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– Firmé una pila de libros antes de irme de la librería, para la gente que no pudiera ir por la mañana.

– Pero Beth sabía que yo había comprado uno para Helen.

– Estoy segura de que Beth no le habría vendido un libro a tu madre sabiendo que tú habías comprado uno, Nick. Al menos sin decírselo. Quizás tu madre fue a la tienda cuando salimos a almorzar.

¿Había rechazado su invitación a almorzar por ir con Beth?, pensó él. Suponía que era mejor que haberlo rechazado por otro hombre, pero no estaba seguro.

– Es posible. El caso es que ya se lo ha dado a Helen. Así que tendré que tirar el que le he comprado yo.

Cassie pensó que podría haber tenido más tacto diciéndolo de otro modo, pero no lo hizo.

– ¡Oh! -dijo ella con solidaridad burlona-. Y todavía te queda lo de la cena para ese ligue. ¡Pobre Nick! Tienes una mala semana, realmente.

– No ha sido todo negativo. Te he conocido a ti -dijo él, levantando la copa.

Era demasiado.

– No hace falta que finjas, Nick. Lo único que te interesa de mí es que te ayude a deslumbrar a tu rubia con la receta. Bueno, en lo que a mí respecta, te diré que no te servirá de nada que intentes seducirme.

– ¿No?

Ella recordó que para él lo importante era ganar. Así que no sería buena idea desafiarlo.

– ¿Por qué dices que no?

– Yo no flirteo.

Tal vez no lo hiciera conscientemente, pensó Nick. Pero con esas pestañas lograba seducir a cualquiera.

– ¿Es mejor que me ponga de rodillas para conseguirlo? Bueno, en realidad ella le había dicho que no fingiera. Aunque en realidad no necesitaba aquel consejo, porque había algo que ella había aprendido, y era que Nick Jefferson decía siempre lo que pensaba.

El caso era que él estaba sentado a su lado y parecía haber olvidado el motivo de su desesperada llamada telefónica, pero ella no lo había olvidado. No iba a bajar la guardia por algo sin importancia, aunque su pulso comenzara a acelerarse a su lado.

– ¿Es muy importante para ti impresionar a esa mujer? -le preguntó ella para recordarle el motivo que lo había llevado a contactar con ella.

– No te pediría ayuda si no fuera muy importante. Entonces, ¿qué? ¿Quieres que me humille a tus pies?

– Puedes intentarlo -dijo Cassie. Sería gracioso verlo-. Pero después te pesaría por haberla engañado.

– ¿Por qué no dejas que sea yo quien se preocupe por eso?

Sonreía con tanta facilidad, pensó Cassie. Era cierto. No le pesaría.

– Si es tan importante para ti, Nick, tómate el día de mañana, compra un montón de pollo y practica hasta que te salga bien. No es difícil, ¡por Dios!

– ¿Si? -la miró con desconfianza-. Bueno, agradezco tu consejo, pero mañana tengo un día lleno de reuniones.

– Cancélalas.

– ¡Oh, por supuesto! -dijo irónicamente-. Enviaré una memoria, ¿te parece? Dejaré la nueva línea de ropa para golf mientras practico mi arte culinario. Eso les dará motivo de conversación en la reunión.

– Les dará la oportunidad de hablar de algo interesante hasta que aparezcas.

– Sí, estoy seguro. Venga, Cassie, sé buena. Ayúdame.

– ¿Por qué?

– Ya sabes por qué.

¡Oh, sí! Sabía por qué. ¿Qué mujer podría resistirse a un hombre que se toma la molestia de preparar una cena especialmente para ella?

– No. Es decir, ¿por qué te has metido en esto? Nadie, y menos una rubia con clase, es capaz de creer que sabes cocinar.

– Es complicado.

– No, es muy sencillo. El problema es que tú, Nick. eres un desastre.

– Si admito que soy un desastre… y lo que sea -la interrumpió él-. Si te digo que soy un desastre y que me he metido en este lío por motivos muy poco nobles, ¿te quedarías satisfecha?

Era evidente que Nick era un actor consumado, pensó ella mientras veía aquella representación de humildad. Se estaba tomando muchas molestias con ella. ¿Para qué? ¿Para seducirla? Sería mejor que lo frenase a tiempo.

– Lo siento, Nick. Tengo un problema con estas cosas. Algo que tiene que ver con ser la hija de un clérigo, supongo. Preferiría no verme involucrada -ella se apartó unos centímetros de él.

No era suficiente. Igual se sentía envuelta en el olor a ropa limpia y fragancia varonil de su camiseta.

– ¿Podrías mover el paquete de judías? Se están descongelando encima del cojín favorito de Dem.

El no se movió, siguió con la vista fija en ella y dijo:

– Eres…

– ¿Una puritana? ¡Oh, por Dios, Nick! Si quieres llevarte a la cama a una mujer con la ayuda de una buena comida, unas cuantas copas de vino y una música romántica, me parece bien. Pero no quiero tomar parte en la historia.

“Celosa”, no “puritana” había estado a punto de decir él. Se le había ocurrido de repente. y había estado a punto de decirlo en voz alta. Debía de estar perdiendo facultades. Seguramente Cassie negaría los celos con todas sus fuerzas.

Nick sonrió.

– No te estoy pidiendo que toques el violín, Cassie. Simplemente que estés allí.

– ¡Estar allí! ¡Andar por tu cocina mientras tú seduces a una mujer y la despojas de sus braguitas!

– ¡Dios mío, Cassie! ¿Por quién me tomas? ¿En una primera cita?

Ella lo miró fijamente y le dijo:

– ¿Es realmente tan importante para ti?

– Ya te lo he dicho: ganar o morir en el intento.

– Debe de ser muy hermosa

“Celosa”, pensó él.

– ¿Verónica? Sí, lo es. Y muy inteligente -él vio que sus ojos se encendían al contestarle. Estaba muy celosa. La idea le dio una cierta satisfacción.

– No debe de ser tan inteligente si piensa que eres capaz de saber cocinar.

“Verónica”, pensó Cassie. Hasta el nombre estaba lleno de glamour.

– ¿Y por qué no la seduces con flores y restaurantes caros en lugar de exponerte a que te salga mal?

Él sonrió levemente.

– Las flores y los restaurantes caros son demasiado manifiestos. ¿No crees?

– Sí. Pero bonitos, en ciertas ocasiones -agregó ella-. ¿O para ti lo más romántico es caminar bajo la lluvia por una playa desierta?

– ¿Y no lo es? -Nick reconoció que aquélla era una idea original. La tendría en cuenta para el futuro. Al fin y al cabo nunca se sabía cuándo le haría falta tener a mano una fantasía original.

– Para serte sincero, Cassie, no pude elegir. Verónica vio tu libro en mi escritorio. Como soy un hombre sincero tuve que admitir que era mío. Y entonces se invitó a cenar.

– Le podrías haber explicado.

– Sí. Pero era una buena oportunidad. Como te he dicho, es una mujer encantadora. Y hasta entonces era inaccesible prácticamente.

Cassie no podía creerlo.

– ¡Es horrible, Nick…!

– Lo sé. No creas que no he luchado con mi conciencia… -sonó el timbre de la puerta, pero no muy fuerte-. Ésa debe de ser la cena -él se levantó del sofá y fue hacia las escaleras.

– En realidad, creo que ya no tengo tanta hambre -dijo ella.

– Demasiado tarde.

– ¡Oh! Vete, Nick, y llévate tu comida china a casa -le dijo ella, irritada.

– No hablas en serio. Además, no podré comérmela toda yo solo.

– Guarda la que te sobre para Verónica. La va a necesitar -dijo Cassie.

Él se rió. Ella se inclinó hacia adelante, recogió el paquete de judías congeladas y se lo tiró.

Él lo atajó sin dificultad y lo puso en la encimera.

– Te pagaré por el tiempo que has perdido -le ofreció Nick para provocarla más.

Aquellas chispas que ella echaba cuando estaba enfadada, anunciaban fuegos artificiales cuando fuera capaz de perder el control. Y a él le encantaban los fuegos artificiales.

– No podrías pagarme dijo ella-. Y aunque pudieras, no te aceptaría el dinero.

– ¿Quién ha dicho algo de dinero? Yo no hablo de eso -el timbre volvió a sonar, aquella vez más impacientemente-. Será mejor que vaya.