, si bien pensaban con frecuencia en hacer otro viaje a Portugal, pero tendrían que aguardar hasta haber finalizado todos los pagos trimestrales a Britannia. Chris continuó ejerciendo sus responsabilidades en el Rotary Club, mientras Sue era nombrada presidenta de la Unión de Madres de Cleethorpes. Tracey ascendió a directora de obras y Sellos comía más que los tres juntos.

A los cuatro años los señores Haskins ganaron el premio Oficina Postal de Zona del Año y nueve meses después pagaron el último plazo a Britannia.

La junta directiva de Britannia invitó a Chris y Sue a comer en el hotel Royal para celebrar que ya eran propietarios de la oficina postal sin deber ni un penique.

– Aún hemos de recuperar nuestra inversión inicial -les recordó Chris-.Apenas doscientas cincuenta mil libras.

– Si continúan a este ritmo -apuntó el presidente de Britannia-, solamente tardarán cinco años más en lograrlo; entonces serán propietarios de un negocio que estará valorado en un millón.

– ¿Significa eso que soy millonario? -preguntó Chris.

– No -soltó Sue-. Nuestra cuenta corriente asciende a poco más de diez mil libras. Eres «diezmilero».

El presidente rió e invitó a la junta a alzar sus copas por Chris y Sue Haskins.

– Mis espías me han dicho, Chris -añadió el presidente-, que seguramente serás el siguiente presidente de nuestro Rotary local.

– Del dicho al hecho va mucho trecho -repuso Chris, y bajó la copa-; en todo caso, y no antes de que Sue ocupe el lugar que le corresponde en el comité de zona de la Unión de Madres. No les sorprenda que acabe siendo presidenta nacional -añadió con orgullo considerable.

– ¿Qué piensan hacer ahora? -preguntó el presidente.

– Ir un mes de vacaciones a Portugal -respondió Chris sin vacilar-. Después de cinco años de conformarnos con la playa de Cleethorpes y un plato de pescado frito con patatas fritas, creo que nos lo hemos ganado.

Este también habría sido un desenlace satisfactorio de nuestra historia, si la burocracia no hubiera intervenido de huevo; esta vez, mediante una carta que el director financiero de Correos dirigió a los señores Haskins. La encontraron sobre el felpudo cuando regresaron de Albufeira.

Oficina Central de Correos Old Street, 148 Londres EC1 V 9HQ

Estimados señores Haskins:

Correos está revaluando su cartera de propiedades, y a este fin vamos a introducir ciertos cambios en la categoría de algunos de sus establecimientos más antiguos.

En consecuencia, debo informarles de que la junta directiva ha llegado, a su pesar, a la conclusión de que ya no son necesarias dos instalaciones de categoría A en la zona de Cleethorpes. Mientras que la sucursal de High Street seguirá siendo una oficina de categoría A, la de Victoria Crescent descenderá a categoría B. Con el fin de que puedan proceder a los cambios necesarios, estos planes no entrarán en vigor hasta el 1 de enero del año que viene.

Esperamos continuar nuestra relación con ustedes.

Atentamente,

Director Financiero

– ¿Significa esto lo que yo creo? -preguntó Sue después de leer la carta por segunda vez.

– En resumidas cuentas, cariño -explicó Chris-, no existe la menor esperanza de que recuperemos nuestra inversión inicial de doscientas cincuenta mil libras, aunque siguiéramos trabajando el resto de nuestra vida.

– Entonces tendremos que poner a la venta la oficina postal.

– ¿Quién va a querer comprarla a ese precio -preguntó Chris-, cuando descubra que ya no es de categoría A?

– El hombre de Britannia nos aseguró que, en cuanto pagáramos la deuda, valdría un millón.

– Siempre que el negocio tuviera una facturación de quinientas mil libras y generara unos beneficios de unas ochenta mil al año -explicó Chris.

– Deberíamos consultar a nuestro abogado -dijo Sue.

Chris accedió a regañadientes, aunque albergaba escasas dudas acerca de la opinión de su abogado. La ley, les explicó este, no estaba de su parte, y por lo tanto no recomendaba que demandaran a Correos, pues no podía garantizar el resultado.

– Tal vez obtendrían una victoria moral -afirmó-, pero eso no mejoraría su saldo bancario.

La siguiente decisión de Chris y Sue fue poner en venta la oficina de Correos, pues querían averiguar si alguien se mostraba interesado. Una vez más, se demostró que Chris tenía razón: solo tres parejas se molestaron en echar un vistazo a la propiedad, y ninguna regresó cuando descubrieron que ya no era de categoría A.

– Yo diría -comentó Sue- que los jerifaltes de la sede central sabían muy bien que iban a rebajarnos de categoría mucho antes de embolsarse nuestro dinero, pero les convenía callarlo.

– Es posible que tengas razón -dijo Chris-, pero puedes estar segura de una cosa: no pusieron nada por escrito en su momento, de modo que nunca podremos demostrarlo.

– Tampoco nosotros pusimos nada por escrito.

– ¿Qué estás insinuando, cariño?

– ¿Cuánto nos han robado? -preguntó Sue.

– Bien, si te refieres a nuestra inversión inicial…

– Los ahorros de toda la vida, hasta el último penique que hemos ganado durante los últimos treinta años, por no hablar de nuestra pensión.

Chris guardó silencio y levantó la cabeza, mientras echaba cuentas.

– Sin incluir los beneficios que esperábamos en cuanto hubiéramos recuperado el capital…

– Sí, solo lo que nos han robado -repitió Sue.

– Algo más de doscientas cincuenta mil libras, sin contar los intereses -dijo Chris.

– ¿Y no hay la menor esperanza de que recuperemos algo de nuestra inversión inicial, ni aunque trabajáramos el resto de nuestra vida?

– Podríamos resumirlo así, cariño.

– En tal caso, mi intención es jubilarme el 1 de enero.

– ¿Y de qué esperas vivir el resto de tu vida? -inquirió Chris.

– De nuestra inversión inicial.

– ¿Cómo pretendes conseguirlo?

– Aprovechando nuestra intachable reputación.