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Pero era demasiado tarde. Alguien había llamado ya a la policía, y un momento más tarde, Nick apareció con un guardia en la cocina.

– Cassie, cariño. El policía Hicks dice que una de tus vecinas denunció una entrada ilegal. Le he explicado lo que ha pasado, pero por supuesto él quiere asegurarse de que estás a salvo, y de que no soy un asesino en serie que le estoy contando una mentira.

«¿Cariño?», pensó Cassie. ¿A qué estaba jugando? Bueno, le demostraría que él no era el único que podía jugar. Se volvió al policía y le dijo:

– ¡Menos mal que ha venido, oficial! Este hombre es un absoluto desconocido. Ha trepado por la pared del fondo y ha entrado en mi casa sin mi permiso.

Fue un error. Ella no debió hacer eso. Se dio cuenta inmediatamente. El joven policía no sabía qué pensar y miró a Nick, con cara de confusión.

– Se lo he dicho, oficial. La señorita Cornwell se cayó de una silla. Estoy seguro de que se debe de haber dado un golpe en la cabeza, pero se niega a que la lleve a urgencias.

Estaba insinuando que estaba mal de la cabeza, pensó ella. De acuerdo, se lo merecía. Pero, ¿hacía falta que pusiera esa cara de piedad al decirlo?

– El señor Jefferson me ha dicho que usted se había caído de una silla, señorita -dijo el policía, tratando de empezar desde el principio para ordenar los acontecimientos-. Mmmm… ¿Se ha golpeado la cabeza? Quizás debiera seguir el consejo del señor Jefferson e ir al hospital a que la examinasen.

Nick miró a Cassie y alzó una ceja como diciéndole que ella se lo había buscado.

Tal vez él tuviera razón. Quizás estuviera loca. Realmente se sentía un poco mareada. Pero no por haberse hecho daño en la cabeza.

De todos modos era mejor que no se tomara a broma la situación.

El policía ciertamente no se estaba divirtiendo. Estaba mirando el tobillo de Cassie cubierto por un paquete de judías congeladas, y no esbozaba ni la más mínima sonrisa.

CAPÍTULO 6

– HOY, he sufrido una caída -confirmó Cassie-. Pero no me he golpeado la cabeza. Y Nick vino a rescatarme -agregó con una sonrisa, invitando al policía a compartir la broma con ella.

El policía rechazó su invitación frunciendo el ceño.

– Creí que había dicho que usted no conocía al señor Jefferson.

Ése era el problema con una broma de mal gusto. Tener que explicarla. Porque era muy, pero muy embarazoso.

– Lo sé, y lo siento mucho, oficial -maldecía la hora en que se le había ocurrido hacer aquella broma. Maldecía la hora en que se le había ocurrido ofrecerle unas hierbas a Nick…-. Era una broma. Sólo una broma -agregó ella enseguida al ver que el policía fruncía más el ceño.

La culpa la tenía Nick, por meterse en su casa. Aunque tenía que reconocer que había ido a rescatarla. Claro que, lo había hecho por interés propio, para que ella le solucionara el problema del caldo.

– Nick me ha llamado por teléfono, y me he caído al intentar llegar hasta él. No es nada serio. De hecho él estaba a punto de vendarme el tobillo.

– ¿De verdad? ¿Está segura de que no necesita atención médica? -le preguntó el policía.

– ¡Oh, no! Nick puede hacerlo perfectamente, oficial -ella tenía ganas de quitarse de en medio al policía, pero no si eso significaba que la llevaran a urgencias-. Las torceduras al parecer siempre han sido frecuentes en su familia -agregó.

– ¿Sí?

– Casi todos son deportistas -a excepción de Nick, que al parecer prefería otro tipo de juegos-. También mujeres… -añadió-. Es de Deportes Jefferson, ¿lo conoce, no?

– Sí, lo conozco-dijo el policía

Por supuesto que lo conocía. Todo el mundo conocía el edificio de los Jefferson.

– Bueno, será mejor que no retrase los primeros auxilios del señor Jefferson. Si es tan amable de darme algunos detalles para el informe… -le dijo el policía a Cassie. Luego se volvió hacia Nick y le dijo-: Por favor, ¿podría ir al coche de la patrulla y avisar a mi compañero que iré enseguida?

Nick se fue sin decir una palabra. Entonces el oficial miró la silla tirada, y la puerta rota del armario. Se volvió a Cassie y le dijo:

– ¿Alguna otra cosa antes de marcharme, señorita Cornwell?

– ¿No va a pedirme los datos personales?

– No, excepto que quiera elevar una queja.

– ¿Una queja? Creí que le había quedado claro…

– Será mejor que hable con una oficial, quiero decir…

un miembro femenino del cuerpo de policía. Yo me encargaré de ello.

Cassie no entendía nada. Tal vez se hubiera golpeado la cabeza después de todo.

– Lo siento, oficial. No comprendo…

– Con alguien del Departamento de Violencia Doméstica, quiero decir.

– ¿Qué?

¿Qué estaba insinuando? ¿Que Nick la había maltratado? ¿Que todo aquello era producto de una pelea doméstica?

– ¡Oh, no! ¡No! Nick no… Quiero decir, sinceramente. ¡Oh! Esto es muy embarazoso, sinceramente…

El joven policía permanecía imperturbable.

– Sólo le estaba haciendo una broma a Nick. Lo siento. Sinceramente, lo siento. No debí hacerlo, pero él… -no le iba a decir al policía lo que ella había sentido cuando él la había llamado «cariño»…-. Me caí de la silla cuando intenté atender el teléfono, de verdad. Él se dio cuenta de que yo me había hecho daño y vino corriendo a verme. Yo sólo le estaba tomando el pelo un poquito… -podía hacerle oír el contestador automático como prueba, pero se le ocurrió que aquel joven policía podría malinterpretar los chillidos de Nick.

– ¿Por qué ha entrado por la pared del fondo?

– Yo no podía llegar hasta la puerta, y él no tenía llave. Es un amigo, oficial, no es mi amante -era importante convencerlo de ello. Los amigos no te pegan-. No soy su tipo, en realidad.

– ¿No? -el policía sonrió finalmente-. No me lo explico. Yo hubiera jurado que usted podría ser el tipo de cualquier hombre que la hubiera visto por televisión.

La halagaba, teniendo en cuenta que ella debía de tener cinco o seis años más que él. Toda una vida, cuando se tenía la edad del oficial.

– Tal vez no vea mucho la televisión. Pero Nick ha sido muy amable. Ha arriesgado su vida trepando a una pared sólo para comprobar que me encontraba bien. De no haber sido por él, podría haberme quedado tirada en el suelo de la cocina hasta mañana, que viene una mujer a limpiar la casa.

– Bueno, ¿está segura? -parecía dudar el policía-. Nosotros no podemos hacer nada si no…

– Lo sé.

– ¿Y no necesita que la lleven a urgencias, realmente?

– No necesito que me lleven a urgencias. Gracias -se sintió aliviada al ver que el oficial cerraba su bloc de notas y se lo metía en el bolsillo-. Y gracias por venir tan rápido. Podría haber necesitado su ayuda, realmente. Debería agradecérselo a quien los haya llamado.

– Fue una de sus vecinas. Una tal señora Duggan, ¿puede ser?

– ¡Oh, sí! -la vecina que le había pedido la escalera. Era una casualidad del destino-. Es reconfortante saber que la gente se preocupa.

– Al parecer, usted no tiene problemas en ese sentido, señorita Cornwell.

– Es cierto.

Finalmente el policía se había convencido y se había marchado después de desearle buenas noches.

Cassie se había apoyado nuevamente en el cojín y había dejado escapar un suspiro de alivio.

– Eso te enseñará a no jugar con la ley -dijo Nick.

Cassie se dio la vuelta. Nick estaba apoyado contra el quicio de la puerta, con los brazos cruzados.

– Ha sido culpa tuya -le contestó ella-. No me habría pasado nada si tú no me hubieras llamado «cariño». ¿Por qué diablos me has llamado así?

– Me pareció buena idea hacerles creer que estábamos juntos. Ha sido un error por mi parte. El oficial me ha hecho marchar para averiguar si te había pegado, ¿no es cierto? -ella no le contestó, pero su gesto fue una confirmación-. Me lo he imaginado. De todos modos, al menos sirvió para algo.