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– No tengo la menor idea -dijo-. Pero la verdad es que cada vez hay más gente informada de esto: muchos agentes de policía, algunos médicos, los padres. Aunque les hayamos pedido que mantengan la boca cerrada, no sería raro que hubieran mencionado los mensajes a sus conocidos. En total hay cerca de un centenar de personas que saben de la existencia de esos mensajes. -«Entre ellas Inger Johanne», pensó mientras encendía el puro-. No tengo la menor idea -repitió, exhalando una nube de humo hacia el techo.

– ¿Podría ser…? -Sigmund volvió a chuparse los dientes-. ¿Podríamos estar hablando de dos autores de los hechos? -preguntó Sigmund Berli-. ¿Podría Laffen ser una especie de… peón de alguien, de alguien más listo que él? No, gracias. -Hizo un gesto de rechazo hacia la caja de palillos que le tendía Yngvar.

– No es impensable, claro -admitió éste-. Pero no lo creo. Tengo la sensación de que el verdadero criminal, el asesino de niños que estamos buscando, es un hombre que está solo. Solo contra el mundo, por decirlo así. Por otro lado, no sería la primera vez que se da esta combinación: la de un hombre listo con ayudante tonto, quiero decir. Es un concepto bien conocido.

– En realidad es incomprensible que Laffen siga suelto. Encontraron el coche en el aparcamiento de Skar al final de Maridalen. Y no se ha denunciado ningún robo de coche en esa zona, así que, a no ser que tuviera preparado un vehículo para escapar…

– Se ha echado al monte.

– Pero en esta época del año Normarka está… ¡Hay gente por todas partes!

– Puede esconderse durante el día y moverse por las noches. En todo caso, es más difícil que lo descubran en el campo que en zonas más pobladas. Además, lleva la ropa adecuada, por decirlo así, si es que no se ha cambiado desde la última vez que lo vi… -Se echó la ceniza con cuidado en la palma de la mano-. A lo mejor está librando su guerra de guerrillas ahí fuera. ¿Cuántas llamadas hemos recibido hasta ahora?

Sigmund se rió con suavidad.

– Más de trescientas. De Trondheim y Bergen, Sykkylven y Voss. Sólo en Oslo, más de cincuenta personas aseguran haberlo visto. En la comisaría de Granland esta mañana tenían a cuatro detenidos con el brazo escayolado, además de uno que llevaba enyesada la pierna izquierda. Todos entregados a las autoridades por conciudadanos con una gran conciencia cívica.

Yngvar le echó un vistazo a su reloj.

– Ya me imagino. Oye, tengo una cita, ¿había algo más?

Sigmund Berli se sacó del bolsillo del pantalón un papel impreso por ordenador que había adquirido la forma del cachete del trasero. Sonrió y pidió disculpas antes de desdoblarlo.

– Es sólo una copia, ¿eh? He apuntado un montón de cosas, pero he pedido uno en limpio para ti. Por fin hemos encontrado algunos puntos de conexión entre las familias. Hemos metido todo lo que teníamos, absolutamente todo, y éste es el resultado.

Yngvar echó una ojeada al papel.

NOMBRE Y PROFESIÓN CONTACTO CLASE DE VÍNCULO CUÁNDO Y DÓNDE ÚLTIMO CONTACTO

Dr Fridjof Salvesen, Bærum Lena Baardsen Ginecólogo Oslo, 1993-1994 1994

Turid S. Oksøy Ginecólogo Bærum, 1995-hoy 22 de marzo

Fotógrafo Helge Melvær, Rena Tønnes Selbu Fotos de familia Sandefjord, 1997 1997

Lena Baardsen Conocido Sandefj, 1995-hoy Verano 1999

Monitor de jóvenes Karsten Åsli, dirección desconocida May Berit Benonisen Amigo Oslo, 1994-1995 Primavera 1995

Lena Baardsen Novio Oslo, 1991 23 de julio 1991

Fontanero Cato Sylling, Lillestrøm Lasse Oksøy Ex colega Oslo, 1993-1995 Incierto

Tønnes Selbu Consulta relativa a la traducción de una novela Llamadas y cartas en otoño de 1999 Probablemente noviembre de 1991

Enfermera Sonja Værøy Johnsen, Elverum Grete Harborg (según su viudo Tønnes Selbu) Buena amiga Varios sitios, desde 1975 hasta 1999 1999 (3 días antes de la muerte de G. Harborg)

Turid S. Oksøy Enfermera, por el nacimiento de gemelos 1998 Incierto

Frode Benonisen Ex novio y buen amigo Tromsø 1992 Incierto

– Ya era hora -comentó Yngvar-. Alguna conexión tenía que haber entre esta gente, pero…

Estudió el papel durante varios minutos.

– Supongo que podemos olvidarnos de esta Sonja Værøy Johnsen -dijo finalmente-. El fontanero tampoco parece demasiado interesante. ¿Por qué pone dirección desconocida en el caso de Karsten Åsli? ¿No está empadronado en ningún sitio?

– No, pero se trata de la infracción más común que cometemos los noruegos: la de no notificar a las autoridades cuando nos mudamos. La ley establece que tiene que hacerse en un plazo de ocho días, pero muchos no se toman la molestia. No nos ha dado tiempo a investigarlo más a fondo.

Yngvar dobló la hoja y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta.

– Hacedlo. Me quedo con esto hasta que me des mi copia, ¿vale?

Sigmund se encogió de hombros.

– Quiero la dirección de Åsli -le indicó Yngvar-. Y quiero saber algo más de este fotógrafo, y del ginecólogo. Además quiero… -Dio una calada al puro y se levantó de la silla. Mientras cerraba con llave la puerta tras él, le dio unas palmaditas en la espalda a su colega-. Quiero que averigües lo máximo posible sobre estos tres -dijo-. El monitor de jóvenes, el fotógrafo y el ginecólogo. Edad, pasado familiar, ficha policial… Todo. Oye y…

Sigmund Berli lo miró con la mano sobre el pomo de la puerta de su propio despacho.

– Gracias -dijo Yngvar-. Te lo agradezco. Buen trabajo.

45

– Sabes muy bien cómo tratarla -observó Inger Johanne por lo bajo-. Le gustas. Normalmente le importa un pepino el resto de la gente, la gente que no conoce bien, quiero decir.

– Es una niña realmente peculiar -dijo Yngvar y arropó con el edredón a Kristiane, Sulamit y El Rey de América.

Inger Johanne clavó en él los ojos.

– Una niña peculiar y maravillosa -se apresuró a añadir él-. ¡Es increíblemente avispada!

– Eso no es precisamente lo primero que suele decir la gente de ella, pero tienes razón. Para sus cosas es avispada y rápida, aunque no es algo que se note siempre a primera vista.

Yngvar llevaba puesta una camiseta de ella, de los New England Patriots, azul, con un enorme 82 delante y detrás y las letras VIK estampadas en blanco en la parte superior de la espalda. Había venido directamente desde el trabajo y cuando le pidió permiso para ducharse no la miró a los ojos. Por toda respuesta, Inger Johanne fue a buscar una toalla y la camiseta de fútbol americano que a ella le venía demasiado grande. El la desplegó ante sí y se echó a reír.

– Warren opina que yo podría haber sido un buen jugador -dijo.

– Warren opina tantas cosas… -dijo Inger Johanne, poniendo los platos sobre la mesa-. Serviré la comida dentro de quince minutos, así que vas a tener que darte un poco de prisa.

El documento estaba algo sucio y lleno de anotaciones que no entendía, pero no era difícil leer el contenido de las casillas. Él, sentado junto a ella en el sofá, se inclinaba sobre el papel que ella se había puesto sobre la rodilla más cercana a Yngvar y que le rozaba el muslo de vez en cuando. Cada uno sujetaba una taza humeante.

– ¿Encuentras algo interesante? -preguntó él.

– No mucho, aparte de que estoy de acuerdo en que el vínculo con la enfermera no parece muy importante.

– ¿Porque es mujer?

– Quizá, sí. Ni tampoco el vínculo con el fontanero, a no ser que… -Un escalofrío la hizo llevarse las manos a la nuca: el fontanero vivía en Lillestrøm.

«Concéntrate -pensó-. Obviamente no es más que una casualidad. En Lillestrøm vive mucha gente, está muy cerca de Oslo. Este fontanero no tiene nada que ver con el caso de Aksel Seier. ¡No le des más vueltas!»

– ¿Qué pasa? -preguntó él.

– Nada -murmuró ella-. Sólo que ando investigando otro caso, un viejo caso criminal de… Olvídalo, realmente no tiene nada que ver con esto. Seguramente podemos dejar a un lado al fontanero.